De la guerra fría a la guerra comercial

Editorial
El Mercurio, 17.08.2015

En medio de una baja generalizada del precio de los hidrocarburos, su principal exportación, Rusia está viviendo una escalada de sanciones económicas de la Unión Europea y Estados Unidos, por su actuación en la crisis de Ucrania, que lo obliga a evaluar sus próximas movidas políticas con cuidado.
Es cierto que la respuesta de Rusia a las medidas occidentales ha repercutido negativamente en la agricultura de la UE, para la cual ya se habla de nuevos subsidios que neutralicen las pérdidas del mercado ruso, pero Moscú también debe lidiar ahora con una depreciación del rublo y una inflación de los productos alimentarios, lo cual no es bien recibido por la ciudadanía.
Menos todavía se ha aplaudido la decisión de destruir (con retroexcavadoras) los productos europeos que son internados ilegalmente, bajo etiquetas de países que no tienen problemas con Moscú (los latinoamericanos, las repúblicas de la ex URSS o Turquía). La visión de la maquinaria aplastando toneladas de quesos y verduras europeos ha indignado a la población que recuerda históricas hambrunas en el país.
Y si bien Rusia prolongó hasta agosto de 2016 las sanciones, ampliándolas a otros países, estas medidas no lo han hecho abstenerse de participar en negociaciones por la paz en conflictos álgidos que preocupan al mundo. Conocida es su actuación en el acuerdo nuclear con Irán, ahora ha estado buscando caminos para negociar una coalición en contra del Estado Islámico, en Siria, que no ha llegado a puerto por la insistencia rusa en que el Ejército sirio de Bashar al-Assad sea parte de la coalición. Los grupos que quieren derrocar al hombre fuerte sirio no están dispuestos a aceptarlo como un actor válido en el proceso.
Vladimir Putin, empeñado en demostrar la potencia de Rusia, necesita que el pueblo lo respalde, y para ello, ha elegido el "enemigo externo" como aglutinador. Peligrosa estrategia en época de crisis.

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