Agradar o deslumbrar

Columna
El Líbero, 08.03.2025
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

El viraje producido en la política internacional significa que con Donald Trump ya no estamos frente a un mundo en construcción. Nos encontramos ante el deseo del gobernante más poderoso de la tierra -con el respaldo de su Congreso y su opinión pública- de abandonar el esquema valórico en lo político que nos ha guiado, y encantar a los norteamericanos en su nacionalismo, su supremacía económica, o la centralidad de sus intereses. El resto del mundo y lo que opinen los distintos líderes y medios de comunicación importa bien poco en la Casa Blanca en estos días.

Durante la campaña electoral norteamericana todos fuimos advertidos del alza de aranceles para equilibrar el déficit de cuenta corriente de ese país, que constituye un quebradero de cabeza desde los años 70. También fuimos advertidos de lo que quería para Ucrania y se vislumbraban fuertes presiones por el insuficiente gasto militar europeo. Muchos tenían previstas medidas de respuesta, pero casi nadie pensó en ajustes. Ahora, tenemos que movernos en las coordenadas de la realidad. El mundo que nos toca vivir es lo que es, y no lo que quisiéramos que fuese.

Los panameños, amenazados por Trump durante sus primeros días en la Casa Blanca, entendieron que no era cuestión de discutir si China tenía o no influencia sobre el Canal. No la tenía, pero daba lo mismo. Lo importante era acomodarse. Primero, denunciaron el Memorándum de Entendimiento entre Panamá y China de 2017 sobre el proyecto “La franja económica de la ruta de la seda y la ruta marítima de la seda del siglo XXI”. Esta semana, les tocó el turno a los puertos. Un consorcio conformado por BlackRock Inc., Global Infrastructure Partners y Terminal Investment Ltd (TIL) anunció que controlará Balboa y Cristóbal, a la entrada y salida del Canal. Los activos pasaron de manos de una empresa con sede en Hong Kong a dos entidades norteamericanas y la italiana TIL, controlada por Mediterranean Shipping Company. La operación global fue de unos US$ 22.8 mil millones. Se nos ha hecho creer que se trató de una operación comercial, pero el estado panameño a través de su Procuraduría General y el Tribunal de Cuentas había entablado acciones contra los chinos por violar presuntamente la Constitución. ¡Qué casualidad!

Esto le permitió a Trump decir el martes en el Congreso que el Canal estaba en camino de recuperarse para los Estados Unidos, algo que enfervorizó a algunos congresistas y al nacionalismo norteamericano, pero enfureció al presidente panameño, José Raúl Mulino. No obstante, su reclamo quedará ahí y la verdad da lo mismo. Son las nuevas reglas del juego.

También en Taiwán están procurando ajustarse a Trump a toda velocidad y por varias razones. La primera y más importante, para mantener el compromiso norteamericano en la defensa de la isla en caso de un ataque militar chino. También, para evitar la aplicación de aranceles a partir de abril, al situarse entre las diez economías con mayor superávit en la relación comercial con Estados Unidos (US$ 65 mil millones), particularmente en semiconductores.

A mediados de febrero, el presidente Lai Ching-te anunció que su gobierno incrementará este año el gasto militar a un 3% del producto (hoy representa un 2,45%). Era un anuncio prometido, pero incumplido. De acuerdo con la visión de Jennifer Kavanagh y Stephen Wertheim, autores de un artículo al respecto en Foreign Affairs, este incremento es insuficiente si precisan asumir su propia defensa, como pretende Trump. Agregan que es fundamental que destinen al menos un 4% del producto en defensa antes del 2030 (Israel desembolsa cerca del 5%); cambien su estrategia de compra de armamento; tripliquen o cuadrupliquen su arsenal de misiles anti barcos; incrementen la fabricación local de municiones; mejoren la defensa en la costa este; revisen la política de conscripción obligatoria para extenderla a dos años; preparen a los soldados para un combate real, entre otras medidas.

En el campo comercial y evitar los aranceles anunciados para abril, el gobierno de la isla hace malabares. Convenció a Taiwan Semiconductor Manufacturing Company (TSMC), fabricante del 90% de los chips más avanzados del mundo, de incrementar fuertemente sus inversiones en Estados Unidos para mejorar la imagen. Esta semana, el fundador de TSMC, Morris Chang, compartió con el presidente en la Casa Blanca y anunció una inversión de cinco nuevas plantas por US$ 100 mil millones en EE.UU. Estas se suman a otras tres anunciadas el año pasado, actualmente en construcción en Phoenix, por US$ 65 mil millones. Quieren hacer todo lo posible para desmentir el mito que la manufactura de chips en manos de Taiwán perjudica a EE.UU., y contribuir para que el 2032 se fabrique en Norteamérica el 28% de los semiconductores más avanzados del mundo.

Complementariamente, Taiwán pretende equilibrar su balanza comercial prometiéndole a EE.UU. comprar gas natural licuado (GNL) una vez que expandan la producción. Con ello, procuran aumentar el peso norteamericano entre los suministradores de GNL y mejorar su relación estratégica. Siguen el ejemplo de Japón, cuyo primer ministro también le ofreció a Trump estar entre los primeros compradores del producto energético para equilibrar el comercio.

No obstante, creo que estas maniobras son juegos de prestidigitación. Temo que Washington no se deja seducir por estrategias interesadas sino por números duros, porque no tenemos líderes capaces de deslumbrar y tampoco un destinatario que se deje asombrar.

Permítanme una anécdota para ilustrar lo anterior. En enero de 1941 la opinión pública norteamericana era muy reticente a involucrarse en Europa, renuente a apoyar a los británicos que eran los únicos que sobrevivían al avance de Hitler. Francia, Holanda, Bélgica habían capitulado y otros se habían declarado neutrales. Un intenso bombardeo hacía añicos Londres, y en Washington ya se los daba por derrotados. Hitler y Stalin se habían repartido Polonia, y en el este diversos gobiernos cooperaban con Berlín. En esas circunstancias, el presidente Roosevelt envió a Londres a Harry Hopkins (confidente y asesor suyo) para hablar con Winston Churchill. Este comprendió enseguida que la visita le abría una ventana para convencer al norteamericano sobre la necesidad de suministrarle equipos militares, inteligencia y, eventualmente, para que Estados Unidos entrara en la contienda, que a su parecer se ganaría o perdería en el Atlántico. Había que deslumbrar a Hopkins y a Roosevelt.

Una noche, Churchill reunió en Chequers a Hopkins con miembros de la sofisticada sociedad que resistía. Para ello, removió los escombros de Londres buscando entre las ruinas los más exquisitos manjares; el espumante francés de la mejor calidad, los vinos y pescados superiores. Había que demostrarle al visitante, y por su intermedio a su jefe, que la voluntad de lucha de los británicos no se doblegaba ante el desafío, y que esa era la madera original de la que estaban hechos los Estados Unidos y el propio primer ministro. El deslumbramiento surtió efecto. Churchill obtuvo de Roosevelt una reunión en el USS Augusta en Terranova a mediados de agosto de 1941, donde los ingleses sacrificaron su imperio, pero obtuvieron un primer compromiso en la Declaración Conjunta llamada “Carta del Atlántico”. Unos meses más tarde, los japoneses hicieron el resto.

El drama de hoy es que no existen personas de la talla de Churchill (menos en nuestra región) y tampoco quien sepa interpretar un mensaje deslumbrante. Peor aún, si hubiera alguien, capaz que se produjeran malentendidos. ¿Qué lectura podría del recado el organizador de concursos Miss Universo? Tal vez tenemos que topar fondo para entender la diferencia entre agradar y deslumbrar.

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