Columna El Mostrador, 23.11.2023 Jorge G. Guzmán, abogado, exdiplomático y profesor-investigador (U. Autónoma)
A propósito de la crisis climática, el presidente Gabriel Boric viaja a la Antártica Chilena junto al secretario general de Naciones Unidas, António Guterres para –se supone– llamar la atención respecto de los efectos del cambio global sobre la región polar austral. Si esto es así, entonces el objetivo del viaje es esencialmente modesto, pues, el curso de los últimos años el mismo ejercicio lo hicieron decenas de presidentes, ministros, líderes políticos y celebridades de las ciencias, las artes, la literatura, el cine e, incluso, del pop (alguien podría decir “faltaba el secretario general de la ONU”).
No obstante, desde el punto de vista del interés permanente del Estado, su máxima autoridad, el presidente de la República, dispone de la ocasión de explicar al secretario general cómo Chile –el país más cercano al Continente Blanco– ha sido un actor fundamental en el establecimiento de la Pax Antarctica.
El presidente podrá explayarse acerca de cómo Chile, sin renunciar a sus derechos soberanos, ha sido parte del pequeño grupo de naciones que ha dotado a la Antártica de un régimen jurídico sui generis, surgido en plena Guerra Fría, que aseguró la desmilitarización y la desnuclearización de las regiones de la Tierra situadas al sur del paralelo 60º sur. Le podrá recordar que esto no ocurre, por ejemplo, en el Ártico ni el subártico.
Durante los más de 60 años de vigencia del Sistema del Tratado Antártico, el aporte de la cooperación ejercitada a su amparo ha tenido un incalculable efecto virtuoso sobre la paz y la seguridad del mundo.
Ese aporte a la paz mundial descansa sobre un delicado equilibrio entre reclamos soberanos y cooperación política y científica de buena fe. Cualquier alteración sobre ese equilibrio podría tener consecuencias catastróficas para el conjunto de la humanidad, comenzando por el Cono Sur americano.
Desde este ángulo, es evidente que una amenaza a la Pax Antarctica la representa el subyacente intento de internacionalizarla. Desde fines de la década de 1979 en Naciones Unidas este es un fenómeno subyacente, que ganó impulso después del fin de la Guerra Fría, cuando ciertos sectores se mudaron de la defensa de la lucha de clases, al buenismo internacionalista destinado a salvar al planeta del cambio climático.
El presidente conoce –por supuesto– que, en función de lo prescrito en el Estatuto Antártico (Ley 21.255), la ambición internacionalista nucleada en ciertos sectores de Naciones Unidas es contraria a nuestra normativa vigente y, también, contraria a nuestra larguísima tradición de potencia polar. Dicha ley establece que el objetivo de toda y cualquier actividad en la Antártica Chilena debe estar orientada a fortalecer nuestros derechos soberanos, en el contexto de nuestra contribución al funcionamiento del Sistema del Tratado Antártico. Full stop.
Sobre el fondo de esta afirmación, tal vez sería del caso recordar al señor Guterres que –por consenso y lejos de los avatares de la Asamblea General, del Consejo de Seguridad y de las decenas de comisiones que funcionan en Nueva York o Ginebra– el Tratado Antártico de 1959 evolucionó hacia un sistema regulatorio que a la fecha no solo incluye instrumentos y métodos para garantizar la efectiva conservación de los ecosistemas terrestres y marinos, sino que cuenta también con mecanismos de cooperación probadamente exitosos para que la ciencia antártica contribuya –en los hechos y no en las meras declaraciones– a la mejor comprensión y mitigación del cambio ambiental.
Quizás por esto, el presidente podría explicar al secretario general que, habiendo sido Chile parte esencial de la experiencia de cooperación política más exitosa y durable en la historia del sistema internacional, cualquier sombra de internacionalización de la Antártica nos resulta inaceptable.
Para que la Pax Antarctica siga siendo un pilar de la paz y la seguridad mundial en general, y del Cono Sur americano en particular, es de importancia que Naciones Unidas se siga manteniendo al margen del devenir antártico. No estaría de más recordárselo al señor Guterres.