Diplomacia verdadera

Columna
Realidad & Perspectivas, (n. 131), noviembre 2024
Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador (r) y académico (U. Central)

Muchos creen conocerla, pero sólo tienen ideas vagas, donde prima la caricatura decimonónica de ser ejercida por personajes frívolos, rodeados de lujos, que conversan tan prudentemente que no dicen nada. En definitiva, poco útiles. Así fue en un pasado que quedó atrás. De tanto en tanto, la prensa consigna casos donde hubo errores o desatinos de algún representante, vapuleando el prestigio de nuestro país y afectando la profesión. Hoy se requiere de preparación en diversas disciplinas, conocer las prioridades de nuestra política exterior, y saber ejercerla en beneficio del país con el decoro correspondiente.

Hay que ser veraz para no perder credibilidad y cortés, aunque llegado el caso se puede negociar con dureza. Se necesita una alta especialización cada vez más exigente, para distinguir los que pertenecen a un servicio exterior profesional de aquellos improvisados.

Los mitos abundan y el ceremonial aplicable se considera obsoleto. No es así. Por ejemplo, se cree que las embajadas son territorio extranjero. Nunca lo son, pues sería tan absurdo como cambiar territorios a voluntad según se compre o arriende una sede. Eso sí, los funcionarios acreditados gozan de privilegios e inmunidades. Los privilegios acordados por reciprocidad. Las inmunidades, por la Convención de Viena sobre Relaciones Diplomáticas (1961), vigente en el mundo. En materia penal es total para el diplomático, pues podría calificarse de crimen lo que no es y perseguirlo; aunque no estén exentos de las leyes propias. En materia civil, sólo si actúan en su nombre. Los locales, residencias, archivos, mobiliario y efectos personales son inviolables.

Al agente diplomático se le debe respeto y protección, junto a su familia. Las inmunidades se establecen para el normal desempeño de las funciones, cumpliendo las leyes del país receptor y, sobre todo: “Están obligados a no inmiscuirse en los asuntos internos de ese Estado” (Art. 41.1 de la Convención). Ni involucrarse en redes sociales o plataformas de mensajes, pues siempre representan al país y no caben las opiniones ni preferencias personales. Se actúa únicamente por instrucciones, y sólo se informa al Ministerio de Relaciones Exteriores.

El incomprendido ceremonial y protocolo (que parece anticuado) dignifica las funciones del diplomático en representación del Estado que lo acredita. No se practica por la persona sino por lo que representa. No hay más prioridades que el rango diplomático y la precedencia por orden de llegada al país. Cualquier transgresión a las formas es un vejamen al país receptor o representado. Corresponden explicaciones, y queda en ridículo al carecer de conocimientos.

Como son fácilmente identificables, extranjeros hasta de origen racial diferente, pueden darse situaciones de peligro. No son pocos los diplomáticos que han perecido en atentados a embajadas o personales. Sólo los resguarda el país receptor, no hay armas, ni tropas, ni elementos de defensa en las sedes. Pueden ser vulnerables, como ha ocurrido con cierta frecuencia.

Es una profesión con beneficios, pero con altas responsabilidades. Por ello su preparación debe ser cuidadosa para no correr los riesgos de ser ejercida por personas inadecuadas.

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