Efectos de la Guerra en Ucrania: Nagorno Karabaj

Columna
El Mostrador, 27.09.2023
Juan Pablo Glasinovic Vernon, abogado (PUC), exdiplomático y columnista

En todo conflicto hay un escenario principal, que es el enfrentamiento entre las partes y todo lo que lo rodea, al que se suman otros que tienen que ver con las consecuencias de esa guerra, algunas de las cuales son evidentes y de corto plazo, mientras otras son más sutiles y de largo plazo.

Cuando un país entra en guerra, especialmente si es de agresión, las alternativas son triunfar y acrecentar su poder con derivadas políticas y económicas, o perder o empatar (al final el empate se suma a la derrota si el enemigo es más débil), lo que acarrea los efectos contrarios.

Aunque Rusia domina actualmente alrededor de un 20 a 25 por ciento del territorio ucraniano, todo indicaba en el papel (al inicio de la guerra) que le sería fácil conquistar la totalidad del país y anexionarlo total o parcialmente, pero, como sabemos, Ucrania presentó una vigorosa defensa fuera del cálculo ruso y con la ayuda occidental ha sido capaz no solo de contener a las fuerzas invasoras, sino de recuperar terreno e, incluso, realizar ataques y operaciones en la propia Rusia, todo con cuantiosas pérdidas humanas y materiales para los invasores. Tanto así que el gobierno ruso ha tenido que realizar sucesivas conscripciones forzosas para reponer y aumentar las tropas en el teatro de las operaciones.

Al precio de sangre que están pagando los rusos se suma el impacto económico no solo del esfuerzo de guerra, sino principalmente de las sanciones económicas que están erosionando su posición mundial. En suma, Rusia se ha debilitado y todo indica que seguirá esa tendencia, aunque mantenga atributos como su capacidad nuclear y una gran extensión territorial. Sin embargo, demográfica, económica y tecnológicamente será una potencia de segundo orden, con recursos insuficientes incluso para mantener su propia seguridad y la de su entorno inmediato, además de estar crecientemente subordinada a su vecino chino.

Esa creciente debilidad la estamos viendo en el Asia Central, donde países como Kazajstán se han alejado de Rusia e, incluso, se han negado a apoyar su esfuerzo de guerra, en lo que tradicionalmente constituía su “patio trasero”, al haber sido parte del Imperio ruso y posteriormente de la Unión Soviética.

Al Asia Central se suma el Cáucaso, zona siempre estratégica donde Rusia, Turquía e Irán confluyen en una histórica competencia, especialmente entre rusos y turcos.

Ya en 2020 hubo una guerra entre Armenia y Azerbaiyán por el enclave de Nagorno Karabaj. Este conflicto era la continuación de otro entre 1990 y 1994, en el cual, tras la disolución de la Unión Soviética, estas dos exrepúblicas se enfrentaron y, en esa oportunidad, los armenios anexaron una zona que pertenecía a Azerbaiyán, pero que estaba poblada mayoritariamente por armenios. Esto nunca fue reconocido por la comunidad internacional.

Años después, Azerbaiyán, que gracias a su gas y petróleo ha tenido un auge económico el que volcó a fortalecer sus fuerzas armadas, decidió recuperar el territorio perdido, derrotando sin apelación a los armenios (con apoyo de material turco, en particular drones de combate) y, de no ser por la mediación rusa, habría recuperado su totalidad. Se estableció una tregua y los rusos quedaron como garantes de la seguridad de la población armenia del enclave de Nagorno Karabaj, con 2.000 efectivos de interposición. Armenia, por su parte, tuvo que asegurar la comunicación terrestre de un pedazo de Azerbaiyán, Najicheván, que está separado del resto y arrinconado entre su territorio, Irán y Turquía.

En esa oportunidad quedó en evidencia la vieja competencia ruso-turca en el área, con el fortalecimiento de la posición de los turcos (Azerbaiyán comparte el mismo grupo étnico y religioso), que vencieron a un tradicional aliado ruso. Rusia pudo parar la guerra porque tanto Azerbaiyán como Turquía en ese entonces (2020) temían las represalias rusas, tanto militares como económicas. En el caso de Turquía ya había habido escaramuzas en Siria con fuerzas rusas, donde los turcos se llevaron la peor parte. En cuanto a los azeríes, buena parte de su producción de petróleo y gas transita por territorio ruso, por lo que tampoco querían arriesgarse a verse privados de parte importante de sus ingresos.

Sin embargo, estaba claro que el balance se había visto alterado y que era una cuestión de tiempo para que Azerbaiyán culminara con la recuperación total de su territorio. Eso quedó demostrado antes de lo pensado, cuando hace unos días, bajo la consigna de una operación “antiterrorista”, los azeríes volvieron a derrotar a las fuerzas armenias (técnicamente solo las del enclave, pero sin la posibilidad de Armenia de impedirlo ni de asegurar su propia defensa).

Nuevamente contaron con todo el apoyo turco y una vez más Rusia logró imponer otra tregua, pero esta vez la defensa armenia local deberá entregar incondicionalmente todas sus armas (lo que ha estado ocurriendo) y deberá negociar en la práctica la reincorporación plena de Nagorno Karabaj a Azerbaiyán. Teniendo a la vista la historia entre armenios y azeríes, el panorama es sombrío y lo más probable es que la población del enclave deba ser evacuada o enfrentar una limpieza étnica.

La tregua nominal nuevamente se debe a que Rusia sigue controlando parte del flujo de gas y petróleo azerí, pero es evidente que la guerra con Ucrania le ha restado fuerzas para intervenir en el Cáucaso y eso fue percibido por los azeríes (y turcos).

Estamos presenciando un reacomodo de las fuerzas en el Cáucaso con ganancias para Turquía. Esto puede ser el inicio de la apertura de un nuevo frente muy peligroso para Rusia. No olvidemos que en el Cáucaso ruso hay territorios con un secesionismo latente como Chechenia, con la cual se han librado dos sangrientas guerras desde 1990, y que la perspectiva del fortalecimiento turco musulmán podría alentar a intentarlo de nuevo, más aún con el desangramiento ruso en Ucrania.

Georgia, que tiene parte de su territorio ocupado por Rusia, también podría unirse a esta dinámica (a pesar de ser un país cristiano) y Armenia tiene claro que ya no puede contar con la protección efectiva rusa y está reorientando su política exterior en forma urgente y radical, particularmente buscando acercarse a la Unión Europea (donde su diáspora tiene cierto peso político).

Por eso y a pesar de una capacidad cada vez más mermada, el gobierno ruso hará todo lo posible para evitar que se configure un cuadro donde sea evidente su retroceso en la región del Cáucaso, porque eso podría abrir un escenario de insospechadas consecuencias, que incluso podría derivar en lo que siempre ha temido y que argumentó en su invasión a Ucrania: el riesgo del desmembramiento de Rusia.

Este es uno de los efectos en desarrollo producto de la guerra que reseñáramos al comienzo y podría ser potencialmente uno de los más peligrosos, no solo para Rusia. El Cáucaso seguirá en turbulencia.

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