AMLO y Perú, lo espurio de lo espurio

Columna
El Líbero, 06.03.2023
Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)

Los gruesos epítetos lanzados estos últimos días por el hablantín Mandatario mexicano hacia la democracia peruana son del todo inusuales dentro de las prácticas diplomáticas de aquel país. Rozan lo obsceno.

Sin embargo, en el contexto latinoamericano, no lo son. Hay registrados numerosos ejemplos de intromisión, opiniones indebidas, anatemas y excomulgaciones. Nos gusta opinar de manera desmesurada de cuanto acontece en el vecindario. Es como si permanentemente estuviésemos molestos con las facetas A, B o Z de quienes viven en las cercanías.

Por eso, tildar de espurio el proceso político interno de un país donde ha predominado el esfuerzo por mantenerse apegado a la Constitución vigente, sugiere un caso patológico. Y es que las diatribas de López Obrador ocurrieron en paralelo a su reacción encolerizada contra adversarios internos, congregados por miles en el Zócalo del DF hace unos días. Al Mandatario le molestó que exigieran respeto por las instituciones.

El escenario de estos nuevos dislates fue ese podio ya tan característico, desde donde impreca sus famosas “mañaneras”. Instalado allí, y con el índice levantado, el veterano “animal político” imagina cualquier cosa. Divaga a destajo. Hace afirmaciones, que luego niega, e incursiona de manera inverosímil en la historia. Ensalza, acusa y lanza maldiciones sin filtro alguno. Por estos días, la democracia peruana y los manifestantes en favor de la democracia en México son sus blancos favoritos.

Parafraseando al Rey Juan Carlos, AMLO es “un desastre sin paliativos”. Con esa frase, el exmonarca español describía los dolores de cabeza que le daba el presidente heredado del franquismo, Carlos Arias Navarro al comenzar la transición. Así lo recuerda recientemente un análisis publicado por el Real Instituto Elcano.

En tal contexto, cuesta afirmar si la satanización de la democracia peruana por parte de AMLO debiera sorprender o no. Por cierto, cualquier conocedor de la realidad peruana podría detallar los aspectos medulares, tanto de la crisis de partidos, como de esa impresionante vorágine de cambios en la Presidencia de la República que afecta al país.

Perú claramente no es el optimus civis. Sin embargo, calificar de “espurio” su actual proceso político y diabolizar a su presidenta, es incorrecto y sumamente agresivo.

Sin embargo, hay elementos como para sostener que, con su perorata anti-peruana, AMLO ha violentado la propia tradición diplomática mexicana.

Sabido es que en México impera desde 1930 un criterio rector, llamado doctrina Estrada, un documento útil para su histórica diferenciación de la política exterior de los demás países latinoamericanos, donde predomina la sinuosidad y la inconsistencia.

Estrada dio temprana respuesta a las siguientes preguntas capitales: ¿Deben los gobiernos opinar acerca de la legitimidad o ilegitimidad del régimen de otro Estado? ¿En qué consiste la figura del reconocimiento? Su planteamiento fue prescindir de cualquier ideología, llamando a respetar el derecho de cada nación a escoger libremente el régimen político que más le convenga. Estos señalamientos fueron complementados en los sesenta con el llamado Corolario Díaz Ordaz (por el presidente de entonces), que subrayó la posición mexicana de darle continuidad a sus relaciones diplomáticas con todos los países iberoamericanos, evitando opinar más allá de lo estrictamente necesario.

La doctrina Estrada exhibió -hasta ahora- dos excepciones. En 1945, México reconoció de jure al gobierno republicano español (en el exilio) y no a Franco, situación que se mantuvo hasta iniciada la transición española a fines de los setenta. Sin embargo, haciendo gala de un gran pragmatismo, México y España mantuvieron estrechísimas relaciones comerciales y culturales en ese período. La segunda excepción ocurrió en 1973, cuando Luis Echeverría rompió relaciones diplomáticas con el gobierno militar en Chile.

Por lo tanto, los duros epítetos de AMLO, que ya han provocado el retiro de embajadores, obligan a insistir en los principios establecidos en la doctrina Estrada. Curiosamente, esto a AMLO no le inquieta en lo más mínimo. Sus influencers y logógrafos (generadores de opinión) han optado por insistir que México asiste a una nueva gran excepción.

Si tal fuere el caso, corresponde interrogarse entonces sobre el motivo tenido en cuenta para provocar esta inédita tirantez, en ausencia de motivaciones objetivas.

Dado que López Obrador pertenece a esa estirpe de hombres “no de ideas, sino de ocurrencias”, como calificaba Octavio Paz a los líderes del PRI de antes, su molestia con la democracia peruana pareciera haber surgido tras esa multitudinaria concentración en su contra en el DF. Y, lo principal, a la fuerza de la demanda de éstos en orden a acabar con el irrespeto a la autonomía de órganos esenciales de la democracia mexicana. Puede sonar sorprendente, pero el hilo argumentativo contra Dina Boluarte permite establecer tal conexión.

La presidente peruana -según AMLO- estaría apoyada por los poderes fácticos, las harpías oligárquicas, el fascismo, el imperialismo y todas esas deidades malignas que pueblan la cabeza de los populistas de hoy. López Obrador juega con la victimización.

Por cierto, no es muy original, pero en esa lucha bíblica entre “ellos” y “nosotros”, sus simpatizantes deberían acercar posiciones. De paso, solidarizar con ese incomprendido y humilde maestro rural sacado del poder por un contubernio de enemigos, tan nocivos como los que habrían movilizado a esos manifestantes en su contra. Progres del mundo uníos, tal podría ser el gran lema de AMLO.

Independiente de sus motivaciones, la anatemización de la democracia peruana es una jugada de muy corto alcance. Sólo un obtuso no acepta que Boluarte ha seguido, y con energía, los procedimientos previstos en la Constitución, siendo incluso muy cuidadosa en poner atajo a todas las deformaciones posibles.

Además, con el paso de los días va quedando en claro que, a pesar de haber sido originalmente aliada de Castillo, poco a poco va sorteando emergencias y dejando atrás la lamentable figura de su antecesor. El tiempo irá advirtiendo también a la clase política peruana sobre los elevadísimos costos de haber elegido a un presidente chapucero, incapaz de darle un rumbo a su país. Para el registro anecdótico, pero útil para la reflexión, quedará su total impericia incluso para ejecutar su autogolpe.

Llama profundamente la atención que, en su capricho anti-peruano, AMLO ni siquiera repare en un hecho nada menor. El sistema democrático peruano ha resistido vendavales. Ha seguido los procedimientos constitucionales establecidos, y no sólo ahora con el caso Castillo, sino también en todos los casos de destitución presidencial previos.

Pese a los alborotos en el Congreso y desórdenes callejeros, en Perú se ha respetado, hasta ahora, la letra y el espíritu de las leyes, incluyendo a las FFAA. Aún más, habiendo tenido una elección presidencial rayana en lo grotesco con más de 20 candidatos, no ha habido intentos de apartarse de aquello que denominamos the rule of law.

En consecuencia, parece del todo evidente que haber atizado el fuego doméstico a costa de violentar el espíritu de la doctrina Estrada, ha tenido y seguirá teniendo costos importantes. AMLO ha obsequiado una nueva ópera bufa.

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