Brasil y Chile en una nueva etapa

Editorial
El Mercurio, 08.11.2022

Reñida y áspera fue la elección que, en segunda vuelta, llevó a Luiz Inácio Lula da Silva a ser electo, por tercera vez, como presidente de Brasil. De hecho, en las elecciones de gobernadores, las coaliciones de Lula fueron derrotadas: de 27 gobernaciones, 19 fueron elegidas por el actual oficialismo y los aliados del presidente Jair Bolsonaro, incluidas las principales, Río de Janeiro y São Paulo. Y en las parlamentarias, simultáneas a la primera vuelta, también fueron vencidas las fuerzas de Lula: 371, de 513 diputados, y 60 de los 81 senadores son seguidores de Bolsonaro u opositores a Lula. En el propio balotaje, el ahora presidente electo aumentó su apoyo en solo 4,7 millones de votos, mientras Bolsonaro incrementó su votación en casi 8 millones, restándole cerca de 2 millones para ganar la Presidencia, en un universo superior a 156 millones de electores.

Las campañas se caracterizaron por ser negativas, insultantes hasta lo irrepetible, desacreditadoras, por parte de ambos candidatos, y casi no hubo espacio para debatir sus contrapuestas agendas. Bolsonaro está a favor de políticas de mercado, y Lula es más bien intervencionista, aunque lo acompaña un vicepresidente de reconocida moderación: Geraldo Alckmin, exgobernador de São Paulo, antes derrotado en la segunda campaña presidencial de Lula, cuando se presentó como claro opositor a este.

Contra las ominosas predicciones de violencia, las elecciones y manifestaciones posteriores fueron mayormente pacíficas. Bolsonaro, sin reconocer su derrota, reiteró que continuaría cumpliendo con las disposiciones constitucionales, facilitando la transición. Presidentes de la Cámara de Diputados y del Senado, dirigentes y firmes partidarios de Bolsonaro felicitaron el triunfo de Lula, demostración del buen funcionamiento de las instituciones.

El amplio arco de reconocimiento interno e internacional de la elección de Lula, más la facilidad de los políticos y empresarios de ese país para acomodarse a las realidades, deberían facilitar su primer desafío, la gobernabilidad de un país dividido, con mayoría opositora en el Congreso y en los gobiernos estaduales.

Brasil es la única potencia mundial latinoamericana y la séptima economía del mundo, superior a todas las europeas, excepto Alemania. Para Chile, se trata por lejos del principal mercado de exportaciones en Sudamérica, con un intercambio superior a los doce mil millones de dólares en 2021, casi equivalente a la suma del resto del comercio con América Latina. Es, a la vez, el mayor destino de nuestras inversiones en el exterior y sus visitantes representan para Chile un turismo anual receptivo próximo al medio millón de personas.

A pesar de los cercanos y enraizados lazos políticos y comerciales —y desde que el Barón de Río Branco, considerado el padre de la diplomacia brasileña, calificó en el siglo XIX las relaciones con Chile como “sin límites”, tanto en contenido como geográficamente, por ser Chile y Ecuador los únicos países sudamericanos sin fronteras compartidas con Brasil—, los vínculos bilaterales se deterioraron durante el gobierno de Bolsonaro, situación agudizada por la designación, por parte de las actuales autoridades chilenas, de un embajador públicamente opositor a Bolsonaro; como era esperable, el designado no recibió el correspondiente beneplácito. Es urgente reparar este desacierto proponiendo ahora un embajador profesional. Repetir una nominación política sería inexplicable, pondría en una situación complicada a las autoridades diplomáticas brasileñas, e indispondría a Bolsonaro —posible candidato a la Presidencia en el futuro— y a sus aliados, que controlan el Congreso. Además, se volvería a comprometer la imagen de la Cancillería chilena, con grave daño para los densos vínculos con Brasil.

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