Columna La Opinión de A Coruña, 19.10.2025 Jorge Dezcallar de Mazarredo, Embajador de España
Esta es una semana para celebrar el fin de la mortandad en Gaza. No más bombardeos, no más casas, hospitales y escuelas destruidos de los pocos que aún quedan en pié; no más padres y madres llorando mientras abrazan un diminuto rebujo de tela ensangrentada con el hijo muerto; no más rehenes pudriéndose en oscuros túneles con el terror de ser sepultados vivos con cada bomba que caía...
Una semana en la que por fin vuelve a entrar en la Franja la ayuda humanitaria en forma de agua, comida, medicinas, gasolina... Son razones más que suficientes para celebrar y para felicitar a Donald Trump que ha obligado a las partes aparcar sus demandas máximas y a aceptar un acuerdo facilitado por el agotamiento de unos palestinos exhaustos y de unos israelíes cuya mala imagen internacional comenzaba también a dañar la de los propios Estados Unidos, su principal valedor, a su vez presionado por las ricas petro monarquías del Golfo.
No es un acuerdo de paz sino de alto el fuego que parece más hecho a medida de Israel que de Hamas, pero eso es lo que pasa cuando uno pierde una guerra, aunque los milicianos digan que la han ganado porque siguen vivos y porque han dañado la imagen de Israel con acusaciones de genocidio y de crímenes de guerra. Cada uno cuenta la historia como le conviene y eso permite a todos decir que han ganado, aunque también hay que reconocer que el compromiso israelí de no anexionar Gaza o de no expulsar a los gazatíes no son bazas menores, por más que sean cosas que Israel nunca debió querer hacer en primer lugar. A cambio Israel pospone ad calendas grecas la creación de un Estado Palestino que es un error porque es lo que verdaderamente podría acabar con el conflicto.
Ahora entramos en una segunda fase del alto el fuego que exige la retirada de las tropas israelíes y el desarme de Hamas.
Y ni los primeros aceptan una retirada total sino parcial, que además mantenga una franja perimetral de seguridad para evitar la repetición de horrores como los del 7 de octubre, y los otros no quieren un desarme total sino parcial, aceptan deshacerse de armas ofensivas, pero no defensivas y de hecho sus milicianos ya han reaparecido haciendo labores de policía y ajustando cuentas por el expeditivo método de fusilar públicamente a los acusados de colaboracionismo con el ocupante. El problema es que esas posturas contrapuestas se retroalimentarán y pueden hundir cualquier proyecto de paz.
Y estamos solo el principio de otros desacuerdos que afectarán a las Fuerzas de Estabilización Internacional cuyo número, composición, despliegue o reglas de enfrentamiento no se han definido todavía porque al acuerdo firmado le falta la letra pequeña donde se esconde el diablo. ¿Se desplegarán o exigirán antes el desarme de Hamás y en ese caso quién lo supervisará? Es solo un ejemplo. Por otra parte, también hay diferencias sobre el futuro gobierno interino que Israel pretende tecnocrático y que Hamas quiere que sea palestino y que esté presidido por la Autoridad Palestina, que hoy «gobierna» en Cisjordania y que antes deberá transformarse profundamente para acabar con la corrupción e ineficacia que lo corroen. Hamas tampoco acepta que ese gobierno esté sometido a una instancia internacional superior presidida por el propio Donald Trump.
También hay fisuras dentro de Hamas entre la dirección política en Catar y la dirección militar en Gaza que no se quiere desarmar, y comienzan a observarse otras entre los mediadores que firmaron en la ceremonia de Sharm el-Sheik en ausencia de Israel y de Hamas. Los turcos y catarías, con simpatías por los Hermanos Musulmanes, son más sensibles a las demandas de Hamas mientras los egipcios y norteamericanos son partidarios de mayor firmeza. Por eso el Acuerdo solo durará si EEUU mantiene una presión fuerte sobre Israel y Hamas y eso no está garantizado con un presidente tan volátil como Trump, que no parece capaz de mantener la atención durante mucho tiempo sobre el mismo asunto sin aburrirse y que ahora vuelve a mirar a Ucrania.
Así que celebremos el triunfo de la vida sobre la muerte mientras podamos, por más que no sea nada envidiable la que les espera a tantos seres esqueléticos deambulando entre el montón de escombros no en que se ha convertido sino en que han convertido la Franja de Gaza, y cuya limpieza llevará años y llenará algunos bolsillos.