Churchill y la Cortina de Hierro

Columna
La Tercera, 15.03.2016
Alejandro San Francisco , historiador (Oxford) y profesor e investigador (PUC)

El 5 de marzo de 1946, en uno de esos magistrales discursos que caracterizaban el liderazgo de Winston Churchill, el ex primer ministro británico denunció los dos peligros que vivía el mundo después de la Segunda Guerra: la guerra y la tiranía. Más adelante agregaba que “desde Stettin, en el Báltico, hasta Trieste, en el Adriático, ha caído un telón de acero que atraviesa el continente. Detrás de esa línea, se encuentran todas las capitales de los antiguos Estados de la Europa central y del Este”. Terminaba enfatizando que Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía se encontraban bajo la esfera soviética y, por lo tanto, se había instalado un control totalitario que hacía imposible la democracia y la libertad. El concepto Iron Curtain ya había sido utilizado por Churchill en privado, y en una ocasión en público, pero fue en este discurso como pasó a convertirse en un eje de la política mundial de mediados de siglo.

Durante la guerra, británicos y soviéticos lucharon juntos para derrotar a Hitler y al nacional-socialismo. Sin embargo, después de la victoria, rápidamente se hizo inviable proyectar el entendimiento. Stalin, el implacable dictador soviético, había avanzado esta posibilidad en una interesante reflexión durante el conflicto: “La crisis del capitalismo ha quedado de manifiesto en la división de los capitalistas en dos facciones: los fascistas y los demócratas… Hoy, estamos aliados con una de esas facciones para luchar contra la otra, pero, en el futuro, habremos de enfrentarnos también con la otra facción del capitalismo” (en La guerra después de la guerra. Estados Unidos, la Unión Soviética y la Guerra Fría).

Así ocurrió efectivamente. Tras la derrota de Hitler, la liberación de los pueblos sojuzgados por el nazismo se transformó rápidamente en la dominación comunista, como ha sido narrado literariamente en obras como El poder cambia de manos, de Czeslaw Milosz, oLiberación, de Sandor Marai, quienes celebran y lamentan al mismo tiempo su doloroso destino. Como resultado, en pocos años las sociedades de Polonia, Alemania Oriental, Hungría y otros países -como ha mostrado Anne Applebaum en su excelente El Telón de Acero. La destrucción de Europa del Este 1944-1956- adoptaron la forma de gobierno de la Unión Soviética.

El discurso de Churchill, pronunciado en el Westminster College (Fulton, Missouri, Estados Unidos) hacía un llamado especial a la democracia norteamericana, cuyo poder estaba acompañado “de una impresionante responsabilidad de futuro”, para colaborar en la mantención y difusión de las libertades cada vez más escasas en Europa. Asimismo, las palabras tenían una orgullosa auto percepción de las libertades vigentes en el Imperio Británico, todo lo cual contrastaba con la opresión totalitaria.

Stalin denunció lo que denominó “la teoría racial” de Churchill, que a su juicio suponía que solo los países de habla inglesa serían las únicas naciones realmente valiosas y debían “regir sobre las restantes naciones del mundo”. El tema, en realidad, era mucho más complejo. Paralelamente, recordaba en su favor que los comunistas habían sido luchadores sacrificados en la guerra contra el fascismo.

No cabe duda que ex primer ministro británico vivía tiempos de incomprensión. Como señala Roy Jenkins en su libro Churchill, los medios norteamericanos no recibieron bien su discurso, como quedó claro en artículos de The Wall Street Journal y The New York Times, mientras el Times de Londres fue más bien frío, como lo fue también en ciertos ambientes políticos de Occidente, temerosos o bien condescendientes respecto de la URSS. El Pravda soviético fue más elocuente, y en sus páginas no solo se atacó la democracia inglesa, sino que también defendieron los regímenes surgidos al alero Stalin.

La situación personal de Churchill era curiosa, aunque propia de las democracias. Terminada la guerra y a pesar de sus méritos reconocidos, fue derrotado en las elecciones por el candidato laborista Clement Attlee. Alejado del poder sirvió en temas de política exterior y también dio algunas conferencias importantes, siempre preocupado de la cosa pública.

La historia demostraría, finalmente, que Churchill no estaba equivocado, aunque debieran pasar muchas décadas todavía para cerrar aquellas heridas abiertas no solo por las ideologías del siglo XX, sino que también por la guerra brutal que había terminado en 1945, dando origen a un nuevo conflicto, la Guerra Fría, que el político británico preanunció en otro de sus famosos discursos.

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