A 25 años del derrumbe de la URSS, los rusos añoran el pertenecer a una superpotencia

Reportaje
El Mercurio, 25.12.2016
Erika Lüters Gamboa
Más de la mitad de la población lamenta que el bloque socialista haya desaparecido, y una gran mayoría no se acostumbra a vivir en el nuevo sistema

A 25 años de la desintegración de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), uno de los hechos políticos, económicos y sociales más importantes de la segunda mitad del siglo pasado, los rusos viven una gran contradicción. Disfrutan de una mayor apertura política y acceden a los avances tecnológicos de Occidente, pero añoran la asistencia económica del antiguo sistema y la sensación de pertenencia a una superpotencia, como fue durante gran parte del siglo XX.

Los símbolos más potentes del capitalismo conviven con los monumentos a los líderes del pasado, que dieron forma al régimen marxista-leninista totalitario. En la mismísima Plaza Roja de Moscú, los almacenes GUM -las galerías más elegantes y caras del país- se ubican justo al frente del mausoleo de Lenin, el fundador de la URSS.

Y en la opinión pública aparece la nostalgia: el 56% de los rusos dice lamentar la caída de la URSS, según un estudio del centro Levada.

Para ellos, los casi 70 años de régimen totalitario, la falta de libertad política y religiosa y la represión que mató a millones de personas, ya sea ejecutados, enviados al Gulag o fallecidos por hambruna porque el Kremlin prefirió destinar más recursos a la carrera armamentista que a las necesidades de la población, parecen haber quedado en el olvido.

"El recuerdo de las penurias y de la pobreza ha desaparecido entre las personas de edad avanzada. Y la imagen idealizada de la época soviética sirve de comparación para criticar la situación actual", dijo a France Presse el director del centro Levada, Lev Gudkov.

La escritora Svetlana Alexiévich, Nobel de Literatura 2015, quien ha basado gran parte de su trabajo en la era soviética, comentó a "El Mercurio" que, tras la desintegración de la URSS, "el 90% de la gente despertó en un país desconocido y no sabía cómo vivir. Y hasta ahora las personas no saben cómo vivir en este país y no aceptan el capitalismo. Yo, a menudo, escucho a la gente añorar el socialismo".

Es que la transición hacia una economía de libre mercado no ha sido fácil. "Uno no tenía que sacrificarse en tres trabajos. Todos vivían igual. La vida se gastaba en la vida misma: fogatas, guitarreos, conversaciones, lectura de libros. Hoy es muy difícil permitírselo para uno. En general, el capitalismo, incluso en una variante no tan despiadada como en Rusia de hoy, es un mecanismo muy duro", dijo la autora del libro "El fin del 'Homo Sovieticus'".

Comienzo del fin

Desde su creación en 1922, después de la Revolución Bolchevique que acabó con la era zarista, la Unión Soviética jugó un rol fundamental en el orden mundial y es difícil entender el siglo pasado sin su existencia.

Luego de ser una pieza clave en los principales acontecimientos políticos, sociales y económicos globales, su declive se gestó entre 1985 y 1991. Tuvo como protagonista al último Presidente soviético, Mijaíl Gorbachov, quien ascendió a la cima del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) tras la muerte de Konstatin Chernenko.

Entonces el mundo comenzó a familiarizarse con dos conceptos: Perestroika y Glasnost. Reestructuración y transparencia. Con ellos, Gorbachov explicaba su ambicioso plan de reformas.

El líder soviético impulsó cambios en las empresas del Estado para dar mayor autonomía a sus directivos. Permitió la formación de partidos políticos y rebajó la censura. Aprobó una amnistía que liberó a los presos de conciencia -incluido el físico nuclear, pacifista y defensor de los DD.HH. Andrei Sájarov-y rehabilitó a las víctimas de las purgas de Stalin.

Promovió la distensión con EE.UU., lo que llevó a que en junio de 1988 el Presidente Ronald Reagan viajara a la URSS, el mismo bloque al que en 1983 había llamado "imperio del mal". Fue el cuarto encuentro entre los líderes de las superpotencias en tres años.

En 1990, Gorbachov obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su contribución al entendimiento entre este y oeste a través del diálogo y la negociación.

Su popularidad aumentó en Occidente, pero las tensiones en el PCUS acorralaron al líder soviético en medio de una lucha entre los comunistas de la vieja guardia, que vieron en la Perestroika un peligro para mantener sus cuotas de poder, y los reformistas, partidarios de un sistema político democrático y de economía de mercado.

Justamente esta crisis en el PCUS, la principal fuerza dirigente y organizadora del sistema político centralizado del Estado soviético, fue una de las principales causas de la caída de la URSS, destaca Olga Lepijina en su libro "Naciones y hegemonías en el espacio postsoviético".

"En ausencia de una nueva ideología unificadora que sustituyera la comunista, el derrumbe de la URSS se hizo realidad", dice la autora.

En el exterior, también surgieron las primeras grietas del bloque socialista. Al derrumbe del Muro de Berlín le siguió la Revolución de Terciopelo en Checoslovaquia y el levantamiento contra Nicolae Ceausescu en Rumania. Luego, los aires de independencia se extendieron a los países del Báltico (Lituania, Estonia y Letonia).

Al menos nueve de las 15 repúblicas soviéticas exigieron mayor autonomía, pero la más dominante, Rusia, presidida por Boris Yeltsin, adversario de Gorbachov, proclamó su soberanía en marzo de 1990.

Construcción nacional

Gorbachov negoció un nuevo tratado para salvar la URSS, pero el 19 de agosto, un sector del Partido Comunista y de las Fuerzas Armadas intentaron un golpe de Estado. Luego, el 8 de diciembre, en forma secreta, los líderes de Rusia, Ucrania y Biolorrusia disolvieron la URSS y establecieron la Comunidad de Estados Independientes.

Impedir por la fuerza que la URSS se desintegrara habría llevado a la nación "a una guerra civil", declaró recientemente Mijaíl Gorbachov, quien al perder todo apoyo presentó su renuncia el 25 de diciembre de 1991.

Un cuarto de siglo después, el Estado ruso está en medio de un trabajo de construcción nacional, que se traduce en la educación patriótica de la sociedad utilizando la historia. "Es un acontecimiento realmente sentido por cada ciudadano de Rusia y del espacio postsoviético, ya que prácticamente todas las familias tienen sus abuelos o bisabuelos combatientes o muertos en la guerra", dice Lepijina.

Según la historiadora, es en este contexto que muchos rusos recibieron con alegría, por ejemplo, la anexión de Crimea (o la devolución, como se interpreta allá). "En general, creo que el proceso de construcción de una nueva identidad todavía no caló tan hondo en la sociedad, pero este proceso sigue. Todavía no pasó tanto tiempo en la escala histórica", sostiene.

Quizá lo que sucede hoy en Rusia se podría resumir en una frase de Putin: "Quien no lamente la caída de la Unión Soviética no tiene corazón. Y el que quiera reconstituirla no tiene cerebro".

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