Cuba: Las manifestaciones de la cultura

Columna
Realidad y Perspectivas, N*97 (julio 2021)
Germán Guerrero, ex embajador de Chile en Cuba

Las protestas cubanas del 11 de julio emergieron en San Antonio de los Baños, la ciudad donde nació Silvio Rodríguez, el cantautor que proyectaría el movimiento de la Nueva Trova y que fue sostén cultural y artístico de la revolución cubana. Según decía en 1978, “somos trabajadores de la cultura que tenemos como trinchera la guitarra y nos sumamos a la construcción del socialismo”.

Al igual que Silvio, muchos artistas, escritores, directores de cine e intelectuales, formaron parte de un gran contingente que respaldó, desde el mundo de la cultura, al régimen cubano y avaló o silenció sus excesos.

Sin embargo, el mundo cambió y los mecanismos que utilizó el régimen para mantener un orden cultural único terminaron por chocar con la libertad de creación y expresión, convirtiendo a los artistas e intelectuales en su enemigo más temible.

Las recientes protestas han sido lideradas por un nuevo movimiento cultural y artístico que nace como reacción a la censura. El 2018 el presidente Miguel Díaz-Canel promulgó el Decreto 349, que requiere que todos los artistas obtengan la aprobación del Ministerio de Cultura para trabajar y exponer en espacios públicos o privados, advirtiendo que quienes contraten artistas sin autorización pueden ser sancionados. A esta medida, se sumó el Decreto 370, que establece actos punibles tan amplios e interpretables como “la difusión de información contraria al bien común, la moral, la decencia y la integridad a través de las redes públicas de transmisión de datos”.

 

Artistas respondones

Los artistas respondieron con una campaña por las redes sociales y creando el Movimiento San Isidro, integrado por artistas, raperos, escritores, intelectuales, periodistas y académicos, básicamente de las nuevas generaciones. Desde esa orgánica han realizado protestas y acciones como conciertos, galerías de arte, canciones, recitales de poesía y festivales de cine en espacios independientes, sus propias casas y en las redes.

Como resultado, hoy existe un frente común del mundo de la cultura, que es abiertamente opositor al régimen y que ha producido eslóganes, frases, símbolos y hashtags sintetizados en el rap “Patria y Vida”, que hoy se canta como himno y lema. Su éxito se explica por la fuerte defensa de la libertad que contiene su fraseo: “Que no siga corriendo la sangre por querer pensar diferente”, “Se acabó, tu cinco nueve (1959), yo, doble dos (2020)”, “Ya se acabó, sesenta años trancando el dominó”. Obviamente es el antónimo del lema “Patria o Muerte”, acuñado por Fidel Castro y su éxito se refleja en las cifras: un millón de reproducciones en tres días y 8 millones de visitas en YouTube.

El gobierno cubano acusó el golpe y respondió con la canción “Patria o muerte, por la vida”, de un discreto cantautor militante, en la que acusa a los raperos de la protesta de ser instrumentos de Estados Unidos y defiende al régimen diciendo que “a la revolución le quedan 62.000 milenios”. Sin embargo, no alcanzó la popularidad de “Patria y Vida” y registra, en su propia plataforma (Cubadebate, YouTube), más rechazos que apoyos: 8 mil “me gusta” frente a más de 108 mil “no me gusta”.

 

El circulo se cierra

Más allá de la “guerra de las canciones”, el fenómeno representa el cambio que vive Cuba en el ámbito cultural. Un régimen que nació con un potente respaldo del mundo de la cultura y el arte y que lo mantuvo por décadas, hoy se ha quedado sin artistas, sin creadores y sin intelectuales. Parafraseando a Gabriel García Márquez, el presidente Díaz Canel no tiene quien le cante. Esto significa que hoy no sería fácil para la Escuela Internacional de Cine y TV (EICTV) expulsar a un creador por criticar al “Estado cubano y a “líderes de esta nación a los que respetamos”, porque “sus ideas son dispares y antagónicas con las que fundamentan la labor de la EICTV”. Fue el caso concreto y ejemplar del profesor Boris González Arenas, en 2015. Está claro que ahora los creadores no temen ser expulsados de la institucionalidad cultural oficial. De hecho, están renunciando voluntariamente.

El 14 de julio, el cineasta Carlos Lechuga, ex estudiante de la EICTV, publicó en Facebook sus carnés rotos, que lo acreditaban como miembro de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), la Asociación Hermanos Saíz (AHS) y el Registro del Creador. Allí aclara que “por suerte nunca me consideré parte de la comunidad eictveana”. Dos días después, la escritora Miladis Hernández Acosta publicó en la misma red social su renuncia pública a la UNEAC. Puede afirmarse, entonces, que el mundo de la cultura ha pasado al otro lado de la barricada, confirmando que las artes, el teatro, el cine, la literatura y la academia necesitan de la libertad para desarrollarse.

En este movimiento cuentan con el apoyo de los históricos de la Nueva Trova Cubana, Pablo Milanés y Silvio Rodríguez, del escritor Leonardo Padura, el cineasta Fernando Pérez, al jazzista Chucho Valdés y el guitarrista Leo Brouwer. Juntos están demandando la liberación de los detenidos en las protestas y Milanés incluso fue más lejos. En su página de Facebook escribió: “En 1992 tuve la convicción de que el sistema cubano había fracasado y lo denuncié (…) confío en que los cubanos logren encontrar el mejor sistema posible de convivencia y prosperidad, con libertades plenas, sin represión y sin hambre”. La historia cubana parece ser cíclica. Hoy todo vuelve al punto donde comenzó, con los políticos reprimidos y los poetas y trovadores en la acción.

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