“Bolivia se nos muere”

Columna
El Líbero, 28.09.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

Con esa dramática frase resumía Víctor Paz Estenssoro, cuatro veces presidente de Bolivia, la situación que se vivía el 29 de agosto de 1985. El país era carcomido por la hiperinflación, que en un año había llegado al 20.560%. A ello se agregaba el servicio de la deuda, la caída de los precios de exportación de la minería, la baja productividad, el galopante déficit fiscal financiado con emisión, la huida de capitales, un poder sindical desafiante. Era necesaria, decía Paz, una reforma liberal drástica, dar un giro a la política económica, liquidar la minería estatal, recortar el gasto público, asumir el despido de 23 mil mineros, enfrentar al sindicalismo que llamó a paralizar el país. La política de choque, ideada por economistas locales asesorados por Jeffrey Sachs (y Felipe Larraín) dio resultados, pero el despido de los mineros produjo, entre otros efectos, el auge de la producción de cocaína en el Chapare y, con ello, el surgimiento de Evo Morales.

El propio Paz había fundado en 1942 el Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) a partir de la necesidad de reconstruir Bolivia. La Guerra del Chaco (1932-1935) había producido un profundo debilitamiento del Estado, de los partidos políticos, de la oligarquía tradicional, y también reivindicaciones de excombatientes y otros grupos sociales. Se trasparentaron los abusos que la industria minera cometía en complicidad con el poder político. Diez años más tarde, como Mandatario, Paz nacionalizó la minería, amplió el sufragio, introdujo la seguridad social, inició una amplia reforma del Estado, del agro, de la educación y fortaleció el sindicalismo. Fue el periodo en que el MNR se erigió como partido hegemónico al construir un proyecto nacional y popular, fortalecer el sindicalismo y erigir un Estado fuerte donde no lo había, tal como ocurrió décadas más tarde con el Movimiento al Socialismo (MAS) creado por Evo.

El proyecto político hegemónico del MNR de 1952, que gobernó Bolivia en siete ocasiones, se disolvió con los años fragmentándose en al menos seis agrupaciones. Hoy no tiene representación en ninguna de las dos corporaciones legislativas y los partidos escindidos de su seno, tampoco.

En los días que corren es el MAS el partido hegemónico. Ha acumulado un enorme poder desde su primer gobierno en 2006. Su maquinaria se basa en el control de las instituciones estatales; en el manejo antojadizo de los espacios de libertad; en la brutal represión de opositores (casos Camacho y Añez); en la cooptación de liderazgos políticos, departamentales, sindicales, indígenas o empresariales; en la participación del Estado en la economía, en particular sobre los llamados sectores estratégicos; en la creación de innumerables empresas y agencias estatales intrusivas; en el poder que le otorga al Estado ser el primer comprador y contratista del país; en el crecimiento anual de un 10% de la planta de empleados públicos (600 mil); en un patrón ideológico donde destacan las palabras “soberanía”, “descolonización”, “despatriarcalización” o “revolución democrática cultural”; o en la irrupción del narcotráfico y los distintos negocios ilícitos a manos de “familias” o fracciones del MAS.

La llegada al poder de Luis Arce significó un relevo de figuras al interior de esta enorme maquinaria que marginaron parcialmente a Evo Morales y sus partidarios. Se produjeron cambios generacionales, de estilo, de arraigo en otros grupos. De allí proviene el conflicto actual en La Paz y El Alto, en que Evo le da un ultimátum a Arce para que reforme el gabinete, produzca cambios imposibles, o renuncie. De lo contrario, amenaza con bloquear el país mientras extensas zonas del Oriente se incendian, literalmente. Por su parte, la canciller denuncia a Evo por golpista ante la comunidad internacional y organismos de derechos humanos.

Esta mamarrachada es producto de una confrontación intestina sobre la forma como se repartió el poder hegemónico bajo esta administración (particularmente los negocios) y la posición de ambos bandos cuando está por iniciarse el proceso que conducirá a las elecciones generales del 17 de agosto de 2025, donde se elegirán un nuevo presidente y vicepresidente; 130 escaños de la Cámara y 36 del Senado. Existe la posibilidad que las dos fracciones se presenten por separado y pierdan el poder. Para el Grupo de Puebla, que desaparezca un importante bastión de izquierda en América del Sur es catastrófico.

De allí las mediaciones entre Evo y Arce conducidas por José Luis Rodríguez Zapatero, muy desacreditado por ser instrumental a Maduro; Lula y Amorim, y los cubanos. La tarea no es fácil dado el caudillismo en el MAS y su voluntarismo, ignorancia y emocionalidad. Evo Morales sigue siendo poderoso y rencoroso, maneja bien el mundo cocalero y la movilización callejera. Sin embargo, constitucionalmente no puede presentarse, arrastra un alto índice de rechazo (menor al del actual presidente) y Arce está haciendo todo para bloquear a sus partidarios.

La actual administración del MAS se mueve bien entre algunas organizaciones campesinas, indígenas, de mujeres, pero no tiene cómo explicar la brutal caída de las exportaciones de hidrocarburos; la falta de inversión; la importación de combustibles; el enorme gasto público; la pobre proyección de crecimiento de la economía para este año y los dos siguientes (1,5% según el Banco Mundial); el déficit fiscal y de cuenta corriente; el endeudamiento interno y externo; la escasez y restricciones a la circulación del dólar; las dificultades para pagar a proveedores externos; el bajísimo nivel de las reservas (US$ 1.708 millones); las mayores subvenciones y controles de cambio para el control de la inflación; el auge del contrabando (para ayudar a mantener los precios). A pesar de todo, aún no es descartable un acuerdo de última hora en el MAS en torno a una figura equidistante y un descarado intervencionismo electoral que prolongaría su decadencia.

Por lo anterior, pienso que llegó el tiempo para que se produzca en Bolivia un cambio mayor para encauzar el país hacia el futuro. La oposición se encuentra sumamente fragmentada en porfiados caudillismos, pero la sociedad boliviana está anhelando mayores espacios de libertad y quiere acabar con la hegemonía opaca del MAS, recuperar la institucionalidad republicana y la transparencia.

Lamentablemente, nadie en la oposición encarna con fuerza y alcance nacional estas ideas en la actualidad, pero un esfuerzo unificador es imprescindible. También llegó la hora de sintonizar el mayor peso específico del Oriente boliviano en lo económico con un proyecto político de alcance nacional, desde esos departamentos, particularmente de Santa Cruz. Es necesario un diseño de país que sea capaz de reemplazar las ideas fenecidas de Evo y Arce. Es urgente el diálogo entre Manfred Reyes Villa, Carlos Mesa, Jorge Quiroga, Rubén Costas, Samuel Doria Medina, los injustamente encarcelados Luis Fernando Camacho o Jeannine Añez y otros demócratas bolivianos para sacar adelante una candidatura unitaria. De lo contrario, “Bolivia se nos muere”.

Parece extraño que un chileno use este pronombre personal para referirse al país vecino. Sin embargo, es el que corresponde. Podemos tener resquemores y posiciones divergentes partiendo por temas históricos, pero no podemos renunciar a la vecindad, al hecho de tener 850 kilómetros de frontera que nos plantea desafíos a abordar en conjunto. No está en el interés de Chile una Bolivia inestable en lo político; menos aún tener como vecino un Estado fallido, según lo insinuara recientemente el político y economista, Ronald MacLean.

Necesitamos una Bolivia próspera para activar los intercambios, hoy muy lejos de su potencial; para poner en marcha proyectos privados integradores. Necesitamos que exista una Bolivia institucionalmente fuerte para, entre otras cosas, combatir las lacras que nos aquejan a ambos, comenzando con el inhumano tráfico de personas. Necesitamos que, junto a otros de nuestra región, los partidos de centro y centroderecha cooperen con sus pares bolivianos para que acabe el hegemonismo agónico, centralista y totalitario del MAS, por el bien del país altiplánico y de su libertad secuestrada. No dejemos que Bolivia se nos muera.

No hay comentarios

Agregar comentario