El fin del ciclo de las coaliciones permanentes

Opinión
El Mercurio, 11.05.2017
Carlos Huneeus, cientista político y encuestador

La decisión del PDC de concurrir a las elecciones presidenciales de noviembre con la senadora Carolina Goic es de grandes alcances porque pone fin al ciclo de la política de coaliciones permanentes, iniciado en el plebiscito de 1988.

La Concertación, una coalición del centro y la izquierda, fue creada por la dura experiencia de la dictadura y el difícil contexto de la transición: la presencia del dictador en la arena política, el binominal, etcétera.

Sin embargo, esas razones se desvanecieron, y la alianza política, con el paso del tiempo, siguió más bien por inercia, justificada por el desempeño pasado. El ingreso del PC cambió su naturaleza hacia una coalición de izquierda con un débil centro.

Esta práctica dio la espalda a una historia de sistema múltiple de partidos, que reflejaba el pluralismo político y la integración de fuerzas políticas a la democracia.

El mantenimiento de la coalición tuvo altos costos políticos, con la crisis de representación, expresada en el debilitamiento de los partidos -en su organización y en sus capacidades para participar en el Gobierno- y el desplome de la participación ciudadana en las votaciones. En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de 2013, el 58% se quedó en sus casas y saltó al 65% en las municipales de 2016. Es probable que esa tendencia continúe en las de este año.

También tiene responsabilidad en la crisis de legitimación del sistema económico, con el financiamiento ilegal de la política por importantes empresas, que mostró la estrecha relación existente entre el poder económico y el poder político. Ello se expresó antes en una agenda pública amistosa con los intereses del primero. Con una competencia partidista, esa desviación podría haberse detenido.

La coalición permanente perjudica a los partidos, que no necesitan cuidar sus identidades históricas y programáticas para entusiasmar a sus votantes, porque priorizan las del conglomerado.

Daña la competencia electoral al limitar las opciones a dos bloques -el Sí y el No, la Alianza y la Concertación, Chile Vamos y Nueva Mayoría- y rechazar que sea entre todos los partidos, como ocurre en todas las democracias. Esto perjudica la participación electoral, porque los votantes no ven diferencias programáticas entre los partidos y los candidatos, acentuado por la primacía del consenso económico entre los dos bloques. Las campañas electorales son aburridas y predecibles en sus resultados, lo que explica la caída de la participación.

El desplome de la participación lleva a la formación de gobiernos minoritarios. Michelle Bachelet se impuso en la segunda vuelta de las elecciones de 2013 con el 62,2%, pero, como votó el 42% del electorado, su respaldo fue de un 25,5%. Tuvo una mayoría fabricada por el balotaje, pero su base política fue limitada, la cual se expresaría en las encuestas antes del caso Caval.

Un Presidente minoritario no tiene poder para enfrentar problemas complejos y los que afectan intereses poderosos.

La debilidad de los partidos explica que, cuando proclaman un candidato presidencial, ello no tiene impacto en la opinión pública. La senadora Isabel Allende, entonces presidenta del PS, reprochó a los precandidatos de la colectividad y al ex Presidente Lagos "no marcar en las encuestas".

El debilitamiento de los partidos es elocuente en el escenario presidencial, con dos partidos sin candidato -PS y PC- y dos postulantes independientes, sin biografía política: Alejandro Guillier y Beatriz Sánchez. El periodismo les permitió ser conocidos por la población, y esto llevó al pequeño PRSD y al Frente Amplio y RD, ambos en formación, a invitarlos como abanderados.

Ningún país mantiene una práctica de coaliciones permanentes. La CDU en Alemania ha gobernado por muchos años con los liberales del FDP y, en la actualidad, lo hace en gran coalición con el SPD. Sin embargo, cada partido ha mantenido su perfil propio, especialmente en las elecciones.

Sorprende que partidos "progresistas" justifiquen la continuidad del conglomerado por la tradición, ignoren la crisis de representación y del sistema económico, tengan aversión al cambio político y empleen el chantaje de la lista parlamentaria para forzar un acuerdo con un partido con el cual gobernaron y actuaron en coalición durante un cuarto de siglo, que ha tenido el coraje de tomar una decisión indispensable para el futuro de la democracia.

Dos candidaturas presidenciales, del PDC y la izquierda, que compiten ante el electorado, son el primer paso para enfrentar la crisis de representación y de legitimación del sistema económico.

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