Columna El Líbero, 27.04.2026 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
¡Quién hubiera pensado que Edmundo González Urrutia, un diplomático de carrera, fuera finalmente elegido por unanimidad como candidato de la oposición a Nicolás Maduro, en las elecciones presidenciales del 28 de julio! Su inscripción se gestó a última hora y en silencio, a tono con su personalidad discreta, serena, conciliadora, respetuosa, escondida entre los liderazgos tradicionales de la oposición venezolana. Edmundo ofreció su nombre para intentar lograr un cambio histórico, no solamente para Venezuela, sino para toda América Latina.
Hace tiempo que el exdiplomático, antiguo director general de la Cancillería y Director de Protocolo, ex embajador en Argelia y Argentina, se había puesto al servicio de la democracia y la libertad en su país. Optó por jugársela. Ya en la campaña presidencial de Henrique Capriles, en 2012, coordinó el equipo del área internacional. Después, dirigió la Comisión de Relaciones Exteriores cuando el presidente era Juan Guaidó y el canciller Julio Borges. Edmundo es amigo de Ramón Guillermo Aveledo (DC), secretario de la Mesa de Unidad; y de Jesús María Casal, constitucionalista cuyo origen político estuvo en el MIR, y lideró el proceso de primarias entre 2022 y 2023, donde resultó elegida abrumadoramente María Corina Machado.
El camino que le queda a Edmundo González hacia el 28 de julio, es tremendo. Se caracteriza, resumidamente, por los siguientes elementos:
Resistir con firmeza cualquier decisión administrativa, maniobras divisivas, artificios nacionalistas del régimen antes de las elecciones. La dictadura inhabilitó esta semana a personalidades de la oposición y lo seguirá haciendo. Además, va a intentar quebrarla. Igualmente, es probable que utilice el tema Esequibo o las sanciones norteamericanas como argumentos para arrinconarle o incluso impedir las elecciones por “conmoción exterior”. Tampoco es descartable un atentado contra su vida. Edmundo sabe que las trampas están en todos lados.
Pasar de ser una figura discreta a una personalidad de alcance y arrastre nacional. El venezolano medio no sabe quién es. Para eso necesita del concurso muy activo, comprometido, cohesionado y apasionado de todos los líderes de los partidos que le apoyan.
Necesita también un equipo de campaña representativo de la oposición; un programa creíble y endosado por todos; mesurado, a fin de obtener el regreso de Venezuela a la democracia en diálogo con el propio régimen; configurar una plataforma internacional de apoyo y gestionar una observación electoral externa en el marco del Acuerdo de Barbados.
También tiene que equilibrar su propio liderazgo, en formación, con la figura carismática de María Corina Machado. Edmundo es consciente que su nombre surge de un compromiso, y no de su propia ambición. Sabe que a la responsabilidad hay que darle un carácter distintivo sin desfigurar la realidad de las fuerzas políticas.
Si llega a vencer en las elecciones de julio, el presidente electo se habrá convertido en una personalidad mundial, pero para alcanzar la libertad requerirá de mucha flexibilidad y de todas sus capacidades diplomáticas, comenzando por comprender los diversos intereses; las líneas infranqueables; ser realista al momento de definir objetivos y plazos; ejercer todo su poder para influir internamente, y dotarse de un acompañamiento mundial y regional potentes.
Los obstáculos por enfrentar serían, principalmente:
Que la eventual transmisión del mando tendría lugar recién el 10 de enero del 2025. Es decir, casi seis meses después de la elección. Puede ser un período de negociación, es cierto, pero ¿se avendrá el régimen a perder el poder? ¿Maduro traspasando el mando? ¿Cuánto daño puede hacerle la dictadura al presidente electo durante este período?
Edmundo González podría ser presidente, pero controlará solamente el Ejecutivo. El Legislativo de 277 miembros es dominado por el actual partido de gobierno (PSUV) con 256 escaños, y los restantes son funcionales a éste. El Poder Judicial fue totalmente copado por la dictadura, lo mismo que la Contraloría, el Consejo Nacional Electoral y las Fuerzas Armadas.
Las próximas elecciones a la Asamblea Nacional deberían celebrarse recién a fines de 2025, pero están aún sin programar y, eventualmente (como ya ha pasado) podrían prorrogarse, ampliarse en su composición, redistribuir los distritos para favorecer a circunscripciones leales a la dictadura, etc. Todo depende de la imaginación del régimen.
Las Fuerzas Armadas son, igualmente, otro sustento de la dictadura y asociadas con ella por múltiples lazos de corrupción. Se apoyan en forma recíproca. Sin embargo, se encuentran divididas entre un alto mando leal a Maduro, y una mayoría de oficiales y suboficiales que no disfrutan de los privilegios de sus superiores. Ya hay más presos políticos militares que civiles.
El camino hacia la democracia será largo, paciente, conciliador y requerirá de dos elementos. Por un lado, negociar con la dictadura en la que Edmundo González y la oposición tendrán que ceder mucho. Por otro, un respaldo internacional sólido a esta transición. En palabras de los presidentes Lula y Petro, la actual oposición debería darle ciertas garantías a Maduro y al grupo que salga derrotado, asegurándoles que no serán perseguidos como merecen. Edmundo González es consciente de ello y que su tarea es escuchar intensa y pacientemente para recomponer una sociedad desintegrada. Se trata de crear algo nuevo, pero de ninguna manera cohabitar con el régimen.
Chile fue capaz de construir, con el auxilio del Cardenal Juan Francisco Fresno el Acuerdo Nacional para la Transición a la Plena Democracia en 1985. Cuatro años después pudimos organizar el plebiscito de 1989 y la transmisión del mando presidencial al año siguiente.
Venezuela es distinta, por cierto. Su sociedad se encuentra hoy mucho más fragmentada que la nuestra en aquella época. Su situación económica es muchísimo más precaria. Nuestros militares cumplieron su palabra. Sin embargo, el trauma político es parecido y, por lo mismo, pienso que tenemos el deber de decir algo. Chile está moralmente obligado a ser un actor propositivo apelando a su pasado, a la no repetición, a la construcción latinoamericana de la libertad, y aprovechar que las fuerzas de izquierda que nos gobiernan podrían ser mejor escuchadas. Esto, a pesar de las públicas diferencias entre el presidente Boric y el dictador Maduro, o de las burlas ventiladas por éste en contra de nuestro Mandatario.
Los cientos de miles de venezolanos que viven entre nosotros no entenderían una posición prescindente de Chile. Es a la Cancillería a la que le corresponde, llegado el caso, preparar una posición de país, consecuente, unida y respaldando a la transición venezolana. Debemos estar junto a Brasil, Colombia y a todas las democracias latinoamericanas.
Si Edmundo González es elegido presidente, tenemos un compromiso con el futuro de Venezuela, con la creación de una institucionalidad viable en aquel país que, entre otras cosas, nos ayudaría a forjar un esquema de cooperación bilateral serio y confiable que hoy no existe. Si somos coherentes con el respeto universal de los derechos humanos, debemos ayudar a forjarlos en Caracas.
En la elección del 28 de julio no se juega solamente quién será el próximo Mandatario venezolano. Se juegan las convicciones democráticas de todo un continente.