Brasil está de regreso

Columna
El Dínamo, 16.04.2023
Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado y exdiplomático

El presidente Lula está impulsando una activa política exterior como parte de su tercer mandato. En sus anteriores períodos (2003-2011), Brasil tuvo un notable ascendiente regional y global bajo su liderazgo y el de un canciller de excepción, Celso Amorim.

Si nos centramos en la personalidad y el perfil de Lula y nos remontamos al momento de su primera elección como presidente, casi nadie hubiera anticipado un rol tan destacado en el ámbito externo. En efecto, debemos recordar que Luiz Inácio da Silva, el primer mandatario brasileño de origen obrero, hizo su carrera política desde el sindicalismo, con una ideología de izquierda tradicional latinoamericana, que a grandes rasgos implicaba una postura anti-Estados Unidos, antiliberalismo económico y la globalización asociada, así como pro-integración regional, aunque esto último desde lo político y la afinidad ideológica.

Otra posición o un cambio de postura se hacía también más improbable porque Lula no desempeñó ningún cargo público antes de alcanzar la presidencia, a la que postuló cuatro veces para finalmente acceder al Palacio de Planalto en su último intento. No tuvo entonces ocasión de “habitar” el Estado en su larga marcha política y compenetrarse de lo que significa la estatura y el papel de Brasil en materia internacional.

Pero es aquí donde aflora el verdadero liderazgo. Lula, a pesar del escaso o parcial roce internacional en casi todas las dimensiones, incluyendo su total falta de exposición a la “alta política exterior”, comprendió que lo que acontecía fuera de su frontera era determinante para la prosperidad y seguridad del país y además entendió que Brasil tenía todas las condiciones para jugar un rol de primera línea en el escenario mundial, tanto en beneficio doméstico como del sistema internacional.

Por eso se hizo acompañar y asesorar por un gabinete con figuras que fueron funcionales y complementarias a su intención de robustecer la política exterior brasileña y su intercambio económico, con ministros como Guido Mantega (Hacienda) y el ya reseñado Amorim (Relaciones Exteriores).

Brasil, bajo Lula, sorprendió a todos los analistas y probablemente lo posicionó como nunca en la política mundial, incluyendo su ascenso en el ranking económico global. Como icónico recuerdo de aquello quedó la famosa portada del semanario The Economist, con el Cristo del Corcovado elevándose al cielo como un cohete, como metáfora del ascenso brasileño.

Lo que siguió a su presidencia, es conocido. Su sucesora Dilma Rousseff no pudo o no supo mantener el nivel alcanzado, lo que fue acentuado por el deterioro económico global (incluyendo el fin del súper ciclo de las materias primas) y de la política interna, siendo Rousseff removida de su cargo tras un juicio político. Posteriormente accedió al poder Jair Bolsonaro, quien fue un ortodoxo representante del aislacionismo, retirando a Brasil del ámbito multilateral y relegando la política exterior a una función de segundo orden.

La retirada de Brasil en estos años coincidió con un retroceso general en materia de integración regional (sin duda agravada por el ostracismo brasileño) que ha debilitado tremendamente la posición de América Latina en el orden mundial. Durante este lapso ningún líder de la región fue capaz de levantar una alternativa para reconstruir la cooperación y las confianzas. Quien llegó más lejos es México con la resurrección de la CELAC, pero su continuidad se debilitó también en parte por las condiciones de su gestor, el presidente mexicano, quien en el fondo tiene una inercia aislacionista que ha terminado por desfondar su estrategia, además de toparse con el regreso de Lula y su declarada vocación de retomar su ascendiente internacional y regional.

A pesar del difícil contexto doméstico, con una gran polarización y minoría en el congreso, Lula ha reenergizado la política exterior brasileña, intuyendo tal vez que además de tener mayor libertad para actuar en ese plano, esta le puede redituar favorablemente en el ámbito interno.

En los pocos meses que lleva y sin repetir lo analizado en una columna previa, la política exterior brasileña se ha anotado varios hitos. A comienzos de febrero, Lula se reunió con su par Biden en Washington. La breve visita tuvo un significado simbólico, pero también fue la ocasión para que las partes mostraran sus cartas en su política exterior. Por el lado simbólico, Lula rompe con la lógica bolsonarista incluyendo su alineamiento con Trump. Esta fue una forma de decir que lo anterior fue un paréntesis y que Brasil está de vuelta en primera línea. En cuanto a la agenda global, el presidente brasileño dejó en claro que más allá de múltiples coincidencias, especialmente en el apoyo a la democracia, la autonomía estratégica de su país es irrenunciable, lo que incluye posturas divergentes respecto de China y Rusia.

Respecto del país asiático, este ya lleva varios años como el principal socio comercial de Brasil, con un intercambio de USD153.000 millones en 2022, seguido por Estados Unidos con USD89.000 millones. En esa lógica y en el escenario global, Lula también tenía que hacer un gesto con China y por estos días estuvo de visita de Estado en ese país con una nutrida delegación que incluyó a cinco gobernadores, una docena de parlamentarios y más de doscientos empresarios. Así se recompone la relación que políticamente estuvo tensionada durante el período de Bolsonaro.

Además de suscribir una serie de acuerdos económicos, Brasil también promovió su papel de aspirante a mediador en el conflicto entre Rusia y Ucrania, indirectamente apoyando la propuesta de paz china. Lula cree que el grupo BRICS (Brasil, India, China y Sudáfrica además de Rusia que es beligerante) puede jugar un rol importante en acercar a las partes. A pesar de haber procurado no entrar en detalles, en algún momento Brasil insinuó que la solución de compromiso pasaba por el retiro de Rusia de todo el territorio ucraniano con la excepción de Crimea. Obviamente esto no es aceptable para Ucrania que estima que Brasil está inclinado por los rusos, lo que hace imposible asumir una posición mediadora.

En estas tratativas Lula ha enviado delegados a Moscú (en este caso el excanciller Celso Amorim) y Kiev para explorar alternativas y en unos días más recibirá en Brasilia al propio canciller ruso Lavrov para seguir con el tema.

Durante su estadía en China, Lula también inauguró en Shanghai la presidencia del Banco del Nuevo Desarrollo a cargo de su sucesora, la expresidenta Dilma Rousseff. Esta entidad financiera compite con el Banco Mundial y uno de sus objetivos es prescindir del dólar en sus operaciones.

En el plano global, Lula sabe que la coyuntura es favorable para incrementar el peso de Brasil y está dispuesto para avanzar en esa dirección. En efecto, hay particularmente tres elementos que le dan más influencia a su país. En relación con el cambio climático, por su superficie selvática y biodiversidad, Brasil es un actor imprescindible para disminuir la huella de los gases de efecto invernadero. En materia alimentaria, el país es uno de los mayores productores del mundo y esa condición cobra más importancia con la merma de la producción ucraniana y el riesgo creciente de una disminución general en la disponibilidad de alimentos. Finalmente, el tamaño de su mercado y su amplia base manufacturera lo convierten en un apetecido socio.

Por estas razones y el peso personal de Lula, Brasil fue invitado a participar en mayo de la próxima cumbre del G7 en Hiroshima, Japón.

En el ámbito regional, Brasil anunció hace una semana su reintegro a UNASUR y su voluntad de repotenciar el bloque. Este anuncio se hizo claramente coordinado con Argentina. En el caso de Brasil, su regreso será oficial el 6 de mayo. Lula ya anticipó que invitará a los 12 miembros originales para concurrir a Brasil a fines de mayo para discutir y consensuar el nuevo formato y objetivos del foro, de manera de sumar a la máxima cantidad de antiguos miembros (todos los cuales deberán a volver pasar el acuerdo por sus parlamentos).

Lula tiene claro que la propia proyección de Brasil se verá debilitada si sigue la anomia y fragmentación en la región, por lo que también será su prioridad revertir esa situación.

Brasil está de regreso de la mano de Lula, pero lo más arduo estará en el plano regional donde hay un serio problema de calidad de liderazgo. La reunión del mes de mayo en Brasil con los jefes de Estado de los países que alguna vez fueron parte de UNASUR (incluye a Chile) será crucial.

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