Cristina y Lula, un paralelo imposible

Análisis
Clarín, 25.08.2018
Redacción
Ambos intentan volver al poder. Ella fuerza parecerse a él. Pero poco o nada tienen en común

La política de Brasil se parece a la nuestra. Salimos los dos de populismos financiados con la lluvia de dólares de las materias primas que colapsaron por la mala gestión y por la corrupción.

Lula y Cristina intentan volver al poder. Lula está preso y la tiene muy difícil por una condena que le impide ser candidato. A Cristina se le abre un imprevisible camino judicial y la seduce la idea de crearse una imagen lo más parecida a la de Lula. Pero en muchos puntos las historias de ambos no se tocan. Cristina es de clase media. Lula viene de una familia muy pobre que emigró en camión del nordeste a San Pablo, uno de los mayores conglomerados urbano-industriales del planeta.

Cristina estudió abogacía. Antes de ser obrero y sindicalista metalúrgico, Lula fue lustrabotas y vendedor de maní. Armó desde lo social una fuerza política, el Partido de los Trabajadores, una bocanada de aire fresco y una renovación de dirigentes. Durante su gobierno no hubo persecuciones ni escraches por cadena nacional. Buscó siempre más el consenso y la negociación que el conflicto. Si alguien encuentra aquí algún punto de contacto o alguna coincidencia con la personalidad de Cristina que avise.

Tampoco fue chavista al modo de los Kirchner. Y al modo en que lo quiere presentar Cristina. Más bien fue un presidente de izquierda que articuló con Estados Unidos una política para contener al chavismo. Mejor sería decir para contener a Chávez. Y si algo más marcó una raya entre los dos fue la relación el campo.

Lula se encontró con un agro en plena expansión. No sólo continuó la línea trazada por Fernando Henrique Cardoso: la profundizó. Brasil se convirtió en principal exportador mundial de carnes, le pisa los talones a Estados Unidos en la producción de soja, consolidó su posición como número uno en café, jugo de naranja y azúcar de caña y ayudó a internacionalizar complejos frigoríficos, en algún caso manchado por la corrupción.

Nunca vio una contradicción entre consumo interno y exportaciones. Al contrario: exportar no privó a los brasileños de comprar alimentos baratos. Cristina también se encontró con el agro lanzado en una poderosa etapa de crecimiento. Pero lo vio como un enemigo. Y en lugar de medidas de apoyo fue incrementando la succión de ingresos vía retenciones e intentó ir más allá con la famosa 125, que llevó a un enfrentamiento final. El campo se frenó. Se hundió la exportación de carnes y entró en crisis la lechería. Brasil nos sacó una enorme distancia en todos los rubros.

Acá la elección del 2019 es incierta. Allá la elección de octubre es totalmente incierta. Las encuestas dan a Lula como ganador pero está condenado por corrupción en dos instancias y la ley dice que no puede ser candidato. Es una ley que él mismo firmó: la de ficha limpia. Nadie sabe cómo puede terminar. Abundan los indignados y abunda el voto bronca contra la política. Hay otra incertidumbre compartida: si la democracia consigue sacarse de encima la corrupción o se la saca a medias o no se la saca.

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