Columna El Líbero, 05.07.2025 Fernando Schmidt Ariztía, embajador ® y exsubsecretario de RREE
La reunión Cumbre de los Brics (Brasil, Rusia, India, China, Sudáfrica), conjunto de países a los que se sumaron luego Egipto, Indonesia, Irán, Emiratos Árabes Unidos y Etiopía, se inaugura mañana en Río de Janeiro. A ella asistirá el presidente Gabriel Boric. El encuentro comienza con una serie de bajas significativas entre sus miembros. No asistirán el mandatario chino Xi Jinping; el presidente de Rusia Vladimir Putin, y el presidente de Egipto Abdelfatah El-Sisi. De diez mandatarios convocados, tres no estarán. De estos, la ausencia de China es la más sensible.
Cuando los BRICS se constituyeron hace 16 años, el mundo sufría los coletazos de la crisis económica del 2008, que no fue causada por estos países, pero padecida por todos. Legítimamente, se preguntaron si por su calidad de economías emergentes de gran potencial; por el tamaño de su población; por su peso geográfico; por su grado de industrialización y su abundancia en recursos naturales no debieran tener una voz mayor en la toma de decisiones mundiales, particularmente en la ONU, el FMI o el Banco Mundial. A esto se sumaba su recelo ante la fuerte articulación política demostrada por el G-7 (Estados Unidos, Canadá, Italia, Reino Unido, Francia, Japón, Alemania).
Desde sus inicios, BRICS fue un grupo de países que en lo político aspiraba a compartir el poder mundial, aunque estaba compuesto por tres potencias nucleares (Rusia, China e India), dos miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (China y Rusia) y tres aspirantes al mismo (Brasil, India y Sudáfrica). No había detrás una alineación ideológica, sino un objetivo pragmático. De hecho, Jair Bolsonaro presidió el grupo en 2019 y el expresidente brasileño recibió en Itamaraty, en noviembre de ese año a Xi, Putin, Ramaphosa (Sudáfrica) y Modi (India).
En estos 16 años la política mundial evolucionó hacia una polarización del poder, en cuyo centro se encuentra la percepción del declive norteamericano y el auge chino; así como la invasión rusa a Ucrania, miembro del grupo que violó todos los principios en los que se funda el actual orden internacional. Los BRICS aparecen hoy alineados a China y contrapeso a las potencias occidentales. Mientras, Estados Unidos reafirmó en estos días su impresionante capacidad bélica y el alcance global de su diplomacia al lograr en África un histórico acuerdo de cese de hostilidades entre Ruanda y la República Democrática del Congo, y a punto de lograr otro en Gaza.
Los BRICS pretenden, además, reemplazar la actual arquitectura económica mundial. China es el principal impulsor de una moneda alternativa al dólar para las transacciones internacionales, el mayor contribuyente al Nuevo Banco de Desarrollo y al Banco Asiático para la Inversión en Infraestructura, instituciones que quieren competir con el Banco Mundial. Pretende levantar un orden nuevo que desafía tanto a la moneda como a las entidades surgidas de los acuerdos de Bretton Woods de 1944. La participación de algunos Brics en la Iniciativa de la Franja y la Ruta, promovida por China, es vista también desde esta óptica.
Es decir, el grupo de países que en sus inicios reclamaba una mayor cuota de responsabilidad en el manejo de las cuestiones mundiales, después de una década y media aspira a erosionar el orden político y económico que conocemos, sin ofrecer uno de reemplazo ni una categoría de principios morales y éticos que sustenten dicha aspiración, como no sea el poder en sí mismo. En el propio Brasil algunos especialistas enfatizan estos días una visión de la realidad, según la cual este grupo ofrece una oportunidad al país para aprovechar el auge asiático en beneficio propio.
El poder, dicen, se ha vuelto a ubicar en China o India, como fue hasta hace 200 años. Es más, los países asiáticos de los Brics son para Brasil socios comerciales más relevantes que Estados Unidos o la UE. Por lo tanto, el gobierno debería usar su pertenencia a este mecanismo para incrementar su integración comercial con esa parte del mundo, y también para aumentar su poder político y económico global. Brasil debería actuar como puente entre Oriente y Occidente; comprender “sistemas políticos distintos”; preservar su autonomía estratégica, su pluralidad de alianzas, su defensa del multilateralismo y proyectar su liderazgo en nuestra región. Por otro lado, señalan, los Brics ya habrían superado al G-7 en términos de PIB medido por paridad de compra. Además, los países occidentales y Japón experimentan un declive poblacional mientras los Brics crecen demográficamente.
Los especialistas no definen qué se entiende por “defensa del multilateralismo” cuando Rusia invadió Ucrania y ayer lanzó el ataque más mortífero contra Kiev. No aclaran si incluye el sometimiento de todas las grandes potencias (también de China y de Rusia) al conjunto de reglas acordadas. No explican qué significa comprender “sistemas políticos distintos” para la vigencia de la democracia y el respeto de los derechos humanos como valores universales. Omiten que entre los integrantes de los Brics existe una gran heterogeneidad de políticas económicas y comerciales que repercute en una baja integración entre ellos; que la mayor parte de los BIRICS están más conectados a las economías del G-7, que entre sí. Deberían tener en cuenta, incluso, que para lograr una interacción económica con los países asiáticos es más útil tener una economía abierta que permita acuerdos de libre comercio, como los que ha negociado Chile con aquellos países, que mantener sistemas proteccionistas como los de varios miembros del grupo.
A la actual administración norteamericana le conviene una visión dicotómica del poder mundial para sus objetivos políticos. Son conscientes que al interior de los BRICS existen brechas, países que comparten parcialmente la visión política de Washington sobre China, como India o Indonesia. Por lo mismo, la presidencia brasileña de los Brics prefiere ser cautelosa a la hora de promover políticas demasiado alineadas con China, o contrarias a los intereses norteamericanos. Es por esto que la prestigiosa revista The Economist informó esta semana que están tratando de plantear para la Cumbre de Río temas no controvertidos como cooperación en vacunas; transición hacia la energía verde; estatuto de nación más favorecida como base para el comercio internacional y varios otros que no irriten demasiado a Washington.
A la revista le preocupan otros aspectos como la posición antioccidental del Brasil de Lula que se refleja en el lenguaje usado para condenar el ataque norteamericano a Irán; o la actitud condescendiente hacia Rusia que legitima la guerra en Ucrania; o ser el único líder democrático de peso sentado en el Kremlin durante la conmemoración del fin de la 2a. Guerra Mundial; o el nulo interés por aproximarse a la nueva administración en Washington. The Economist, medio informado y crítico de Trump, observa un cierto servilismo de Lula hacia China, al reunirse dos veces con Xi el año pasado, y al tratar de incrementar sus exportaciones a expensas de EE.UU.
Concluye el articulista que la falta de atención de Trump a los desplantes del brasileño obedecería a dos razones: al enorme superávit comercial que Estados Unidos tiene con Brasil, que quiere mantener; y al poco peso de Brasilia frente a los intereses actuales de Washington.
Ese es el cuadro en el que se desarrollará la visita de nuestro presidente a la cita de Río. Acudirá de la mano de Lula a una cumbre criticada como instrumental al incremento del poder de Planalto y marcada por ausencias importantes. Una vez allí, rozaremos la provocación y la insignificancia ante EE.UU. y, con nuestra presencia, contribuiremos a la “trampa de Tucídides”.