Elecciones nacionales, consecuencias globales

Columna
El Líbero, 03.01.2024
José Miguel Insulza, senador socialista y exministro de RREE

En poco más de 70 países habrá, en este año que recién se inicia, elecciones en las cuales debe votar más de la mitad de la población adulta mundial. Y estos eventos incluyen a Estados Unidos, la Unión Europea, India, Rusia y otras de las naciones más pobladas, poderosas y extensas. En nuestro continente hay siete elecciones presidenciales, que incluyen a dos de los países más poblados, además de otros eventos de carácter parlamentario, regional o municipal.

Que tantos miles de millones de personas sean llamadas a las urnas debería ser motivo de regocijo para quienes creemos en la democracia. Lo es, aunque con serias limitaciones. El sueño democrático que acompañó al fin de la Guerra Fría y al retorno de la democracia en toda América, no se ha cumplido cabalmente. En no pocos países estas elecciones son simulacros, con candidatos únicos o fraudes predecibles, que pretenden legitimar en el poder a gobiernos autoritarios; en otros, las limitaciones que enfrentan los opositores hacen muy difícil que la voluntad popular pueda expresarse; y en algunos existen divisiones estrictas, que obligan a los ciudadanos a adoptar opciones drásticas, que muchos quisieran evitar. Pero hay muchos más que eligen libremente a sus autoridades y ello es digno de celebrar.

Las dudas que existen acerca de la democracia en el mundo no parecen indicar que la mayor parte de la población mundial prefiera una forma distinta de gobierno. Con la excepción de aquellos países que nunca han tenido democracia representativa, en la mayoría del mundo la preferencia por la democracia parece subsistir. La duda creciente que sin duda aqueja a los ciudadanos de muchos países, es si sus democracias son capaces de resolver sus principales problemas y reducir sus temores en un mundo que cambia a una velocidad sin precedentes. Y mirado de manera general, el nuevo gran ciclo electoral del mundo no parece dirigido a cambiar de rumbo la situación del planeta o a vencer los problemas que hasta ahora han impedido superar la crisis de crecimiento lento, deterioro ambiental y violencia bélica y criminal que hoy afectan a la humanidad.

Sin embargo, los resultados de estos procesos electorales y los cambios o reafirmación de gobiernos que provoquen tendrán consecuencias que pueden ir más allá de la situación de cada país y proyectarse sobre la situación regional o mundial. En unas pocas líneas trataremos de examinar algunos ejemplos de estas consecuencias.

De las elecciones en las naciones más numerosas, en la India todo parece apuntar a un tercer mandato de la coalición amplia de partidos nacionalistas, que encabeza el Partido Bharatiya Janata (el partido más grande del mundo), del actual primer ministro Narendra Modi, cuya victoria sucesiva en varias elecciones estaduales pronostica una victoria cómoda, sino una avalancha.

Un resultado como ese fortalecería la posición regional de la India y sus pretensiones de proyección como potencia mundial, así como su liderazgo sobre el proyecto de “Sur Global” que se pretende lanzar a partir del reforzamiento de los BRIC. La política exterior de la India ha sido hasta ahora de gran prudencia, manteniendo neutralidad hacia la mayor parte de los conflictos globales. Modi deberá decidir si opta por un Sur Global, lo cual aliviaría en parte sus tensiones habituales con China; o si fortalece su ya importante acercamiento con Estados Unidos.

No es desdeñable tampoco la posibilidad de que Modi opte por retener una posición de neutralidad, mientras enfatiza un esfuerzo económico y social similar al que caracterizó por varias décadas la política China a fines del siglo pasado y el comienzo del actual. En las dos décadas entre 1990 y 2010 la pobreza en el mundo cayó en más de mil millones de personas; la mitad de ellos fueron chinos. Ello fue acompañado de un desarrollo de la infraestructura sin precedentes, que aún maravilla a muchos en el mundo. En ese período, además, China buscó afanosamente una incorporación al sistema internacional, evitando, a pesar de su presencia en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, toda actitud de gran potencia. Si la India ha de ocupar el lugar al que aspira como el país más poblado del mundo, podría optar por un camino similar.

Dado que en Rusia la victoria de Vladimir Putin está asegurada, sin que nadie se atreva a levantar una opción; y que la elección del Parlamento Europeo no se encamina a grandes cambios, la única potencia mundial que enfrenta un momento electoral complejo es de Estados Unidos. Ya es extraño que en cualquier país se midan nuevamente los mismos candidatos de la elección anterior. Más raro aún es que ambos estén encaminados a ser nominados en las primarias de sus partidos sin grandes dificultades, a pesar de tener números negativos en las encuestas. Los norteamericanos no quieren reelegir a Trump, pero es seguro que, de no mediar decisiones judiciales en contra, será el candidato republicano. Más extraña aún es la situación de Biden: la mayoría de los electores demócratas preferirían otro candidato, pero hasta ahora no existe otro candidato.

La crisis del sistema político norteamericano podría terminar en una elección de Trump o en una presidencia débil, con muchas dificultades para hacerse cargo de problemas económicos y sociales internos; y más aún de asumir el liderazgo internacional que Estados Unidos pretende. Salvo que surgieran nuevos rostros, que infundieran nuevos bríos a la campaña, en los años siguientes Estados Unidos intentaría seguir, con Trump, una política más aislacionista, concentrado en los temas migratorios, la droga y otros conflictos internos, y reacio participar en conflictos internacionales; o buscaría, con Biden, un liderazgo mundial, caracterizado por guerras que no concluyen y grandes proyectos sociales y ambientales que no logran concretarse.

Esta realidad se une a la situación económica de China, con un crecimiento bastante menor al del período anterior y problemas serios en sectores importantes de su economía; y con crecientes dificultades en sus relaciones con el resto de su región, parece evidente que las dos grandes potencias de un supuesto mundo bipolar, aunque continúe su contienda tecnológica, no están en condiciones de liderar bloques de poder, en un mundo fragmentado en que surjan nuevos acuerdos o bloques regionales.

Entre las muchas elecciones en las regiones del mundo de nuestro directo interés, hay dos que podrían tener un posible efecto electoral mayor, a nivel global o regional.

La primera elección del año (13 de enero) es en Taiwán y es también la única que, con 24 millones de habitantes, podría tener efectos importantes para la paz mundial. Tsai Ing-wen es una política moderada que, sin embargo, fue elegida por el Partido Progresista Democrático, aquel que más se inclina por una declaración de soberanía, que convierta a Taiwán en un país independiente.

Naturalmente, su elección en 2020 fue vista de manera profundamente negativa por el Gobierno de la República Popular China, que considera el reintegro de esta Provincia como parte integral e intransable de su política nacional. En estos años, aunque Tsai no ha dado pasos concretos hacia la declaración de soberanía y a pesar de la muy estrecha relación económica entre ambos países, China ha aplicado tres veces sanciones a Taiwán por “actitudes independentistas” y ha realizado ejercicios militares en los alrededores de la isla.

La elección de 2024 prometía ser muy estrecha, entre el PPD y el KMT, el Kuomintang, el antiguo partido que, derrotado en 1949, ocupó Taiwán como su refugio, protegido por Estados Unidos y que ahora, paradojalmente es el moderado defensor del statu quo y visto por China como el mal menor. La coalición que encabeza el PPD eligió como candidato al actual vicepresidente Lai Ching-te, mientras el KMT nominaba a Hou Yu-Ih popular ex alcalde de New Taipei City. Pero en los días anteriores a la inscripción la coalición encabezada por el KMT se partió, surgiendo como candidato el magnate digital Ko Wen-je, del Partido del Pueblo de Taiwán (TPP).

La división de la oposición es vista desde China como una posibilidad cierta de elección de Lai, más soberanista que la actual presidenta; su elección aumentaría fuertemente las tensiones y obligaría al gobierno de Xi Jinping a adoptar decisiones duras, ante la inminencia de perder la que considera su Provincia. Después de Ucrania y de Gaza, el mundo estaría al borde de otra guerra, esta vez por Taiwán. Sobre su ocurrencia, es decir si China está preparada para ir tan lejos, si Lai Ching-te llegaría proclamar soberanía, si el temor a las represalias puede provocar el triunfo del KMT, existen muchas versiones. Lo que es claro es que la elección en Taiwán se ha transformado en un evento de proporciones globales.

Además de la elección en Estados Unidos, se eligen en 2024 seis presidentes en América Latina: México, República Dominicana, El Salvador, Panamá, Uruguay y Venezuela. Si bien todas ellas tienen aspectos relevantes para el resto de la región (por primera vez una mujer será presidente de México; el “Bukelismo” crecerá en la región), la de mayor repercusión regional es Venezuela, donde aún se negocia entre gobierno y oposición en torno a las garantías necesarias, especialmente la aceptación de la candidatura de María Corina Machado, nominada por más de un 90% de los votos en una primaria de la oposición. Si Machado es impedida de postular, ello será una señal de que nada cambiará en Venezuela (no parece posible que toda la oposición acuerde otro nombre. Si Machado gana la elección, es el fin del ciclo Chávez-Maduro que gobernó Venezuela por un cuarto de siglo. Incluso si Maduro triunfa en una elección honesta, habrá cambios políticos fundamentales en el régimen y el país. Estas tres alternativas, en una región con graves problemas políticos (hay más de siete millones de exiliados venezolanos en toda América), tendrán efectos importantes, positivos o negativos, para toda la región.

No hay comentarios

Agregar comentario