Parálisis creciente de la izquierda en América Latina (Segunda Parte): Uruguay

Artículo
OpenDemocracy, 05.10.2015
Shaun Lawson
  • La izquierda se está quedando sin ideas ni energía en América del Sur. Uruguay parece ahora embarcado en el mismo desalentador viaje emprendido por la socialdemocracia en todo el mundo.

Un país pequeño, con un tamaño similar al de Inglaterra y Gales y una población de apenas 3,4 millones frente a los 56  que suman Inglaterra y Gales, y casi la mitad de los cuales viven en la capital, Montevideo. Tiene abundantes recursos hídricos y espacios verdes, es famoso por su fútbol y su carne de res, y cuenta con una tradición de estado de bienestar. Hace un siglo, bajo la mirada de su célebre presidente José Batlle y Ordóñez (tres veces presidente, en 1899, 1903-1907 y 1911-1915), Uruguay implementó uno de los primeros estados de bienestar del mundo:  prestación por desempleo, jornadas de ocho horas y una significativa intervención del gobierno en la economía. Muchos son los que afirman que la sociedad cohesionada y homogénea resultante ayudó a Uruguay, conocido entonces como la Suiza de América del Sur, a levantar la Copa Mundial de fútbol en 1930 y 1950.

Después de la Segunda Guerra Mundial, sin embargo, y en sintonía con el resto del Cono Sur, Uruguay entró en decadencia social y económica. Las condiciones que llevaron a la dictadura fueron desarrollándose poco a poco, a medida que el país se movía hacia los extremos y los activistas de izquierda, los Tupamaros (Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, MLN-T) comenzaban a robar bancos, armerías y otros negocios, para posteriormente redistribuir los ingresos entre los pobres. En 1968, ante una grave conflictividad laboral, el presidente Jorge Pacheco declaró el estado de emergencia y derogó todas las protecciones constitucionales. Los disidentes políticos fueron encarcelados y torturados, y las manifestaciones brutalmente reprimidas. El MLN-T respondió transformándose en un movimiento de guerrilla urbana en toda regla que participó en secuestros políticos, atentados y asesinatos.

Entre aquellos guerrilleros se encontraba José Mujica. Capturado por las autoridades en no menos de cuatro ocasiones, pasó 13 años en cautiverio - incluyendo un periodo de dos años en régimen de aislamiento en el fondo de un pozo, donde sus únicos amigas eran las ratas. La insurgencia de los Tupamaros alcanzó su punto máximo en 1970 y se derrumbó a mediados de 1972. El pucherazo a favor del Partido Colorado de Juan María Bordaberry en las elecciones de 1971 allanó el camino a los militares para cuestionar la independencia del poder judicial primero y, a continuación, del ejecutivo y del legislativo. La dictadura llegó en 1973 y Uruguay pasó a tener más prisioneros políticos per cápita que cualquier otro país del mundo.

Pero Uruguay siempre ha sido un lugar peculiar. Son pocos los países en los que se planteó un plebiscito constitucional para ratificar a una junta militar, y muchos menos aquellos en los que la población tuvo el valor de rechazarla (en 1980). Y todavía son menos los países que, en un nuevo referéndum, rechazaron la posibilidad de enjuiciar a los responsables: Uruguay lo hizo en 2009, cuando muchos de los que habían formado parte de la insurgencia del MLN-T estaban ya en el poder.

¿Cómo se llegó hasta aquí? Uruguay volvió a la democracia en 1984 y, en la década de 1990, se embarcó en una serie de privatizaciones. Su siempre importante sector financiero pasó a depender de manera alarmante de los depositantes argentinos que, aprovechando el secreto bancario uruguayo, trataban de ocultar sus ahorros a los inspectores fiscales. Uruguay se hizo cada vez más dependiente económicamente de su gran vecino y lógicamente, cuando Argentina incumplió sus obligaciones en diciembre de 2001, Uruguay sufrió su propia crisis financiera.

Los éxitos de Tabaré Vázquez

La crisis de 2002 es sin duda el momento clave de la historia del país desde la dictadura. Los bancos cerraron durante una semana, cientos de miles de personas bajaron de la clase media a la pobreza y una generación perdida de niños criados en esas condiciones se hizo realidad. Algo tenía que ceder.

Desde el retorno a la democracia, el izquierdista Frente Amplio (FA) había ido progresando paulatinamente - pero se enfrentaba a dos leviatanes políticos: el Partido Colorado y el Partido Nacional (Blancos) que se habían alternado en el gobierno de Uruguay desde la formación del país en 1830. El primero, el partido de las ciudades; el segundo, el partido agrario.

Ningún partido reconocidamente de izquierdas rompió nunca este duopolio. El impacto de las reformas de Batlle fue tal que los dos grandes partidos tendieron a unirse en torno al centro y rara vez intentaron algo más extremo. Con la excepción de la época de la dictadura, la democracia y el pluralismo (la piedra angular de Batllismo) siempre fueron respetados.

El impacto de la crisis acabó aupando al Frente Amplio y ayudando, de paso, a la cuadratura del círculo de muchos de los que en los últimos 30 años estuvieron relacionados con los Tupamaros. La vieja política había fracasado. Una coalición que reunía a comunistas, socialistas, socialdemócratas, liberales de izquierda, centristas e independientes bajo una misma bandera barrió el Antiguo Régimen y Tabaré Vázquez fue elegido presidente en 2005, con un mandato claro. Vázquez y el FA obtuvieron el 51,7% de los votos, lo que hizo innecesaria una segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Los Colorados hasta entonces en el poder ya habían quedado diezmados (pasaron del 32,8% al 10,6% del voto) en la primera vuelta de las elecciones de 1999. Desalojados de las ciudades por el FA, para los Colorados - con mucha diferencia uno de los partidos más exitosos de la historia de Uruguay - no había vuelta atrás.

Vázquez impulsó una oleada de reformas. Se introdujo por primera vez el impuesto sobre la renta. Se invirtieron 100 millones de dólares en programas de alimentación y salud y el propio sistema de salud se trasnformó en seguros accesibles para todos los uruguayos. La pobreza se redujo del 32% al 20% y la pobreza extrema del 4% al 1,5%. Cabe destacar que el gobierno lanzó también el Plan Ceibal, el primero de su tipo en el mundo, que proporciona a todos los estudiantes de escuela primaria y a sus profesores un ordenador portátil con conexión a Internet.

El presidente Vázquez aumentó su popularidad entre sus compatriotas al enfrentarse a Argentina en ocasión de una extraña disputa sobre una planta de celulosa en Fray Bentos. Su homólogo, Néstor Kirchner, se quejó de que su construcción podía contaminar el río Uruguay, que separa a ambos países. Se bloquearon puentes sobre el río por parte de lugareños enfurecidos en Argentina, Kirchner llevó a Uruguay ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) y Uruguay, por su parte, amenazó con recurrir ante la Organización Mundial del Comercio.

La disputa duró 7 años y terminó con el fallo de la CIJ dictando que la planta podría seguir operando, acordando ambos gobiernos la creación de una comisión binacional para monitorizar la contaminación del río. Vázquez reveló más tarde que él incluso había considerado la posibilidad de un conflicto militar, y que buscó el apoyo de George W. Bush y de su secretaria de estado, Condoleezza Rice, por si acaso.

En última instancia, lo que hizo posible el éxito de Vázquez fue un crecimiento económico sostenido. El PIB se disparó un 10,5% en 2005 y el crecimiento promedio en los años siguientes fue de 7%. Por otra parte, lo que distinguió al FA de tantos gobiernos de izquierdas en todo el continente fue su pragmatismo: en Uruguay se siguieron políticas económicas prudentes, incluso neoliberales, de fomento de la inversión extranjera y de control de la inflación. Gran parte del éxito se debió a la brillante gestión del centrista Danilo Astori, líder de la socialdemócrata Asamblea Uruguay e indispensable Ministro de Finanzas de Vázquez.

Antes de ser barridos del poder, los viejos partidos habían advertido de que la izquierda podía convertir al país en otra Cuba. Ocurrió todo lo contrario. En perspectiva, lo más notable es lo bien que aguantó una coalición de fuerzas tan diversas. Todos los que en el FA habían luchado durante tanto tiempo para alcanzar el poder y cambiar Uruguay nunca perdieron de vista el panorama más amplio. El presidente, por su parte, estaba en su salsa: oncólogo de profesión, se le había confiado un paciente en estado terminal y él le había extirpado con éxito el tumor, dándole una nueva oportunidad de vida.

La Constitución del Uruguay no permite que un presidente sirva dos mandatos consecutivos. Vázquez, que disfrutaba de unos extraordinarios índices de aprobación, cercanos al 80%, tuvo que marcharse. Pero el éxito abrumador de su gobierno hizo de José "Pepe" Mujica, a pesar de ser un candidato de características muy distintas, el virtual favorito a sucederle. Esto fue en realidad toda un acontecimiento. 25 años atrás, Mujica estaba encarcelado; 39 años atrás, después de recibir seis disparos de la policía, el entonces guerrillero había estado luchando por su vida en un hospital de Montevideo; ahora, la versión uruguaya de Nelson Mandela se convirtió en singular e inaudito Jefe de Estado.

Pepe Mujica

Cuando viajan a otros continentes, los uruguayos están acostumbrados a que se les pregunte dónde está su país. ¿En África? preguntan algunos. ¿Una parte de Argentina? preguntan los demás. Dos hombres han hecho grandes cosas para cambiar esto y poner a Uruguay en el mapa: el icono futbolístico Luis Suárez y Pepe Mujica. Es el presidente más humilde del mundo, vive en una granja, cultiva su propia comida, otorga 90% de su sueldo a la caridad, no lleva corbata bajo ningún concepto y su única posesión es un Volkswagen escarabajo de 1987.

Me mudé a Uruguay en febrero de 2012. Cuando llegué, la gente con la que hablé estaba avergonzada de Mujica. ¡No podemos tener un presidente que se comporta de esta manera! se lamentaban. ¡Nos parece fatal! Yo pensaba que era una maravilla, y les dije: 'Ya nos gustaría tener a alguien como él en Europa! No sólo por su política y peculiar atractivo, sino también por su humildad’.

Cntrariamente a lo esperado por muchos, esa misma humildad fue la razón de que Mujica consolidara la moderación y buen sentido de su predecesor. Astori era ahora Vicepresidente: bajo su mandato, el crecimiento y la estabilidad continuaron, mientras que el presidente mantuvo a raya a los más izquierdistas de la coalición. Mientras, el FA aparejó liberalismo social con socialdemocracia y aprobó la legislación que permitía el aborto y el matrimonio igualitario y propuso la regulación del comercio de cannabis.

Esta última idea fue lo que llevó a Mujica al primer plano mundial. Pero lo que es bastante menos conocido es que, en realidad, casi nada ha sucedido. La legalización del cannabis es el ejemplo perfecto de cómo la imagen de Mujica no se corresponde necesariamente con la realidad: muchos son los uruguayos que creen que él estaba mucho más preocupado por cómo se le veía en el extranjero que en hacer cambios sustanciales en el país; los más cínicos incluso piensan que cuando Mujica habla, se trata en el fondo de una actuación teatral.

En 2013, Mujica pronunció un discurso célebre en la Asamblea General de la ONU, en el que fulminó la obsesión del mundo moderno con el consumo. Instó a una vuelta a la simplicidad: la familia, el amor, el tiempo libre, un planeta cuyo fundamento no sean los mercados, sino la conservación del medio ambiente y la fraternidad. El tiempo libre es, de hecho, uno de sus temas favoritos, pero considerando el coste de la vida en Uruguay, se trata de un lujo vetado a un gran número de sus ciudadanos. Pero las calles sucias, la basura esparcida y la falta de reciclaje (si se intenta reciclar cosas en Uruguay, a menudo acaban en el mismo lugar que la basura corriente) contrastan con esta retórica romántica.

A lo largo de mi estancia en el país, siempre fui consciente de sus contrastes y contradicciones. Por ejemplo, Internet de alta calidad y alta velocidad, pero que me costó un mes de suplicantes llamadas telefónicas y una docena de citas canceladas para que Antel (monopolio estatal) lo instalase finalmente. O los autobuses, que son baratos y bastante fiables, pero en los que no cabe un alfiler: si usted lleva equipaje, tome un taxi. O los taxis que, a diferencia de los de Buenos Aires, son seguros, pero lo conductores se imaginan que son Lewis Hamilton y le llevan a uno a dar vueltas por medio Montevideo. O los locales que a mí siempre me parecieron seguros, pero sólo porque hay porteros en cada bloque de apartamentos, guardias de seguridad a la puerta de todos los bancos... y el trasfondo de intermitentes noticias de asesinatos.

La mayoría de los uruguayos cree que el país nunca ha sido más inseguro. Las armas son de fácil acceso y los asesinatos y el crimen violento han aumentado de manera alarmante. La situación se agrava por la ambiguidad del gobierno, muchos de cuyos miembros mantienen, debido a sus experiencias terribles durante la dictadura, una gran desconfianza en la policía,  No hay muchas sociedades en las que el Ministro del Interior señale como culpable de un asesinato o robo a la sociedad de consumo… ‘porque los pobres también quieren cosas’. Tampoco hay muchos países que decidan, ante abundantes casos de gamberrismo, ​​retirar a la policía de un gran partido de futbol para proteger a los aficionados (y, podría añadirse, votantes del FA) de una presunta brutalidad policial.

Una y otra vez, noté que había un gobierno extremadamente bien intencionado, lleno de pensadores y académicos de izquierdas, que con demasiada frecuencia no entendía todas las consecuencias de sus políticas, o la realidad sobre el terreno. Una realidad que, en relación al coste de la vida, es tan triste que los refugiados procedentes de Siria, que Uruguay decidió aceptar a bombo y platillo el año pasado, han pedido volver a casa.

Había muchos signos, pues, de que, aunque el FA estaba agotando sus fuerzas, gracias a que la economía seguía creciendo, la pobreza y la desigualdad decrecía (alcanzando, en ambos casos, los niveles más bajos de cualquier país de América Latina: un logro fantástico) y los servicios en general funcionaban, no había ninguna razón para expulsar al gobierno ante las nuevas elecciones de 2014. A mediados de ese año, el joven y optimista Luis Lacalle Pou, candidato de los Blancos (centro-derecha), adoptó el mismo modelo de campaña que catapultó a David Cameron en 2005 y amenazó con dar una gran sorpresa electoral. Pero a medida que su programa fue objeto de escrutinio, su impulso se desvaneció: más allá del brillo de su marketing político, no había mucha sustancia.

Problemas para el Frente Amplio

En cualquier caso, los uruguayos se resisten al cambio como casi nadie y Vázquez, ejemplo arquetípico de persona fiable, estaba de vuelta. Mucha gente andaba desilusionada con el gobierno, pero Vázquez no es de izquierdas y su presencia daba mucha tranquilidad. Tanto es así que, contradiciendo todas las previsiones, el FA mejoró su posición. En 10 años, casi nada había cambiado: el FA todavía tenía cerca de la mitad del electorado a su favor, los Blancos quedaron estancados en los 30 escaños, los Colorados por debajo de los 20. Otra década de FA en el gobierno parecía inevitable.

Pero hay un problema. Y no es menor. Vázquez tiene ahora 75 años, y tendrá 79 en las elecciones de 2019. Astori, que ahora vuelve a ser ministro de Finanzas, tiene también 75. Mujica tiene 80. Y mientras el apoyo del FA es enorme, debido sobre todo al vibrante apoyo entre los jóvenes, por debajo de estos tres gigantes políticos se encuentra una generación perdida: una extraordinaria escasez no sólo de ideas nuevas, sino de opciones de futuro inmediato. Las personas detrás del ascenso del FA se radicalizaron en la década de 1970, pero los recuerdos de ese momento se van desvaneciendo y casi nadie de los que se han politizado durante los años 1980 o 1990 está listo para llenar el vacío.

No sólo esto, sino que al ser la victoria del FA tan decisiva, ahora, con sus líderes viejos y cansados, la extrema izquierda exige que se haga más. Mucho más. En el FA, el miedo a la derrota electoral se ha desvanecido y la complacencia y la arrogancia ocupan su lugar. Las consecuencias de este estado de cosas están erosionado el gobierno a un ritmo cada vez más desconcertante.

A principios de este año 2015, el déficit del sector público de Uruguay fue mucho mayor de lo esperado: el 3,5% del PIB, siendo la cifra casi idéntica a la existente durante y después de la crisis de 2002. Esto se debe al brutal exceso de gasto bajo la presidencia de Mujica (a quien se acusa cada vez más de despilfarro), a unos ingresos fiscales menores de lo esperado y, en particular, a las enormes pérdidas de Antel. 2014 fue el cuarto año consecutivo en el que siete empresas de servicios públicos de propiedad estatal arrojaron pérdidas. Presuntas irregularidades ya han sido señaladas en la Ancap, la compañía petrolera estatal, y se habla de incompetencia en la gestión de la OSE, la empresa estatal del agua.

Durante el  tiempo que estuve en Uruguay, no podía sacarme esta preocupación de la cabeza: con unos sindicatos cada vez más poderosos, pero empresas estatales ineficientes y no competitivas, ¿estaba presenciando una versión sudamericana de la Gran Bretaña de 1970? A modo de advertencia, discutía con mis alumnos la manera como Margaret Thatcher llegó al poder: del mismo modo que los sindicatos británicos habían rechazado el proyecto de ley de regulación de la actividad sindical y paralizado el gobierno laborista de James Callaghan, ¿terminarían sus homólogos uruguayos atrayendo sobre ellos algo similar a lo que les cayó encima con Margaret Thatcher?

Las cifras económicas alarmantes - junto con un frenazo significativo del crecimiento, una inflación en riesgo de descontrol y la considerable depreciación del peso frente al dólar - pedían apretarse inmediatamente el cinturón. Desgraciadamente, los sindicatos – y la extrema izquierda en el Parlamento- lo vieron de forma diferente. El 6 de agosto, después de una serie de conflictos laborales, se llevó a cabo la primera huelga general en 7 años, a la que siguió una huelga de educación que todavía continúa y que ha paralizado al país.

En Uruguay, los salarios de los maestros son bajos - aunque han aumentado un 65% desde que el FA llegó al poder. Además de aumentos salariales enormes (las demandas eran que los salarios aumentasen de 727 dólares/mes a 1,040 dólares/mes y rechazaron una oferta de 865 dóalres/mes), los sindicatos han venido insistiendo en que el presupuesto de educación se sitúe en el 6% del PIB. El contexto de la situación general del país lo consideran irrelevante.

En agosto, los maestros abandonaron las escuelas primarias y secundarias y las universidades. Después de quince días de huelga, el gobierno decidió decretar, por primera vez desde que Uruguay volvió a la democracia, un estado de emergencia. Vázquez declaró que la educación es un servicio público esencial y prohibió huelgas superiores a los 30 días en el sector. Esto equivalía a una declaración de guerra y los sindicatos lo tomaron como tal. Muchos maestros simplemente ignoraron el decreto. El FA había perdido el control de sus propios miembros.

Oficialmente, ante la previsión de que los estudiantes tuviesen que trabajar hasta Navidad (el año escolar termina en noviembre) con el fin de recuperar el tiempo perdido y examinarse, la huelga terminó sin acuerdo el 3 de septiembre, con el gobierno afirmando que si los maestros no estaban de acuerdo con la oferta de 865 dólares/mes, el dinero se invertiría en infraestructuras escolares. En la práctica, sobre todo en Montevideo, la huelga continuó - y culminó con escenas caóticas como las que tuvieron lugar el 22 de septiembre.

En Montevideo, un grupo de estudiantes de secundaria, exigiendo que el gasto en educación se situara en el 6% del PIB, ocupó el edificio Codicen en el centro de la ciudad. Después de varios días de negociaciones infructuosas, el 22 de septiembre, una unidad táctica de la policía despejó el edificio – y fueron atacados por miembros del sindicato de los taxistas y trabajadores de teléfonos (SUATT), miembros de la organización Memoria y Justicia, así como lo que se podría describir eufemísticamente como parásitos en busca de problemas.

Imágenes de lo que pasó y de la confusión demasiado habitual de la policía, pueden verse aquí. El edificio Codicen está a sólo unas cuadras del Parlamento, en cuya fachada se garabateó un graffiti antigubernamental. Es difícil recordar una huelga de educación en cualquier otro lugar que haya terminado en un caos similar.

Por lo general, la perspectiva desde la que se ha enfocado el asunto se ha centrado en la presunta brutalidad policial - un tema recurrente en Uruguay. La izquierda está tan centrada en los derechos humanos, y en las referencias a los años 1970, que la policía carece del respaldo incondicional del gobierno, automático en casi cualquier otro país. Esto deja a la policía - sin financiación suficiente, deficientemente preparada y, en muchos casos, viviendo en los mismos barrios que los criminales - asustada a la hora de actuar por miedo a terminar en los tribunales, lo que repercute negativamente en el aumento de la inseguridad en el país. De hecho, puedo afirmar tras más de tres años y medio viviendo en una sociedad todavía muy machista, que apenas conocí a una mujer que, en respuesta a mis preguntas, no reconociera haber sido robada o asaltada en algún momento de su vida.

Para colmo de males, las cifras económicas del segundo trimestre, sumamente deprimentes, se publicaron a finales de septiembre. De forma totalmente inesperada, el PIB cayó un 0,1% en comparación con el segundo trimestre de 2014, agravando la situación de contracción de la economía, que ya cayó un 1,8% en el primer trimestre de 2015. Ahora, por razones tanto internas como externas, parece cada vez más probable no sólo una desaceleración, sino una recesión en toda regla.

Uruguay depende de forma especial de Brasil y China, ambos países actualmente con problemas económicos. No escapará a los efectos de las probables devaluaciones brasileña y argentina en los próximos años; los graves problemas que afectan a Rusia y la zona euro tampoco ayudan. Y como destaca el economista Pablo Rosselli, el gobierno se enfrenta a tres dilemas terribles: entre la competitividad y la inflación (que se está acercando al umbral crítico del 10%); el crecimiento de los salarios reales y el empleo; el gasto público y la reducción del déficit. En cada uno de estos dilemas, la izquierda del Frente Amplio está arrastrando a una administración cansada en una dirección a la que no quiere ni puede permitirse el lujo de ir.

Si, como parece inevitable dado el fortalecimiento del dólar, la inflación supera el 10%, los más duramente golpeados serán los pobres: aquellos a los que el gobierno debería cuidar más. Pero, por supuesto, el mantenimiento del gasto sólo es factible si la economía crece a la par. Ha dejado de hacerlo; por lo tanto, Astori y sus colegas están atrapados.

¿Puede Uruguay encontrar alguna forma para salir de esto? Parece dudoso, sobre todo porque los encargados de hacerlo están tan viejos y cansados. Por primera vez en 11 años en el poder, la izquierda le ha echado un buen vistazo a Vázquez y se ha dado cuenta, para decirlo sin rodeos, que: ¡No es uno de los nuestros!

Por eso, cuando para la sorpresa de los observadores, Uruguay salió de las negociaciones del Acuerdo de Servicios (Trade in Services Agreement - TISA) - que ha demostrado ser igual de polémico que su hermano mayor más famoso, el Tratado Transatlántico de Comercio e Inversión (Transatlantic Trade and Investment Partnership – TTIP) -, se puso en evidencia un caso claro de cola que mueve al perro: el gobierno cedió a la presión de los sindicatos. Y el hecho de que Vázquez cediera, antes de que se supiera qué implicaría el acuerdo, puso de relieve su pérdida de autoridad, ya evidente durante la campaña electoral del año pasado, pero que también pudo verse de manera diáfana durante la huelga de maestros.

Mientras tanto, Mujica, probablemente el único hombre que podría devolverle su auge a la izquierda, ha fracasado lamentablemente en el intento, y sigue hablando líricamente de un mundo de fantasía, irreconocible para casi todos los uruguayos. A este observador no le ha pasado por alto que las cosas empezaron a ir mal en Uruguay en el momento en que a Pepe le descubrieron en los escenarios internacionales y empezó a preocuparse más por su imagen allá que por la política doméstica.

Jalado por la izquierda y la derecha, el Frente Amplio está prácticamente roto – aunque teniendo en cuenta que siempre ha sido una coalición más bien suelta, tal vez lo que debería sorprender es que haya durado tanto. Si podemos imaginar un partido de gobierno cuyas dos figuras más importantes y poderosas fueran un Tony Blair de 75 años y un Jeremy Corbyn de 80 años, entenderemos lo imposible que es resolver el entuerto. La administración uruguaya se ha enfrentado a más dificultades en seis meses que en los 10 años anteriores; pero los problemas parece que irán a más.

Tal vez mucho de todo esto sea normal. Los gobiernos siempre se deterioran después de más de una década de ejercicio. La economía también es cíclica. Pero en todo esto hay una parábola. Mientras vivamos en un mundo de mercados libres globalizados e interdependientes – o sea, siempre y cuando las grandes corporaciones puedan irse si los gobiernos intentan subir los impuestos –, siempre habrá un límite a lo que la socialdemocracia puede lograr.

Más aún, en el momento en que la socialdemocracia se vuelve demasiado ideológica, o en el momento en que sus frustrados simpatizantes, sin apreciar lo que tienen, le arrastraran lejos del centro, aparecen más y más problemas. Esta fue la triste experiencia de del Partido Laborista en el Reino Unido cuando prescindió de Blair. Y pese a todos sus considerables logros, parece cada vez más probable que este sea también el destino del primer gobierno de izquierdas genuino de Uruguay.

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