Andar solo por el mundo

Columna
El Mercurio, 22.10.2022
Heraldo Muñoz fue canciller de Chile entre 2014 y 2018.

Hay quienes preferirían que Chile anduviera solo por el mundo, puro e impoluto, sin acuerdos de libre comercio —supuestamente impuestos a un país sin voluntad propia— y, especialmente, sin el Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico, CPTPP por sus siglas en inglés, mejor conocido como TPP11.

Hemos leído declaraciones, reminiscentes del siglo pasado, rechazando el TPP11 por presuntamente reflejar un proyecto neoliberal e ir en contra de “un sistema económico internacional antiimperialista”. Seguramente el gobierno socialista de Vietnam, así como los gobiernos progresistas de Nueva Zelandia, Canadá, Perú y México, no se han percatado de que el tratado —que dichos países ya ratificaron— es expresión de la globalización neoliberal y tolerante del imperialismo.

Una suerte de neo-soberanismo imperante en algunos sectores políticos no solo rechaza el TPP11, sino además la política de apertura comercial de Chile de los últimos 30 años, impulsada con éxito en democracia. Por eso, la organización “Chile mejor sin TPP” amplió su objetivo y cambió su nombre a “Chile mejor sin TLC”.

Cabe recordar la discusión durante la primera vuelta de la campaña presidencial sobre la revisión de los acuerdos comerciales vigentes “para evaluar su pertinencia” y asegurar que no tuviesen “condiciones impuestas”, lo cual, durante la segunda vuelta, evolucionó razonablemente a una modernización concertada de dichos tratados, cuestión que había venido sucediendo regularmente.

Ilustrativo de la reticencia a los tratados de libre comercio ha sido la afirmación de que el CPTPP involucraría ganancias “mínimas” o “marginales” generadas del acceso de exportaciones chilenas a varios mercados del tratado. Este no es un asunto técnico, sino que político: menospreciar esos eventuales ingresos por exportaciones, en un contexto de estrecheces económicas, cuando toda creación de empleos resulta social y éticamente esencial, es un serio error. Asimismo, se ignora la acumulación de origen, que significa que los bienes que se elaboran en cualquiera de los Estados parte del tratado se consideran nacionales, abriendo oportunidades para agregar valor a nuestros productos de exportación, generando encadenamientos productivos al interior del bloque.

En tiempos recientes, el orden global basado en normas se ha visto severamente debilitado; la Organización Mundial de Comercio ha perdido gravitación por el estancamiento de la Ronda de Doha que se proponía impulsar una liberalización comercial global; el proteccionismo impulsado por el entonces presidente de EE.UU. Donald Trump no ha sido revertido del todo por su sucesor, Joe Biden; la pandemia ha golpeado el multilateralismo; la confrontación comercial entre EE.UU. y China se ha agudizado; y la invasión rusa de Ucrania ha traído consigo efectos negativos globales por las sanciones económicas entre EE.UU. y Europa, por un lado, y Rusia por el otro.

Ante este escenario, muchos países han buscado refugio en bloques de integración regional, en tanto se imponen conceptos como near-shoring y friend-shoring para asegurar las cadenas de suministros junto a países más cercanos geográficamente, o aliados. La conformación de macrorregiones integradas permite, por lo demás, crear cadenas regionales de valor.

Asia-Pacífico se ha consolidado como el centro de gravedad del mundo, produciendo un 60% del PIB mundial y dos tercios del crecimiento global; es decir, se trata de la región económicamente más pujante del siglo XXI.

Atinadamente, el presidente Gabriel Boric, días después de su inauguración, afirmó que Chile es un país que continuará activamente inserto en el mundo, agregando lo siguiente: si bien “el centro del mundo durante siglos fue el Mediterráneo, luego el Atlántico, hoy podemos decir que ha girado al Pacífico; por tanto, las relaciones con Asia-Pacífico son relevantes”.

Complementando lo manifestado por el presidente, en un contexto de crisis de seguridad, enfrentamientos comerciales y desafíos económicos, asociarse más profundamente a la región Asia-Pacífico es apostar por la región del futuro, con un acuerdo como el TPP11 —al que muchos países quieren adherirse, desde China al Reino Unido—, que contiene compromisos de última generación sobre comercio de bienes, servicios, inversiones y contratación pública, entre otros aspectos, provisto, además, de los más altos estándares en materia ambiental, género, derechos laborales, apoyo a las pymes, anticorrupción y otros resguardos.

Los cuestionamientos al CPTPP, que ahora han quedado reducidos básicamente al sistema de solución de controversias inversionista-Estado, dejan entrever una desconfianza de sectores del oficialismo hacia la política comercial de los últimos 30 años, y una señal confusa respecto a la inversión externa. Tal desconfianza contradice el programa “Invirtamos en Chile” lanzado por el gobierno del presidente Boric, que incluye fortalecer la inversión extranjera.

Las autoridades nacionales tienen la obligación de expandir nuestro comercio internacional y generar empleos de calidad, asociando a nuestro país a los grupos regionales más dinámicos de la economía mundial. Las grandes potencias pueden darse el lujo de moverse en solitario pues tienen el poder para imponer sus intereses. Pero los países medianos y pequeños, como Chile, necesitan integrarse a bloques multilaterales potentes con oportunidades y normas claras. Siguiendo el compromiso presidencial, Chile debe seguir avanzando en el camino de una inserción global activa junto a otros, para evitar andar solo por un mundo crecientemente complejo.

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