El precio de la gloria

Columna
El Mercurio, 13.11.2022
Sebastián Claro

Bastaron pocos días desde la elección de Xi Jinping como líder supremo en China para que algunas señales sobre la nueva era fueran reveladas. Aunque las expectativas estaban puestas en señales económicas o insinuaciones geopolíticas, las primicias estuvieron en el ámbito social, con el anuncio de prohibir a influencers, figuras del espectáculo y artistas la promoción de productos de consumo y de vida sana en áreas como la salud o la educación.

A decir verdad, el gobierno de China comenzó hace un par de años una sistemática campaña de control social, con el atosigamiento a líderes de opinión que pudieran, valga la redundancia, tener demasiada opinión. Las primeras acusaciones tuvieron que ver con evasiones de impuestos, pero poco a poco la acción del Estado ha buscado acallar voces con mensajes que complicaran la posición oficial del partido.

En esta oportunidad, el anuncio oficial establece que “las celebrities deben practicar conscientemente los valores socialistas en sus actividades públicas y de propaganda”. En su discurso, Xi declaró que “es necesario abandonar actitudes y estilos de vida refinados”, agregando que “es necesario educar a la gente, especialmente a los jóvenes, que el socialismo en China se gana con trabajo duro, con luchas y, si es necesario, con el sacrificio de la vida”, profundizando sobre el principio que, hace pocos meses, justificó la restricción al número de horas que los jóvenes pueden pasar en videojuegos. Paradójicamente, el anuncio fue realizado en el canal de Hongqi, que, con sus casi 1.500 kilómetros de longitud construidos a mano durante el “Gran Salto Adelante”, es una muestra fehaciente de los gigantescos costos humanos de aquel plan que, buscando la gloria, terminó siendo un gran salto al vacío.

La excesiva orientación al consumo o la falta de entusiasmo por el esfuerzo no son exclusivos de China, pero en ese país han surgido numerosos movimientos de protesta por lo que se considera una sociedad donde el trabajo parece ser el centro de la vida. Por ejemplo, el movimiento llamado Lying Flat (o quedarse quieto) —calificado por Xi como una involución— invita a los jóvenes a tener una vida tranquila y menos centrada en el logro.

China tiene una fuerte necesidad de crecimiento, pero con la población envejeciendo y la inversión cayendo, ello no será posible sin un esfuerzo importante en educación y en horas de trabajo. Para evitar que “los lujos de Occidente” —como el ocio y el consumo— descarrilen este plan, el gobierno ha optado por restringir la libertad. El drama es que la demanda por ocio y por bienes de consumo es parte de la naturaleza humana. El esfuerzo personal y la austeridad son virtudes dignas de cultivar, pero la experiencia indica que la limitación de la libertad es un mal método para alcanzar la gloria.

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