El momentum de la política exterior chilena

Columna
Realidad & Perspectivas, N*109 (septiembre de 2022)
Raimundo Jara Duclos

En el gobierno del presidente Gabriel Boric la política exterior chilena pasa por un momento complejo. En lo fundamental, por falencias en las formas que, inevitablemente en diplomacia, perjudican los temas sustantivos.

Concebir la política exterior como una de Estado, que trasciende el gobierno de turno, ha permitido tomar decisiones con perspectiva de mediano y largo plazo. Para un país mediano y de configuración geopolítica complicada, esto es de importancia mayor, pues de ello depende, en gran medida, su buena y estratégica inserción en el mundo. Como resultado, la Cancillería ha sido una de las carteras con menor exposición a polémicas y ha podido disfrutar, –con excepciones, por cierto– de amplios consensos en el espectro político.

Pero la Administración actual, con más de seis meses en el poder, ha tomado distancia de ese talante. Logros concretos, como el Acuerdo de Escazú, están bajo la sombra de polémicas que a menudo comprometen al actual Ministerio de RR.EE. Lo paradójico es que, en su mayoría, son provocadas por el propio presidente. El reciente impasse diplomático con Israel, superado tras la presentación de las cartas credenciales del embajador Gil Artzyeli, significó un principio de importación del complejo conflicto israelo-palestino, contrario a la política de Estado histórica y a la vigente buena relación con ese país.

Como era previsible, ello afectó el soft power chileno, perjudicando la imagen-país y generando un transversal rechazo, no sólo a nivel nacional. Por añadidura, diversos medios aseguraron que la canciller Antonia Urrejola previó y representó dichas consecuencias al propio Mandatario.

Las designaciones de embajadores y agregados en el extranjero también es foco de polémicas. Aunque en su campaña el Presidente se comprometió a terminar con los “pitutos” y no asignar cargos diplomáticos como “premio de consuelo”, pues la política exterior no es para “gustitos personales”, la inexperiencia diplomática ha sido la característica de varios de sus nombramientos estratégicos. En ese contexto, fue paradigmática la designación Javier Velasco como embajador en España, pues el comportamiento de éste ha sido más el de un militante ideologizado e informal que de un representante del Estado de Chile.

La Asociación de Diplomáticos de Carrera (ADICA) no tardó en condenarlo por la falta de “discreción, criterio y prudencia, características básicas para llevar adelante” su “labor especializada”, y la canciller Urrejola cumplió con llamarle la atención por expresa indicación del presidente.

Por último, tras cuatro años de letargo en el Senado, sigue pendiente la aprobación para la ratificación del CPTPP o TPP-11. El obstáculo actual está configurado por la división interna de las coaliciones oficialistas y el intento presidencial de convencer a sus bancadas del beneficio de aprobar. Con base en la tan desgastante “pelea chica” entre partidos y políticos oficialistas (un microclima plagado de fake news), ese déficit decisorio sigue perjudicando el interés y el prestigio del país, vinculado con su presencia en los países y mercados del Asia-Pacífico. Así lo demuestran a diario expertos transversales y excancilleres variopintos.

En resumidas cuentas, es un complejo momento para la diplomacia chilena. Su responsable principal es el presidente Boric, constitucionalmente investido para conducir las relaciones exteriores. La pregunta es si la Cancillería, encargada del manejo fino de los tratados y relaciones internacionales en general, podrá reparar a tiempo los déficits anotados, en aras del interés general de Chile.

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