Reportaje La Vanguardia, 30.04.2016 Rafael Ramos, corresponsal en Londres
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El ex primer ministro británico intermedió entre chinos y saudíes para la venta de petróleo
Si Tony Blair lo hizo bien o mal en Downing Street como el primer ministro laborista más duradero de la historia es todavía objeto de debate, aunque las mentiras de la guerra de Iraq han manchado para siempre su imagen. Lo que sí ha hecho desde luego, desde que abandonó a la fuerza el poder en el 2007, es mucho dinero. Muchísimo, y no necesariamente de la manera más escrupulosa.
Si se pone en Google el nombre Blair (ya sea Tony o Cherie) y a continuación el de un dictador cualquiera del planeta, es probable que salga alguna noticia sobre algún negocio entre su complejo entramado de compañías y el personaje en cuestión. El último trato que ha salido a relucir es su intermediación entre miembros de la familia real saudí y del Gobierno chino para la venta de petróleo. A cambio de ponerlos en contacto, el ex premier pasó una factura de 55.000 euros al mes, más una comisión del 2% sobre cualquier negocio futuro.
Tony Blair se ha convertido en un fixer, un intermediario de lujo que vende sus contactos al mejor postor y ha amasado una fortuna estimada en 90 millones de euros, parte de ella invertida en una docena de mansiones, pisos y apartamentos en Londres y la campiña inglesa, algunos a nombre de sus hijos. Cuando en 1997 llegó a Downing Street vendió la casa familiar de Islington, y Cherie Blair se tiró de los pelos al subir poco después el mercado inmobiliario y descubrir lo mucho que habría ganado de haberla conservado unos años más. En Westminster se cuenta que le hizo prometer entonces a Tony que, una vez retirado, ese sacrificio sería ampliamente compensado. Y vaya que lo está siendo. Ningún líder británico ha ganado tanto dinero como él a base de ofrecer contactos, consejos e influencia.
En el año 2010, según documentos que han llegado ahora a posesión de The Guardian, Blair ejerció de intermediario para que la cúpula política de Pekín diera su bendición a la compra de petróleo a una empresa llamada PetroSaudi, con sede en Londres y conexiones con la familia real wahabí a través del príncipe Turki bin Abdullah, hijo del entonces rey. El negocio está siendo investigado por la Autoridad de Servicios Financieros (FSA), reguladora de la City.
Fuentes de TBA (Tony Blair Associates, como se llama la empresa del e x p) han salido al paso para asegurar que no hay nada ilegal en ejercer de lobbista de lujo, y tampoco un conflicto de interés entre representar a la familia saudí y el papel que ejerció durante años como mediador en el proceso de paz de Oriente Medio. Pero una cosa es la legalidad y otra la moralidad, y no digamos la transparencia. Y si algo no son los negocios de Blair es transparentes, escondidos detrás de organizaciones caritativas y dos empresas, Windrush y Firerush, entre las que reparte sus ingresos, y de las cuales una está sujeta a las reglas de las autoridades financieras británicas y la otra no. La operación entre chinos y saudíes no es más que la punta del iceberg. Blair ha hecho de asesor de los gobierno no necesariamente democráticos de los Emiratos Árabes, de Malasia, de Kuwait, de Kazajistán, de Guinea, de Sudán y de una larga lista de dictaduras, recomendándoles la mejor manera de lidiar con la oposición, perpetuarse en el poder y desarrollar una buena imagen internacional. Y detrás de él va generalmente su esposa, Cherie, con su propia compañía llamada Omnia Strategy, para acabar de rematar la faena en lo que a dinero se refiere. Sus muchos enemigos no han conseguido hasta ahora la manera de llevarlo ante el Tribunal de La Haya por supuestos crímenes contra la humanidad en relación con la guerra de Iraq, pero al mismo tiempo le buscan las cosquillas por sus actividades financieras.
Y a la hora de buscar clientes no se trata tan sólo de gobiernos. Como asesor del banc o JP Morgan, Blair ha ganado 1,3 millones de euros al año; como asesor de la aseguradora Zurich International, 600.000 euros; como asesor de Louis Vuitton y Moët Chandon, del municipio de São Paulo y del régimen de Corea del Sur, cantidades que no se han dado a conocer. Las oficinas de TBA están en Grosvenor Square, junto a la embajada norteamericana, en una de las mejores direcciones de Londres. Viaja por el mundo en jets privados. Se mueve en los círculos de la más alta sociedad. Tiene organizaciones caritativas que le ayudan a reducir impuestos, y para ellas pide dinero a reyes y oligarcas. Dirige una Fundación para la Fe a través de la cual canaliza sus valores cristianos. Y entre unas cosas y otras, gana dinero a espuertas.