Brasil: el sueño de Lula

Columna
Realidad y Perspectivas, N*114 (abril 2023)
Fernando Schmidt Ariztía, exembajador de Chile en Brasil

El prestigioso diario O Estado de Sao Paulo (Estadão), baluarte del equilibrio del poder interno brasileño, de la democracia y de la independencia periodística, titulaba su editorial hace pocos días: “¿Qué Brasil está de vuelta?” Con ello utilizaba una expresión del propio Lula que aludía al regreso del país a las conductas democráticas civilizadas, la moderación, las tradiciones republicanas y el respeto internacional. Sin embargo, a continuación, el diario formulaba una de las críticas más ácidas al liderazgo presidencial, entre otras razones, por su “voluntarismo megalomaníaco y las improvisaciones que pautean las relaciones internacionales del país”.

Los recientes viajes del presidente brasileño a China y del canciller ruso a Brasilia dejan entrever su pertinaz búsqueda de un papel “gaullista” a escala planetaria y en otro contexto geopolítico. Un rol a tono con “el lado correcto de la historia”, como reza el comunicado firmado en Beijing, que reservaría a Brasil y a Lula un papel preponderante en la reforma del sistema financiero internacional, en el reemplazo del dólar norteamericano como moneda de pago para los intercambios comerciales o en el protagonismo brasileño para alcanzar la paz en el doloroso conflicto ucraniano.

Los países occidentales sintieron lo último como una provocación innecesaria. En aras de un hipotético realismo para la paz en Ucrania no pueden transigir –incluso como región– en principios que nos han caracterizado, como el categórico rechazo al uso de la fuerza para legitimar ganancias territoriales. No podemos relativizar las fronteras establecidas e internacionalmente reconocidas que surgieron a la caída del imperio soviético, sin crear un precedente nefasto en América Latina y el Caribe. Tampoco podemos negar la condición de agresor de la Federación Rusa ni condicionar el derecho a la legítima defensa del país agredido. De no ser así, ¿la solución sería un nuevo Múnich protagonizado por Brasil?

Después del frenesí declarativo de Lula en China y los Emiratos Árabes, sobrevino una seguidilla de aclaraciones y desmentidos forzados por la realidad del rechazo interno y exterior a esa improvisada posición del presidente de Brasil. Entretanto, se producía un clamoroso e incómodo silencio regional (Brasil es Brasil).

Este “voluntarismo megalomaníaco”, al decir de Estadão, tiene a mi juicio tres orígenes principales y varios secundarios. Por una parte, la tradición del Partido de los Trabajadores (PT) de alentar las relaciones entre países a partir de la diplomacia tradicional de Itamaraty y, en paralelo, las relaciones

con partidos o personas afines ideológicamente desde el Palacio de Planalto. Se separan, así, el deber internacional y la norma diplomática del “sueño político”. Para armonizar ambas conductas se recurre a nombramientos de confianza total en la Cancillería a partir del ideario.

Por otro lado, está la brillante figura de Celso Amorim, el verdadero articulador del ensueño de un nuevo papel para Lula y para Brasil en el mundo, ya sea en solitario o junto a los BRICS. Amorim viene precedido de su personal, aunque fallida aventura, por buscar junto a Turquía una salida poco realista al programa nuclear iraní en el 2010.

Por último, pienso que Lula sueña ya con su legado en la historia de Brasil. Algo que deje atrás los años de la corruptela generalizada. Muchos de sus grandes proyectos sociales fueron cooptados por el bolsonarismo y el espacio económico, para generar otras ideas es reducido.

Por lo tanto, la respuesta a este desafío estaría principalmente en el plano internacional, donde conserva un prestigio personal, no intelectual, que ningún líder latinoamericano alcanzó.

Entre los temas secundarios, tal vez los más relevantes sean el suministro de fertilizantes al poderoso y extendido agronegocio brasileño y el papel relevante de Rusia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, donde Brasil aspira a un puesto permanente.

Sin embargo, en América Latina necesitamos un Brasil que lidere con realismo en nuestra región; que ayude a preservar los principios que nos guían y no que los diluya; que sugiera ideas y acciones que permitan armonizar, en aras de la unidad regional, regímenes políticos diferentes sin renuncia de los principios, y no un país con una diplomacia sumida en destinos manifiestos a escala global. Porque, como dice Calderón de la Barca, “el mayor bien es pequeño; que toda la vida es sueño y los sueños, sueños son”.

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