Carta El Mercurio, 26.09.2017 Karin Ebensperger
Es una líder atípica. Se hace respetar, incluso querer, dentro y fuera de Alemania, a pesar de ser enemiga del populismo. Representa lo que es una estadista, que piensa en la próxima generación, no solo en su elección. El poder no ha cambiado la tranquila personalidad de esta doctora en física cuántica, que en 2005 se convirtió en la primera mujer que gobierna Alemania y que acaba de obtener un cuarto mandato.
Su gran objetivo y el de Alemania misma, es una Europa equilibrada y en paz. Merkel influye por su consistencia personal, lo que la ha transformado en una confiable conciliadora dentro de la Unión Europea.
Considera que es su deber, y el de su generación de políticos, salvar la unidad tras dos guerras mundiales. Para ella, la Unión Europea de 27 miembros es la clave que ha permitido 50 años de libertad y paz. Y eso es mucho, si uno piensa en 1945, la destrucción de la guerra, la división Este-Oeste, y ve ahora el progreso logrado. Recién en 1989 cayó el Muro de Berlín y hasta 1991 existía la URSS y la amenaza nuclear.
Esa historia reciente no puede soslayarse cuando se analiza la Unión Europea, creación única de la modernidad, integrada por gobiernos constitucionales, liberales y democráticos.
Alemania se lleva el esfuerzo principal, por su posición central, tanto física -impuesta por la geografía- como económica, lograda con esfuerzo. A diferencia de Gran Bretaña, que por ser isla puede abstraerse de las contingencias europeas, Alemania está en medio de ese continente tan chico, tan potente, tan dividido en numerosos estados nacionales. Angela Merkel goza de respeto generalizado por su coherencia y reconocida calidad moral, que crea ambientes relajados y, al mismo tiempo, elevados. Es buena noticia para Europa y el mundo que siga en el poder, con su liderazgo benevolente en tiempos de grandes desafíos.