El liberalismo y sus descontentos

Reseña
El Líbero, 31.10.2022
Mauricio Rojas, historiador económico, parlamentario sueco y profesor (U. del Desarrollo)
En su más reciente libro, Francis Fukuyama asegura que el «liberalismo clásico» se encuentra amenazado y que recobrar el sentido de moderación es la clave para hacerlo renacer. El liberalismo y sus desencantados”, Francis Fukuyama. Editorial Deusto, 2022. 

Francis Fukuyama ha escrito un libro que todos los liberales deberían leer. Su título es Liberalism and Its Discontents (Profile Books 2022), pero por alguna razón recóndita ha recibido en español el título de El liberalismo y sus desencantados (Deusto 2022).

El libro es, como el autor lo destaca en diversas oportunidades, una defensa del “liberalismo clásico” o, usando la terminología de Deirdre McCloskey, de un “liberalismo humano”. Según Fukuyama, este liberalismo se encuentra amenazado desde afuera, por sus enemigos colectivistas y autoritarios de vieja o nueva data, pero con aún mayor intensidad desde adentro por interpretaciones extremas de los principios liberales.

Se trata, en otras palabras, de excesos liberales, tanto teóricos como prácticos, que han transformado lo que son principios razonables en absolutos unilaterales que en gran medida explican la fuerte reacción antiliberal que ha tendido a predominar durante las últimas décadas. De esta manera, la doctrina liberal se ha hecho doctrinaria, es decir, dogmática y ciega ante sus propias limitaciones.

Por ello, Fukuyama concluye su libro con un llamado a la moderación liberal inspirado en la sabiduría de los viejos griegos para los cuales la hybris o desmesura era uno de los peligros capitales que debían ser evitados en la vida, ya sea de las personas o de las sociedades. Estas son las palabras finales del libro:

“Recobrar un sentido de la moderación, tanto individual como colectiva, es por ello la clave del renacimiento –en realidad de la supervivencia– del liberalismo en sí mismo.”

La hybris liberal de la que habla Fukuyama tiene, a su juicio, dos vertientes: una de derecha y otra de izquierda. La primera bajo la figura del neoliberalismo y la segunda del identitarismo. Ambas serían una versión extrema del principio cardinal del liberalismo acerca de la centralidad del individuo y su autonomía, que se transforma en un absoluto incompatible con la vida social misma y los deberes y limitaciones que esta necesariamente impone a la soberanía individual.

El neoliberalismo, derivado o aliado natural del libertarianismo con su absolutización del individuo autónomo y su repulsa visceral de toda forma de coacción que lo coarte, amenaza la cohesión social y crea un terreno fértil para las reacciones antiliberales con su idealización del interés personal como principio rector de toda sociabilidad y motor del progreso. En términos concretos, ello deriva en un anti-estatismo doctrinario y una fe ciega en las virtudes de los mercados que poco o nada tiene que ver, por ejemplo, con la visión llena de matices de un Adam Smith. En la práctica ello ha desembocado en la aplicación de políticas que, a juicio de Fukuyama, “han incrementado dramáticamente las desigualdades económicas y conducido a crisis financieras devastadoras que golpean con mucha mayor fuerza a la gente común que a las élites adineradas”.

La amenaza a la cohesión social también ha provenido de la izquierda. En nombre de la diversidad y los derechos de las minorías se ha cuestionado la existencia misma de valores, puntos de referencia e intereses comunes que puedan fundar una convivencia social más allá de las diferencias que legítimamente existen en toda sociedad abierta. Incluso la posibilidad de que existan experiencias, saberes o conocimientos que tengan una validez general, así como, de manera más radical, la posibilidad de comunicarnos de una manera racional ha sido desechada en nombre de una subjetividad irreductible que todo lo permea separándonos irremediablemente y haciendo que todas las relaciones sociales no sean más que juegos de poder entre grupos e individuos.

Se trata de un relativismo absoluto y un separatismo cognitivo que reivindica la diversidad de experiencias y condiciones de vida como fuente de derechos desiguales, e incluso, como bien lo sabemos en Chile, de sistemas jurídicos paralelos. Esta absolutización de la diversidad que el liberalismo promueve y respeta como parte esencial de la autonomía o libertad personal se transforma así en un impulso hacia la disgregación de la comunidad nacional que tarde o temprano termina produciendo fuertes reacciones nacionalistas e incluso un rechazo hacia la diversidad en sí misma.

Sobre todo, esto Fukuyama escribe de manera clara y concisa a pesar de tratarse de temáticas candentes que darían para escribir interminables tratados. La relevancia de sus razonamientos para Chile no habrá escapado a quien haya leído las líneas precedentes. Se trata de algo notable y sintomático ya que el autor tiene a los Estados Unidos y en menor medida a Europa como puntos de referencia. Estamos, a no dudarlo, ante problemáticas que hoy, de una u otra manera, permean los debates políticos y culturales en los más diversos rincones del globo.

Con ello dejo al lector invitado a leer este libro de Francis Fukuyama. Vale la pena, aun si se discrepa de muchas de sus afirmaciones. Para los liberales yo me atrevería a decir que es un deber ya que, para defender mejor aquellas ideas que tanto apreciamos, es menester reflexionar seriamente sobre sus dificultades y sus descontentos.

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