El placer de odiar

Columna
El Líbero, 08.05.2023
Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
Así como entre 1959 y los primeros años de este siglo viajar a Cuba significaba una excursión hacia alguna utopía, hoy la isla no es más que su reverso. Una viviente y triste distopía.

En uno de sus más recientes libros (Cronología del Progreso), el filósofo y ensayista mexicano Gabriel Zaid propone una interesante manera de abordar lo que él llama el “metabolismo del progreso”. Considera que cualquier cambio debe ser visto en función de su gradualidad y de su rumbo. Para entender sus avances, giros y retrocesos hay que tener siempre presente sus principales hitos. Sólo así se puede establecer que no todo tiempo pasado fue mejor; ni que el futuro vaya a ser necesariamente mejor que el actual. Sólo cabe desearlo.

Zaid propone identificar aquellos grandes hitos con carácter catabólico y anabólico; las dos partes del metabolismo. El método resulta bastante útil para examinar, por ejemplo, un asunto muy poco debatido y harto gravitante en el acontecer latinoamericano durante las últimas décadas y que extrañamente se le ha mantenido oculto. ¿Cómo era la Cuba hasta antes de Fidel Castro, es decir previo a la instauración de su utopía?

Puesto en perspectiva de Zaid, un breve bosquejo panorámico de la historia cubana muestra elementos con carácter metabólico, muy útiles para tratar de abordar tal interrogante.

El primero emana de la noticia, conocida pocos días atrás, dando cuenta de una restricción inaudita en materia de consumo. Sólo habrá carne de pollo para menores de 14 años; y un cuarto del ave como máximo cada mes. El pollo, un bien hasta ahora escaso en Cuba, se transforma entonces en algo casi prohibitivo. En clave metabólica, si la carne de pollo estuvo parcialmente disponible a lo largo de la revolución, y ahora no, sugiere que hoy en día Cuba está peor que ayer. A su vez, si por azares del destino el régimen logra aprovisionarse con algo de carne de pollo, vendrán años mejores. Una disquisición metabólica, pero lamentablemente tragicómica.

Un segundo elemento con carácter metabólico es, sin duda, la energía. Como se sabe, sin energía nada existe. Una sociedad organizada es inviable sin un piso energético mínimo. El progreso social tampoco existe sin energía. Somos por naturaleza una civilización energívora. Sin embargo, el régimen cubano nunca entendió esta premisa básica, porque la Unión Soviética y luego Chávez fueron más que dadivosos con el combustible.

La constatación más lapidaria ocurrió hace pocos días. Fue para el 1 de mayo. El gobierno de Díaz-Canel no estuvo en condiciones de organizar tan significativa fiesta por carecer por completo de combustible. Fidel Castro ni en sus peores pesadillas imaginó algo parecido. En este aspecto, Cuba está peor que ayer. Pero hoy, el estado energético de la isla es tan deplorable, que su subsistencia misma merece un signo de interrogación.

Finalmente, otro elemento metabólico interesante radica en la tendencia, casi consustancial al régimen, a tratar el pasado con criterios contingentes de la actualidad. Así entonces, los altibajos y zigzagueos de hoy determinan la visión de antes, pero también la del futuro. Bajo esta lógica, surge la duda, ¿cuándo el régimen está mejor o peor? La manipulación raya simplemente en lo obsceno. Por eso, aparecen líderes que de pronto son abducidos, sin saberse los motivos, salvo generalidades y trivialidades. Se esfuman no sólo de la escena pública, sino también de los registros audiovisuales. Es como si nunca hubiesen existido. Carismáticos hombres y mujeres, que alguna vez fueron empinados a la cúspide, aparentemente por sus habilidades en el arte de gobernar (es decir, lo hacían mejor que sus predecesores), son lanzados al olvido o relegados a alguna mazmorra. Famosos son los casos de Roberto Robaina (alias Robertico), Carlos Lage, Juan Reynaldo Sánchez, Felipe Pérez Roque y tantos otros. Sin la menor explicación caen defenestrados.

Hay una célebre advertencia de Stalin a la esposa de Lenin, cuando ésta le reprochó algunos excesos en materia de represión, y que obliga a ver a Cuba cómo una simple rémora soviética. “No te olvides, Nadezhda, en cualquier momento te saco de los libros de historia y cambio a la viuda del compañero Vladimir”.

La paulatina descomposición del régimen en La Habana ha impulsado a personas jóvenes, tanto en la isla como en el exilio, a iniciar un rescate de la memoria. Docu-films, videos, crónicas de época, resúmenes históricos, cortometrajes, reels y entrevistas a personas de mayor edad, ya circulan por redes sociales. Son esfuerzos muy interesantes por escudriñar el pasado, buscando los reales hitos metabólicos. Es una pulsión por descubrir qué era el país antes de la hecatombe revolucionaria y por qué el régimen lo ha odiado casi por placer.

En tal línea de razonamiento, los datos de la Cuba previa a Castro francamente asombran. Tuvieron una gigantesca carga metabólica.

Hasta 1958, por ejemplo, con poco más de seis millones de habitantes, el país tenía más líneas férreas por kilómetros cuadrado que cualquier otro país latinoamericano. La introducción del aire acondicionado fue precoz. El hotel Riviera de La Habana fue el primero en tenerlo en el mundo, cuando despuntaba 1951.

Y a propósito del bendito pollo, desaparecido de las mesas cubanas de hoy, los indicadores en materia de consumo cárnico antes de la revolución eran espectaculares. Cuarenta kilos de carne de vacuno por habitante anualmente; sólo por detrás de Uruguay y Argentina. En Cuba había, aproximadamente, una cabeza de ganado por habitante.

Los hogares del país tenían más electrodomésticos que cualquier otro de la región. Había un automóvil por 38 habitantes; 160 mil automóviles en total. El primer vehículo en suelo latinoamericano circuló en La Habana a inicios de 1900. El primer sistema de alumbrado público extendido en una ciudad latinoamericana fue en la capital cubana en 1886 y diez años antes una fábrica de allí había sido la primera de la región en disponer de energía eléctrica para todos sus procesos. En 1906, La Habana fue la primera ciudad del mundo en masificar la telefonía con discado directo (sin operadora). En 1958, era el segundo país con mayor número de casas conectadas al servicio eléctrico público.

A partir de 1922 se expandió la emisión radiofónica en La Habana, desde donde, por primera vez en el mundo, se transmitió un concierto. También Cuba fue de los primeros en empezar a divulgar noticias de manera estable. En 1928 había 61 emisoras de radio, 43 de ellas en la capital. Era el cuarto país del mundo con más emisoras. Ya el año anterior a la revolución (1958) se había introducido en la isla la televisión a color (segundo en el mundo con tal avance). En blanco y negro había ocurrido en 1950 (más de una década antes que en Chile). En 1958, La Habana era la tercera ciudad del mundo con más cines (sólo detrás de Nueva York y París).

En esa satanizada década de los 50, era uno de los países latinoamericanos con más hospitales y tenía una de las más bajas tasas de mortalidad infantil. Todo esto sin contar con una avanzadísima legislación de carácter social adoptada en las décadas previas. Primer país de la región en introducir la autonomía universitaria, la jornada laboral de ocho horas, el voto de mujeres y un largo etcétera.

El listado se hace interminable al revisar los relatos que están siendo rescatados. Es un gran esfuerzo por preservar la memoria prerrevolucionaria y tener una visión más mesurada y ecuánime de aquel período. Anidar en aquellas décadas podría contribuir positivamente a la hora de diseñar planes para el futuro. La imaginación épica alteró gravemente la vida política latinoamericana, pero con mayor severidad atacó a la memoria nacional cubana.

Y así como entre 1959 y los primeros años de este siglo viajar a Cuba significaba una excursión hacia alguna utopía, hoy la isla no es más que su reverso. Una viviente y triste distopía.

Los hogares del país tenían más electrodomésticos que cualquier otro de la región. Había un automóvil por 38 habitantes; 160 mil automóviles en total. El primer vehículo en suelo latinoamericano circuló en La Habana a inicios de 1900. El primer sistema de alumbrado público extendido en una ciudad latinoamericana fue en la capital cubana en 1886 y diez años antes una fábrica de allí había sido la primera de la región en disponer de energía eléctrica para todos sus procesos. En 1906, La Habana fue la primera ciudad del mundo en masificar la telefonía con discado directo (sin operadora). En 1958, era el segundo país con mayor número de casas conectadas al servicio eléctrico público.

A partir de 1922 se expandió la emisión radiofónica en La Habana, desde donde, por primera vez en el mundo, se transmitió un concierto. También Cuba fue de los primeros en empezar a divulgar noticias de manera estable. En 1928 había 61 emisoras de radio, 43 de ellas en la capital. Era el cuarto país del mundo con más emisoras. Ya el año anterior a la revolución (1958) se había introducido en la isla la televisión a color (segundo en el mundo con tal avance). En blanco y negro había ocurrido en 1950 (más de una década antes que en Chile). En 1958, La Habana era la tercera ciudad del mundo con más cines (sólo detrás de Nueva York y París).

En esa satanizada década de los 50, era uno de los países latinoamericanos con más hospitales y tenía una de las más bajas tasas de mortalidad infantil. Todo esto sin contar con una avanzadísima legislación de carácter social adoptada en las décadas previas. Primer país de la región en introducir la autonomía universitaria, la jornada laboral de ocho horas, el voto de mujeres y un largo etcétera.

El listado se hace interminable al revisar los relatos que están siendo rescatados. Es un gran esfuerzo por preservar la memoria prerrevolucionaria y tener una visión más mesurada y ecuánime de aquel período. Anidar en aquellas décadas podría contribuir positivamente a la hora de diseñar planes para el futuro. La imaginación épica alteró gravemente la vida política latinoamericana, pero con mayor severidad atacó a la memoria nacional cubana.

Y así como entre 1959 y los primeros años de este siglo viajar a Cuba significaba una excursión hacia alguna utopía, hoy la isla no es más que su reverso. Una viviente y triste distopía.

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