Columna El Líbero, 15.03.2024 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Hace unos días, José María Aznar, el expresidente de gobierno español, concedió una esclarecedora entrevista al diario ABC en la que señalaba que Estados Unidos -diseñador del orden mundial después de la II Guerra Mundial basado en la fuerza de la libertad, de la democracia, en instituciones comunes y el respeto a reglas compartidas- ha decidido cambiarlo por otra estructura que tendría tres características desde el punto de vista geo-estratégico: “el predominio de la fuerza sobre la norma; la división del mundo en áreas de influencia y el proteccionismo comercial”. Aznar planteaba que Europa se sitúa en esta disyuntiva desde una posición marginal, mientras España ha erosionado su relación de confianza con Washington y no dialoga con la nueva administración.
Mientras el político reflexionaba, me pregunté: ¿Y nosotros? ¿Qué actitud debemos tomar ante la realidad? ¿Hemos logrado una interlocución con la actual administración norteamericana, más allá de algunos congresistas y una burocracia amenazada por la motosierra de Musk? Me preocupa, profundamente, que entremos despreocupados a un terreno minado que compromete nuestra seguridad. Veo coordinaciones entre el mundo político y el empresarial para reaccionar a la imposición de aranceles por parte de Estados Unidos, pero el tema, en el fondo, es mucho más político que comercial. A lo mejor soy yo el que no percibe otras acciones. Ojalá sea así.
Pienso que tenemos, en primer lugar, un desafío de política interna. A pesar de las elecciones generales y de nuestras diferencias, debemos partir por construir una posición como país; producir un diálogo urgente que nos ponga ante la acuciante pregunta de cómo enfrentar un mundo que avanza hacia la carencia de normas, hacia el debilitamiento del derecho que preconiza Aznar y que, a la luz de los hechos, es un proceso que se acelera. Esto involucra un debate entre el gobierno y la oposición, el mundo académico y el militar, el diplomático y el empresarial, y comprende la participación de las principales instituciones del Estado.
En relación con el mundo, percibo que es urgente articular un diálogo con Brasil, el principal actor regional de algún peso mundial. A pesar de las diferencias de tamaño y tipo de desarrollo, compartimos con Brasilia una serie de puntos de vista que van mucho más allá de la mera circunstancia de ser gobernados por dos presidentes afines. ¿Qué significa para ellos y para nosotros asumir con pragmatismo este nuevo desorden? Con una perspectiva hemisférica, este diálogo lo deberíamos extender a México y Canadá y, en lo global, a la Unión Europea y Australia.
En lo que respecta a la seguridad, ¿cuáles son los riesgos reales que enfrentamos y cuáles nuestras fortalezas? En un mundo carente de reglas, ¿cómo defendemos el Tratado Antártico que funciona sobre la base del consenso y que prohíbe el uso militar y la explotación minera en el continente? Acordamos preservarlo para la paz. Admitimos actividades científicas y limitamos las económicas. Sin embargo, Rusia descubrió grandes yacimientos de hidrocarburos allí, bloquea el acceso de Canadá como miembro consultivo y promueve a esa posición a Belarus, su incondicional aliado. En el campo de la pesca, China ha desarrollado enormemente la extracción de krill en aguas antárticas y, junto a Rusia, veta la protección de áreas marinas protegidas. ¿Qué pasaría con el Sistema Antártico si los Estados Unidos se pliegan a estas dos potencias?
En un mundo convulsionado, los pasos australes e Isla de Pascua en la mitad del Pacífico pasan a tener un valor inmenso. ¿Estamos haciendo algo por su protección? Si se deteriora el entorno económico regional, ¿cómo mejoramos el control de nuestras fronteras ante la inmigración?
En relación con la Argentina, hoy tenemos una cierta diferencia estratégica a favor, pero debemos preguntarnos, ¿qué significan sus compras militares recientes y cuál es su impacto en nuestra soberanía territorial y marítima? A mediados del año pasado el Ministerio de Defensa trasandino recibió un crédito adicional al presupuestado por US $1.900 millones. Pocos meses antes había anunciado la compra de 24 aviones F-16 a Dinamarca y hace pocas semanas, la prensa informó sobre la disputa entre astilleros franceses y alemanes para asignarse la construcción o venta de tres submarinos que permitirían a Argentina recuperar sus capacidades en ese campo. A esto se suman adquisiciones varias para el Ejército. Independientemente de lo bilateral, se ha proclamado públicamente un “alineamiento” de Buenos Aires con Washington, por lo que es lícito preguntarnos si estas nuevas capacidades se ordenarán, o no, junto a las de Estados Unidos.
Me parece imprescindible despejar dudas, lograr entre ambos países la mayor transparencia, más todavía cuando nuestros mandatarios no se hablan, y no faltan consejeros que quisieran establecer una “solidaridad ideológica”, absolutamente contraproducente para tratar con Argentina.
A fines de 1995 establecimos con ellos un Memorándum de Entendimiento por el que creamos un Comité Permanente de Seguridad (COMPERSEG), que debía reunirse semestralmente a nivel de subsecretarios de Relaciones Exteriores y Defensa. La última reunión se realizó en abril de 2024, después de dos años de parálisis. Según la versión entregada a la prensa, se discutieron “variados escenarios de conflictos que están afectando la convivencia internacional; la participación en operaciones de paz; el futuro de la Fuerza de Paz Conjunta Combinada Cruz del Sur, y la implementación de la Resolución 1325 (sobre Mujeres, Paz y Seguridad)». En el comunicado argentino se agregan temas de relleno como el rol de las nuevas tecnologías, acuerdos de cooperación académica, asistencia humanitaria y otros de similar tenor. Es decir, a nivel político, el diálogo con Argentina sobre temas de seguridad no existe. En los días que corren, resulta crucial restablecerlo sin grandes delegaciones, pero con temas de fondo.
En el campo de la inversión, ¿qué reflexión nos merece la America First Investment Policy (AFIP), de EE.UU? A través de ella se redefinen las cadenas de producción globales según una óptica de seguridad y resiliencia internas. Las futuras inversiones en Estados Unidos estarán abiertas a “aliados y socios” (¿lo somos?) y limitadas para la R.P. China (incluyendo las regiones especiales de Hong Kong y Macao), Rusia, Irán, Cuba, Corea del Norte y “el régimen venezolano de Maduro”, todos los cuales son definidos como “adversarios externos de los Estados Unidos”.
Es evidente que China ha usado la libertad económica para desarrollarse tecnológicamente, renovar industrias estratégicas, hacerse de patentes. En todo el mundo occidental se están levantando barreras a su inversión. La AFIP la extiende a áreas como suministros alimenticios, tierras, salud, fondos de pensión, fundaciones universitarias y otras. Además, revisarán los fondos de inversión de terceros países que puedan camuflar capitales chinos, y las sanciones se aplicarán en proporción a la “distancia verificable e independencia de las inversiones predatorias”.
Es un tema para analizar que rompe con lo que hemos defendido hasta ahora, pero está propiciado por Estados Unidos, el principal inversionista en Chile (US$ 20.510 millones el 2024) y cuarto destino de la inversión chilena en el exterior. No obstante, aquí aún estimamos que el ingreso de capitales es libre y basta el cumplimiento de formalidades ante el Banco Central. Vivimos en Babia.
Cuando chico oía mucho el dicho: “Agárrate Catalina, que vamos a galopiar”. Presiento que comenzamos a trotar y la Catalina anda “mirando p’al lao”.