Brasil está de vuelta, ¿pero hasta dónde?

Artículo
AthenaLab, 03.11.2022
Juan Pablo Toro, director ejecutivo (AthenaLab)

El triunfo de Lula da Silva en la pasada elección presidencial ha sido enmarcado dentro de una ola izquierdista que tiñe de rojo a rosado (pink tide) gobiernos de este corte desde Río Grande hasta Tierra del Fuego. A quienes alegan que a Sudamérica le falta una sola voz para hacerse notar, la esperanza de que el líder brasileño ocupe ese espacio les parece una posibilidad cierta, aunque para ello, más bien, tengan en cuenta su pasada presidencia.

Entre 2003 y 2010, Lula posicionó a Brasil en foros internacionales como los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), expandió su influencia a continentes como África y globalizó aún más la imagen de su país con la organización de la Copa Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos.

Sin embargo, aquel era un mundo muy distinto al que recibirá al líder histórico del Partido de los Trabajadores (PT) a partir del 1 de enero de 2023. El panorama internacional hoy está marcado por la competencia entre grandes potencias, donde China es un actor a la par de Estados Unidos y Rusia es una amenaza a la seguridad internacional; la necesidad de hacer frente al cambio climático no es solo importante, sino urgente, y América Latina es sacudida por la inestabilidad política y económica, el impacto de las migraciones y el crimen organizado.

 

Visión del PT

Gran parte del éxito que tuvo la política exterior de los primeros gobiernos de Lula tuvo que ver con la articulación armoniosa que logró con su canciller Celso Amorim y su asesor internacional Marco Aurélio García. Mientras el presidente aportaba carisma y una agenda abultada de viajes internacionales, Amorim se hacía cargo de los temas globales y García (ya fallecido) manejaba los nexos con América Latina, gracias a sus extensas redes políticas.

Aparte de la imposibilidad de reeditar ese triunvirato, hoy Lula cuenta con una base de apoyo mucho más heterogénea (su vicepresidente es un socialdemócrata), un horizonte de solo cuatro años —si cumple lo dicho en campaña—, una situación interna más polarizada y minoría en el Congreso. Con todos estos factores, se hace difícil que pueda llevar adelante una política exterior y de seguridad tan expansiva como ideológica, la misma que durante 13 años orientó el Partido de los Trabajadores (incluidos los cinco de Dilma Rousseff entre 2011 y 2016) con ejes específicos y que implicó la apertura de 44 embajadas adicionales.

La política exterior de seguridad del PT estuvo marcada por:

  • El multilateralismo recíproco para democratizar la globalización mediante reglas (directivos brasileños a cargo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura y la Organización Mundial de Comercio);
  • el regionalismo favorable a Brasil (Unión de Naciones Suramericanas y Mercado Común del Sur);
  • una apuesta por potencias emergentes centrada en los BRICS (Del G-8 al G-20);
  • cooperación Sur-Sur.

La política de defensa y seguridad, por su parte, estuvo marcada por:

  • La protección de la “Amazonía Azul”, hidrocarburos y recursos marinos en el Atlántico Sur;
  • hacer frente a amenazas no convencionales en las fronteras;
  • la modernización de las Fuerzas Armadas vía construcción con transferencia tecnológica (proyecto Prosub );
  • cooperación militar dentro Sudamérica y disuasión hacia el resto del mundo.

 

Potencias

Ante una multitud que celebraba su victoria, Lula mencionó a Estados Unidos y la Unión Europea (UE) como parceiros (“socios”), despertando alguna expectativa de que en este tercer mandato él apueste más por Occidente y menos por las potencias emergentes como China y Rusia.

En ambos casos, la salida de Jair Bolsonaro es tan bien recibida, como el regreso de un viejo conocido. El actual presidente de Brasil fue uno de los últimos en reconocer la derrota de Donald Trump y sus posiciones sobre el cambio climático chocaron con la agenda verde europea. Además, durante su mandato, Bolsonaro cosechó pocos amigos, e incluso visitó al presidente ruso, Vladimir Putin, semanas antes de que lanzara la invasión a Ucrania.

No obstante, Lula también causó escozor cuando afirmó que el presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, era tan responsable como Putin por la guerra en Ucrania. En una entrevista a la revista Time dijo, además, que Putin “no debería haber invadido Ucrania. Pero no solo Putin es el culpable, son culpables Estados Unidos y la Unión Europea”.

Aun asumiendo el hecho de que Brasil depende de los fertilizantes rusos para su agroindustria y su membrecía de los BRICS, el electo mandatario sostuvo que si Washington y Bruselas hubieran dado garantías a Moscú de que Kiev no ingresaría a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), no se habría desatado la invasión. Una lectura compartida por algunos pensadores realistas, en todo caso, pero que sorprendió al provenir de un líder como Lula.

En todo caso, la relación con Estados Unidos se facilitará por la presencia de un gobierno demócrata y por el conocimiento previo que tiene Biden de Lula.

 

Latinoamérica

Si bien muchos líderes de izquierda se apresuraron en celebrar el triunfo de Lula, el presidente electo podrá notar que varios de sus contemporáneos durante sus primeros gobiernos o están muertos (Hugo Chávez, de Venezuela, y Néstor Kirchner, de Argentina) o están fuera del poder (Evo Morales, de Bolivia, y Rafael Correa, de Ecuador). Asimismo, el boom de los precios de las materias primas que acompañó a los, entonces, autodenominados gobiernos del “socialismo del siglo XXI” tampoco existe.

En su discurso triunfal, el mandatario electo sostuvo que Brasil es demasiado grande para ser “relegado al triste papel de paria del mundo”. En ese sentido, es muy probable que su país retorne a organismos como la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) —actualmente presidida por Argentina— o la Unasur, en cuya fundación Lula tuvo un rol destacado. Por cierto, durante el gobierno de Bolsonaro se abandonaron ambas instancias.

Asimismo, también es probable que el brasileño recomponga relaciones con Venezuela, rotas por el anticomunismo radical del mandatario saliente.

En pos de la unidad sudamericana, Lula hizo muchos sacrificios, como aceptar la nacionalización de Petrobas en Bolivia y renegociar el Tratado de Itaipú con Paraguay. También fue mediador entre Chávez y el colombiano Álvaro Uribe en momentos de alta tensión.

Sin embargo, en una región atravesada por la inestabilidad política, las secuelas económicas de la pandemia y una crisis de inseguridad pública de proporciones, será muy difícil articular cualquier visión conjunta que trascienda los gobiernos de turno. En esto, vale la pena notar que desde que empezó el gran ciclo electoral latinoamericano entre 2021 y 2024, por el cual se renovarán todas las autoridades, siempre ha ganado la oposición. Y el próximo año vienen elecciones en Argentina, un país gravitante, y donde las posibilidades de Alberto Fernández se ven complejas.

Otro factor trascendental es que el contubernio entre constructoras y dirigencia petista, que permitió ganar influencia regional a Brasil, quedó al descubierto con el mega escándalo de corrupción de Odebrecht. Varias autoridades políticas terminaron en prisión o investigadas en distintos países. Por lo tanto, este apalancamiento externo no se podrá reeditar.

También es absolutamente necesario entender que “el hecho de que Brasil ocupe una posición prominente en el entorno geopolítico, gracias a su atributos económicos y militares-estratégicos, no debe confundirse con una deliberada construcción de un proyecto regional”, tal como sostienen Hirst y Soares de Lima.

 

Seguridad

En su discurso triunfal, Lula insistió en la ampliación de los miembros del Consejo de Seguridad Permanente de Naciones Unidas, que es lo mismo que pedir un puesto para su país. Esta aspiración durante sus primeros gobiernos se vio avalada por el importante rol que jugaban las tropas brasileñas en misiones de paz en Haití, Congo y Líbano, lo cual hoy no ocurre. Asimismo, Brasil en conjunto con Turquía incluso impulsó una infructuosa mediación entre Irán y las potencias occidentales. Por lo demás, el papel de Naciones Unidas en la actual guerra entre Rusia y Ucrania es prácticamente inexistente.

Por todo lo anterior, la aspiración de Brasil si bien puede concitar cierto respaldo en Sudamérica, difícilmente pueda alcanzarse hoy, cuando tiene menos activos que mostrar. El gran problema de seguridad del país y que tiene repercusiones regionales es la acción del Primer Comando Capital y el Comando Vermelho, verdaderas “multinacionales” del crimen organizado capaces de expandir sus operaciones sin freno. Ahí Lula tendrá un problema que atender si quiere aportar a la zona.

 

Conclusiones

El contexto mundial en el que asumirá Lula el 1 de enero de 2023 es muy diferente al que lo acompañó en sus primeros dos gobiernos. La competencia entre grandes potencias, una economía global tambaleante y una América Latina muy fragmentada harán más difícil implementar una política exterior y de seguridad ambiciosa. Es cierto que “Brasil está de vuelta”, pero no será nada similar a los primeros mandatos del exlíder sindical.

No hay que sobreponderar el posible liderazgo regional de Lula, puesto que gobernará un Brasil altamente polarizado, con el bolsonarismo convertido en fuerza política. Si bien hereda una economía con buenas perspectivas de crecimiento y con inflación a la baja, Brasil todavía enfrenta muchos déficits en materia de infraestructura, y el sector agroindustrial ha ganado un enorme peso político. Sus prometidas políticas verdes podrían chocar con este gremio.

El solo hecho de la llegada de Lula al poder mejorará la imagen de Brasil en el mundo, tal como ocurrió con Barack Obama y Joe Biden en Estados Unidos. Su historia de vida, incluso teñida por casos de corrupción de sus gobiernos, ayudará a eso, al igual que su carisma.

El multilateralismo será una apuesta fuerte de su gobierno. “Vamos a fortalecer la Celac, Unasur, el Mercosur, los BRICS”, dijo en su discurso triunfal. “Le decimos basta a la política que hizo de Brasil un paria en el mundo”.

Un país como Chile, que ha tenido una histórica coincidencia de intereses con Brasil, que hoy se expresan en un tratado de libre de comercio e inversiones, tiene que buscar una aproximación pragmática con el gigante sudamericano, incluso manejando diferencias. Cabe recordar que Lula siempre miró con recelo la Alianza de Pacífico, aunque este bloque está bastante de capa caída por la falta de convicción de los líderes de sus países miembros. Lo importante es que la relación nunca debió politizarse, lo que vale para ambos lados.

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