Vladimir Putin, 15 años entre Breznev y Stalin

Reportaje
El Mundo, 07.05.2015
Xavier Colás, corresponsal extranjero en Moscú

Hace 15 años era lunes y en Moscú empezaba una semana y una era. Sonaron 30 salvas de cañón desde las murallas del Kremlin. Dentro, en el Salón de San Andrés, donde estuvo el trono de los zares, se 'coronaba' a Vladimir Putin, presidente interino desde aquel mes de enero y vencedor de las elecciones presidenciales. Por primera vez en la historia de Rusia el poder había pasado de un hombre a otro de manera "simple y democrática", recordó Putin en su discurso de aquel día, en el que abogó por una Rusia "libre, próspera, fuerte y respetada en el mundo".

Días antes había dicho a la BBC que no descartaba la posibilidad de unirse a la OTAN: "No puedo imaginarme a mi país aislado de Europa y de lo que solemos llamar mundo civilizado".

Pasado mañana Moscú celebrará el 70 aniversario de lo que los rusos consideran el hecho más importante de su historia: la derrota de los nazis. Y por primera vez desde el fin de la Guerra Fría lo hará sin apenas presencia occidental: el papel de Rusia en la guerra de Ucrania, que ha segado 6.000 vidas, ha convertido a Putin en un apestado en Europa y EEUU y ha levantado sanciones contra la economía rusa. También ha renovado entre los rusos la aversión a Occidente gracias en buena medida a la poderosa maquinaria de propaganda estatal.

Liderazgo claro, primeras grietas

El camino hasta aquí no ha sido fácil. Hace 15 años los periódicos publicaron la imagen de un Boris Yeltsin despidiéndose ante las tropas con los ojos llenos de lágrimas junto a un Vladimir Putin con semblante serio e impasible. La prensa anglosajona tenía la etiqueta lista: "Un perfecto producto del KGB".

Ha pasado el tiempo y no ha cambiado el gesto. Putin ha demostrado ser fuerte y fiable para sus votantes, y los separatistas del Cáucaso han sido eliminados o asimilados para la causa como en el caso de Ramzan Kadirov, su virrey en Chechenia.

En esta década y media Putin y los rusos han logrado encajar pese a la falta de tradición democrática y a una débil cultura política y de representación, que dificulta el acceso al poder pero también el desempeño del mismo. Los rusos se sienten ahora más seguros y Putin piensa en optar a un nuevo mandato en 2018 espoleado por las buenas cifras de popularidad, que han vuelto a superar el 80%. Queda atrás su momento más bajo, cuando volvió al Kremlin entre manifestaciones en mayo de 2012 tras cuatro años de enroque con Dimitri Medvedev, con quien se ha intercambiado el puesto de primer ministro. Nada más volver al Kremlin en 2012 extendió la duración de los mandatos a seis años.

También se ha fortificado con nuevas leyes que blindan su perfil más intransigente: coto a la propaganda gay, endurecimiento de la ley sobre manifestaciones y nuevos intentos de controlar los medios de comunicación e internet. El patriotismo ha sido el instrumento para engrasar esta maquinaria, y es fácil ser acusado de estar patrocinado por los enemigos extranjeros si se disiente de la línea oficial. La figura de Stalin ya no tiene quien la critique, y Putin poco a poco se va pareciendo más a ese líder fuerte que ha de ser duro en el plano interno para evitar que los enemigos extranjeros se echen encima del país, alguien que está demasiado ocupado ganando guerras como para atender los anhelos de apertura de lo que parece ser una minoría.

La oposición en el parlamento no cuestiona las líneas básicas de la política de Putin. Pero ha surgido en los últimos años una contestación en la calle, en internet y en algunos medios. Moscú, San Petersburgo y las grandes ciudades son lugares donde la clase media se hace cada vez más preguntas sobre el control que ejerce el Kremlin sobre la justicia, los medios de comunicación y la actividad económica.

Todos los representantes de las protestas de 2011 y 2012 han terminado teniendo problemas con la justicia: Alexei Navalny o Sergei Udaltsov, son dos ejemplos. La muerte en febrero de Boris Nemtsov ha supuesto un punto y aparte

Vladimir Putin dijo en su discurso de investidura de hace 15 años que había que terminar de construir la democracia en el país. La ha puesto a salvo de los oligarcas, pero todavía está lejos de la gente.

Antes de jurar el cargo hace 15 años el presidente había llegado al poder de forma interina el 31 de diciembre de 1999. Aquella última noche de la década de los noventa fue a Chechenia, donde Rusia libraba una encarnizada guerra contra los separatistas.

Otra guerra para espantar a Occidente

Hoy Rusia es el principal valedor de otros separatistas: los del este de Ucrania. Sus peones juegan en la vieja ex república soviética, que se apartó en aquel violento 2014 del carril deseado por Rusia. Pero el tablero de juego es mucho más grande: lo que los rusos llaman "el extranjero próximo" y nosotros traduciríamos como "el vecindario". Lo componen todo ese conjunto de tierras que no son Rusia pero donde teóricamente la opinión de Moscú ha de ser escuchada. Georgia, donde Rusia libró una guerra en 2008, fue el primer aviso.

La prueba fehaciente de que Occidente ignoró la sensibilidad rusa es la expansión de la OTAN hacia el este. Antes de que llegase Putin al Kremlin importantes integrantes de lo que en su día fue el Pacto de Varsovia pasaron a formar parte de la Alianza Atlántica: Polonia es tal vez el caso más significativo. En 2004 la OTAN entró en lo que había sido territorio soviético: Lituania, Letonia y Estonia. Moscú no perdona esa jugada.

Ucrania ha sido el instrumento que Putin ha encontrado para pasar de las palabras, que no han servido, a los hechos. Las ambiciones de algunos políticos ucranianos de dar la espalda a Moscú integrándose un día en la OTAN y los anhelos de Washington de rodear a Rusia también en su patio trasero europeo han sido frenadas en seco. El precio en vidas ucranianas bajo el fuego de ambos bandos ha sido alto, pero la audaz anexión de Crimea y la guerra en Donbás han servido para mostrar a EEUU una señal clara de cara al futuro: cualquier gesto no amistoso será devuelto de manera asimétrica.

Causa y antídoto para una crisis

Putin quiso poner la economía a funcionar y a su manera lo consiguió. Nacionalizó las empresas con futuro: gas y petróleo, dejando algunos 'cadáveres políticos' por el camino como el de Mijail Jodorkovski en el caso Yuko. Los precios de la energía al alza hicieron lo el resto: los rusos ganaron poder adquisitivo, y se convirtieron en los nuevos turistas del mundo.

La diversificación y la competitividad de su producción es la asignatura pendiente, por eso dicen que Rusia no tiene una economía sino un cajero automático conectado con el subsuelo. Cuando los precios de la energía cayeron en diciembre pasado, todo se tambaleó. También el rublo, que perdió la mitad de su valor y ahora empieza a recuperarse. El crecimiento ha pasado de un 7% en su primer mandato a un 0,6% el año pasado. Incluso la recuperación demográfica, un asunto clave en un país inmenso cuyos hombres mueren pronto, vuelve a flojear. Rusia tiene 146 millones de habitantes, ha ganado cuatro millones en menos de diez años, aunque dos vienen de la anexión de Crimea.

El estancamiento de los años de Breznev ha encontrado un reflejo en la nueva Rusia, cómoda como potencia regional en un momento en el que las potencias mundiales no parecen servir para gran cosa. Los rusos son más críticos que entonces, pero el poder sabe ser autocomplaciente y la presencia de un enemigo exterior que sanciona a la economía es una fuente de dolores financieros pero también una excusa para quien pregunta cuándo acabarán las apreturas.

La energía busca su camino

La Unión Europea le ha cerrado algunas puertas en el negocio del gas. El año pasado obligó a Bulgaria a parar el proyecto para llevar hidrocarburo a la UE a través de su territorio. Y en 2015 Bruselas le ha dado otro estirón de orejas por su vengativa política de precios.

Pero los rusos han dado un paso al este para suministrar gas a China. Aunque es un socio menos exigente en cuanto a limpieza del mercado energético y derechos humanos, las complejas infraestructuras necesarias para llevar hasta ahí el 'tesoro energético' de los rusos le dan al proyecto unos toques de incertidumbre.

Turquía, tierra de paso que está fuera de la UE, es el nuevo comodín para seguir cortejando al mercado europeo. América Latina es otro horizonte, con Argentina como uno de los nuevos socios que empieza a sobresalir.

Vladimir 2018 y más allá

Si gana en 2018, y todo parece que lo hará, puede superar los 18 años en el poder que estuvo Breznev. O batir el récord de Stalin. Su buen estado físico queda a la vista en verano con sus posados sin camiseta, a pesar de algunos problemas de espalda y de rumores sobre su desmedido uso del botox y las enfermedades crónicas que le rondan.

El objetivo ruso a largo plazo es lograr un sitio preferente para la Federación Rusa en el mundo multipolar que se está configurando, con Washington incapaz de llevar adelante en solitario el orden mundial como se ha visto en Siria pero renuente a salir del escenario sin desatar nuevas amenazas, como se ha demostrado con el Estado Islámico.

Cuando Barack Obama deje la Casa Blanca, Vladimir Vladimirovich Putin estará esperando al nuevo inquilino o inquilina para invitarle a una nueva partida. Y no hace falta que Rusia gane, basta con que EEUU no logre imponer sus normas.

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