En defensa de la diplomacia peruana

Columna
El Montonero, 29.10.2020
Eduardo Ponce Vivanco, embajador (r) y exviceministro de RREE peruano
Una carrera jerárquica, disciplinada y meritocrática

El Servicio Diplomático es una de las pocas instituciones nacionales que tiene prestigio dentro y fuera del Perú, lo que debería concitar el respeto que merecen los activos valiosos y escasos. Mantener su excelencia es obligación moral de todo diplomático, sin importar su condición de activo o retirado. Indigna, por tanto, que algunos de ellos promuevan los escándalos que vemos aparecer con frecuencia en los medios que, lamentablemente, les dan cabida (véase la portada y las tres páginas que ayer les dedica el diario Expreso).

Es una contradicción insalvable invocar el valor de una institución cuando se la socava con denuncias o petitorios que, como bien afirma el excanciller Gonzales Posada –que no es diplomático sino político– deberían ventilarse al interior de la institución que sufre el ataque de algunos de sus miembros. Especialmente si sus opiniones no versan sobre relaciones internacionales, sino que atañen a reclamaciones personales de carácter laboral o pensionario que han merecido pronunciamientos administrativos en las instancias competentes de la Cancillería y sentencias del Poder Judicial.

El valor profesional del diplomático debe ser apreciado por su desempeño y sus logros en la política exterior y la defensa del interés nacional a lo largo de una carrera jerárquica, disciplinada y meritocrática. Una carrera a la que se ingresa por vocación y no por expectativas económicas, como el pago de la CTS. No es una carrera de ascensos automáticos, sino por rendimientos concretos y evaluaciones sistemáticas en una comunidad profesional que conoce bien las virtudes y defectos de sus integrantes. Lanzar especulaciones conspirativas y denunciar presuntas argollas o grupos de interés ofende a la institución que se dice defender.

Cuando mis compañeros de generación tuvieron su primer puesto en el exterior recibían –sin distingo de la ciudad en que residían– una suma menor a US$ 700 (mi sueldo en Tokio era US$ 654). Y en la liquidación que nos hicieron al momento de la jubilación la CTS no superó los S/ 2,000 después de medio siglo de servicios.

Mucho es lo que ha conseguido nuestra diplomacia en la consolidación territorial del Perú o la presencia multilateral que tuvimos durante la odiosa dictadura militar del General Velasco Alvarado. El deber profesional del diplomático de carrera es salvaguardar los intereses permanentes del Perú, especialmente si el poder cae en manos de personas que no respetan el Estado de Derecho y pueden poner al país en predicamentos internacionales negativos. Nuestros logros constituyen un patrimonio histórico e institucional intangible, y ningún diplomático puede ignorar que han sido fruto de esfuerzos, frecuentemente a contramano de vaivenes políticos o decisiones injustas de gobiernos. Como la que se impuso al Servicio cuando se decretó el arbitrario y lamentable cese de 117 colegas en 1992.

Más que a las principales autoridades del Ministerio de Relaciones Exteriores, la defensa de nuestros fueros institucionales debe estar en manos de los gremios que agrupan a los diplomáticos en actividad y en retiro. Ambos están en la obligación de pronunciarse con claridad cuando sus miembros incurren en actos reñidos con la deontología profesional.

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