‘El Allendismo no es una identidad cristalizada’

Entrevista [Mauro Salazar, sociólogo]
El Muro, 25.09.2017
Carlos Cuadrado S.
A pocos días de concluir septiembre, el sociólogo hace un repaso de lo que, según su visión, representa la figura de Salvador Allende hoy, y de la relación que tiene la izquierda actual con el controvertido personaje

Como pocos en la derecha chilena, el candidato presidencial José Antonio Kast se ha atrevido a desafiar los emblemas y consignas de la izquierda, especialmente en relación al gobierno de la UP, y su principal figura, Salvador Allende.

El diputado-candidato no solo manifestó que de ser electo Presidente, sacará la estatua del extinto ex Mandatario de la Plaza de la Constitución, sino que además participó de la ceremonia que organizó el gobierno de Bachelet el 11 de septiembre pasado, para conmemorar esta fecha desde la perspectiva de la izquierda, afirmando que La Moneda le pertenece a todos y no solo a un sector político.

En este contexto, EL MURO conversó con el sociólogo Mauro Salazar, quien cuestiona la construcción que ha hecho la izquierda de la figura histórica de Salvador Allende, acusándola de una utilización instrumental de lo que fue su mandato y su gobierno.

Afirma que desde el punto de vista conceptual no existe una izquierda genuina, sino que una de corte neoliberal.

¿Qué le parece la polémica por sacar la estatua de Allende de la Plaza de la Constitución?

Yo expondría las cosas en términos de “ficción Allende”. Hay que ver si la monumentalización de la izquierda obra como un golpe comunicacional sobre Allende; es decir, “lo queremos recordar de cerca para evitar una presencia amenazante”, o bien, “lo queremos a él en tanto estatua, pero no queremos proyectar su historia, ni menos su densidad crítica”.

Es una forma de evitar el Allendismo en el tiempo y reducirlo a una “experiencia estética” centrada en un olvido escenificado al lado de Palacio. En suma, se trata de una “izquierda farisea” que lo ha traicionado una y mil veces, y que necesita de cuando en vez de un mito espectral y eventualmente electoralista.

En Chile, desde el punto vista conceptual e ideológico, no hay izquierda. Lo que tenemos es una izquierda neoliberal. Y para que se vuelva a reconstituir nuevamente otra izquierda, hay que erradicar la que existe. Más allá de la estatua, Allende solo vive genuinamente en aquellos “viejos” del PS histórico que fueron su guardia personal.

¿Por qué Allende sigue siendo una figura tan controversial, incluso dentro de la misma izquierda?

La tesis del mundo PC-PS es que sin Allende no hay izquierda en el “formato moderno”. Luego nuevamente viene el fetiche, que es también una variante del “culto a la personalidad”. Al Allende envalentonado –algo cubanizado- y rebelde que nos dibujaba el Frente Patriótico, se suma el Allende republicano y aliancista que nos pinta el PC. Luego viene un Allende reformista y mesurado que nos devuelve la renovación socialista, y luego la transición a la democracia.

Para el MIR, y sus tempestades, se trató de un Allende que subestimó la necesidad de una política de armas. Y ojo, también hay un Allende más visionario que rechaza la emergente globalización. Por el otro lado, la derecha insiste dogmáticamente en un Allende irresponsable y tan fascinado por el cambio social que nos llevaría al comunismo por la vía armada.

Por fin, para la elite progresista, Allende traiciona el pacto republicano. La izquierda lo canoniza –desde luego lo instrumentaliza- y la derecha no lo termina de comprender, y por lo tanto repudia su gobierno, pero no así tanto al personaje.

 ¿A qué responde esta suerte de sublimación de su figura, hasta una veneración casi mesiánica por parte de la izquierda?

El legado de Allende debe ser inscrito en un desafío interpretativo y político, en una disputa hermenéutica abierta,  respecto a su proyección en el tiempo, evitando la “mitificación” y el “narcisismo mesiánico” que abunda en las izquierdas. El Allendismo no es una identidad cristalizada.

Si las izquierdas no comprenden estas relecturas e insisten en imputar con estigmas a perspectivas alternativas, ya sea por revisionistas, herejes, trostkistas, o hipótesis torcidas, no hay mucho que hacer. La labor del pensamiento crítico es que “todas las verdades se tocan”. De un lado, la izquierda martiriológica y anti-imperial no ha reparado mayormente en la “inmolación burguesa” del líder de la UP el día 11 de septiembre en una clave Balmacedista; y, de otro, la derecha cultiva un rechazo visceral al proceso y revela una irritante incomprensión del personaje.

Es un diálogo de sordos, pues bien, se trata de un personaje tan consecuente como intricado. Pese a lo anterior, Allende fue el supermercado simbólico de la derrota negada: él no era pueblo, sino el mito de su esperanza.

¿Cómo se conjuga hoy esa contradicción entre el Allende de la revolución con sabor a empanada y vino tinto, y su origen elitista, y una vida llena de gustos refinados?

¿Quién era desde una variable de clase?, ¿un aristócrata o un burgués? Es difícil saberlo. Hay datos pedestres respecto a la sociabilidad político-cultural –su procedencia masónica- muy bien descrita por varios historiadores chilenos. Me refiero al linaje del doctor Allende en un “Chile de huachos”.  Hablar de su legítima apetencia por las tortas de selva negra, el küchen de manzana y el trajecito de marinero Gath & Chaves, no representa un afán miserable por reducir al líder a la caricatura, sino un esfuerzo por comprender sus capitales culturales, sus redes de afiliación para dimensionar la compleja identidad política.

Él fue parte de una elite con “componentes mesocráticos”, laica y secular, y dispuesta a reconocer la intervención estatal. De un lado, tenemos el demo-burgués apegado a las tradiciones cívicas; un ciudadano virtuoso, un dirigente político entregado a la probidad y escenificado en la cultura cívico-laica; de otro, el líder que saluda la cubanización y que rompe con las estéticas de la vieja república (1938-1970), so pena que proviene de esa misma tradición con la cual terminó radicalmente distanciado.

Según la evidencia de lo que fue su gobierno, ¿cabe insistir, como la hace la izquierda, en que Allende fue un presidente democrático?

Para la elite desarrollista, aquella que estudia Alfredo Jocelynt-Holt, Allende rompe con un “pacto social” basado en reformas, y le imputan el despeñadero.  En términos muy crudos, se trataría de un desertor de la propia elite política a la cual él perteneció. La elite chilena no puede entender cómo Allende hizo un giro que lo lleva a rechazar el “mito republicano-desarrollista”, y cómo él mismo da rienda suelta a una fallida revolución democrático-burguesa, o bien, a un keynesianismo de izquierdas.

Cuando el líder de la UP desdibujó el Mapcity de la dominación, ya la elite no pudo tolerar aquello: y ahí ya no lo comprenden, sólo lo detestan por cuanto negaría toda forma de propiedad privada –aunque su programa no decía exactamente eso, su lío eran las transnacionales. Por ello el golpe de Estado puede ser concebido como un acto refundacional de la elite criolla –y la reconfiguración de su poder- con la emergente globalización. La dictadura firmaría el contrato de una vanguardia productiva.

 ¿Fue Allende un hombre más de sombras que de luces?

De ángeles y demonios. Allende ocupa el lugar de un desencuentro traumático entre elite y emancipaciones burguesas. Su posición oscila entre un modernismo elitista y una modernización popular. Y ahí está aquella tesis que nos dice que en Chile es imposible promover procesos de transformación social sin rupturas intra-elitarias (1891) que han terminado en infiernos terrenales (sombras).

El Allende de la esperanza que se abre en los 60’ comienza a “des-fetichizar la piochas de bronce del republicanismo” (1938-1970) y denuncia activamente la estrechez del modelo primario exportador (luces). Ahí él se torna un personaje infumable, un verdadero desertor para la elite chilena, que lo saca de sus filas porque cuestiona radicalmente el campo de reformas que se abrió desde Pedro Aguirre Cerda en adelante, donde él mismo participó como Ministro de Salubridad.

De ahí en más ya no hay diálogos con Pancho Bulnes en el café Torres. Por último, la izquierda actual no tiene futuro porque pactó para vivir en la enfermedad de un presente sin horizonte: lo único que resta es desamarles su presente.

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