El ‘guevarismo’ y Chile (2)

Carta
El Mercurio, 09.09.2017
Carlos A. Torres Palma y Andrés Pascal Allende (Fundación Miguel Enríquez)

Ante la columna de opinión del 7 de septiembre, que intenta la imposible misión de enlodar la imagen de Ernesto Guevara y su influencia en los movimientos revolucionarios latinoamericanos, es pertinente, como señala sediciosamente el autor, contar la verdad a aquellos que "ignoran de quién se trata realmente" (el Che).

El año 1977, el sargento Mario Terán, quien ejecutó los disparos contra Ernesto Guevara, relató a la revista francesa Paris-Match lo siguiente: "(...) Ese fue el peor momento de mi vida. Cuando llegué, el Che estaba sentado en un banco. Al verme dijo: 'Usted ha venido a matarme'. Yo me sentí cohibido y bajé la cabeza sin responder (...) En ese momento vi al Che grande, muy grande, enorme. Sus ojos brillaban intensamente. Sentía que se echaba encima y cuando me miró fijamente, me dio un mareo. Pensé que con un movimiento rápido el Che podría quitarme el arma. '¡Póngase sereno -me dijo- y apunte bien! ¡Va a matar a un hombre!'(...)".

No fue de otro modo la muerte del Che.

Ernesto Guevara fue ante todo un revolucionario que quedó en la memoria colectiva de los pueblos como el defensor de los oprimidos, como aquel que luchó contra toda forma de opresión. El hombre que tuvo la convicción necesaria de morir por sus ideas sin mandar a nadie a morir por ellas. Estuvo en la selva, en la humedad, en el acoso permanente de su asmática tos, y no desistió jamás. Esa categoría de hombres, esos revolucionarios, comportan una conducta ética y moral que no puede ostentar ningún ejército al servicio del poder económico. Por esa razón se ha constituido en el símbolo del desinterés, en el hombre que tomó las armas por una causa superior: la de los condenados de la tierra. No las empuñó por guerras petroleras, coloniales, ni por interés foráneo o personal. El Che respondió a la pobreza de cientos de millones de latinoamericanos promoviendo un proyecto emancipador de los sectores humildes de nuestras sociedades.

Por las características de su persona, por su rebeldía e inteligencia política, los movimientos revolucionarios latinoamericanos, entre ellos el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), adoptó los principios ideológicos y políticos del Che. La caricatura de la violencia no tiene lugar cuando la historia de nuestro país jamás presenció tanta violencia como la que ejerció la derecha chilena en el gobierno del Presidente Salvador Allende. Los grupos armados de derecha, coludidos con militares en servicio activo y con apoyo de los Estados Unidos, perpetraron una cantidad superior de sabotajes y crímenes contra la Unidad Popular, que los ataques de quienes luchamos contra la dictadura militar. Nunca el MIR disparó, asesinó a civiles ni incluso a militares desarmados.

La ética fue el ejercicio permanente y el legado vigente del Che. Su derrotero de generosidad y sensibilidad hace falta en el Chile actual. En tanto, él convocó a la juventud a declarar la guerra a la opresión, y a sentir como propia cada injusticia que se cometiera en cualquier lugar del mundo; en nuestro país y en el mundo, exacerban la ambición individual, el valor del dinero, la propiedad privada, destruyendo a nuestros jóvenes, sometiéndolos a la soledad y la ilusión del éxito material a cualquier precio.

Como dice Álvaro Góngora en su columna, han transformado la imagen del Che en un "producto transado en el mercado y adquirido por quienes ignoran de quién se trata realmente". El mercado y la industria cultural han vendido su imagen, pues la decadencia de la sociedad actual no puede promover su convicción político-revolucionaria. Sería ir contra sus intereses. No obstante, a pesar de todas las imágenes que han querido trivializar la figura del Che en sus vasos, gorros, poleras y monsergas comerciales, el Che seguirá siendo un ejemplo que trasciende generaciones.

Los jóvenes del mundo, tal como el Che hiciera, seguirán declarando la guerra a la descomposición ética, la corrupción y a la injusticia social a través de movimientos sociales y emancipadores en este siglo XXI.

Es ineludible aclarar que el MIR desistió del accionar armado el año 1970 y fundamentalmente intentó preparar condiciones materiales armadas para defender al gobierno del Presidente Allende y las conquistas de trabajadores/as ante la conspiración golpista en curso. Imputar al MIR la violencia que condujo al golpe de Estado representa amnesia histórica.

Como terminara la columna a la que respondemos: "Nunca es malo recordar lo que fracturó la democracia".

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