Época Radical: El general Carlos Sáez en los años 30. Pensamiento social de un ex uniformado

Columna
El Demócrata, 27.03.2016
Alejandro San Francisco, doctor en Historia (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

En la década de 1920 los militares irrumpieron en la escena política chilena con el famoso “ruido de sables” de septiembre de 1924. En los hechos eso significó el fin del régimen parlamentario chileno, con la clausura del Congreso incluida, y también la salida del presidente Arturo Alessandri del gobierno. Después de diversos sucesos y en un ambiente de desorden institucional, se promulgó la Constitución de 1925 y el país volvió al sistema democrático.

La partida no fue fácil: el gobierno de Emiliano Figueroa Larraín apenas se extendió por un par de años; Carlos Ibáñez del Campo siguió siendo el hombre fuerte y llegó a La Moneda en 1927, aunque no pudo completar su periodo al ser afectado por la crisis económica internacional y por la creciente oposición. En julio de 1931 renunció al cargo, lo que lejos de devolver la tranquilidad al país provocó nuevamente una situación de desorden, gobiernos de corta duración, en lo que la historiografía ha llamado la segunda anarquía.

Es interesante destacar un aspecto de las intervenciones militares de los años 20, como fue la proliferación de escritos memorísticos por parte de los uniformados, que buscaban contar y explicar los hechos. Así emergieron, entre otros, Juan Pablo Bennett, Arturo Ahumada y Mariano Navarrete. El más destacado de todos fue, probablemente, el General Carlos Sáez (1881-1941), quien escribió un completo trabajo en tres volúmenes, que tituló Recuerdos de un soldado (Santiago, Biblioteca Ercilla, 1933-1934).

En 1898 había ingresado a la Escuela Militar, donde destacó como un gran estudiante y también como deportista. En 1907 tuvo el primer lugar en el examen de admisión de la Academia de Guerra. Una destinación decisiva se produjo en Traiguén, pues ahí “se formó mi carácter” y además “adquirí el gusto por la lectura”. Después participó como agregado en la Comisión de adquisición de material que dirigía el General Emilio Körner, prusiano reformador del Ejército de Chile. Desde 1918 en adelante ejerció funciones en la Academia de Guerra, lugar en el que llegó a ser Director.

Recuerdos de un soldado cubre precisamente los años de las intervenciones militares y logra dar cuenta del pensamiento castrense de este tiempo, no sólo sobre asuntos profesionales, sino también sobre la convulsionada situación política de Chile. Lo interesante es que las narraciones se entremezclan con documentos originales, se combinan los sucesos con los recuerdos del autor, así como las cuestiones que conoció con aquellas en que le correspondió participar personalmente.

Así emergen los golpes de 1924, la difícil instalación del nuevo régimen, las discrepancias entre los uniformados y los civiles, la caída de Ibáñez. Después de este suceso fue nombrado ministro de Guerra en el gobierno de Pedro Opazo Letelier, declarando en un Consejo de Gabinete lo siguiente: “Debo prevenir a los señores Ministros que soy y sigo siendo amigo del General Ibáñez, y que espero que los oficiales continúen guardando, con respecto al jefe caído, los mismos sentimientos con que lo distinguieron mientras él permaneció en el Gobierno; cualquiera otra actitud significaría una deslealtad reñida con el pundonor militar. Pero, al mismo tiempo, tengo la seguridad absoluta de que la oficialidad sabrá distinguir entre su afecto por el General Ibáñez y sus obligaciones frente al nuevo Gobierno, y no dudo que si Pegara [sic] el caso de tener que elegir, los oficiales sabrían sacrificar la amistad en aras de su deber” (la referencia en “La Academia de Guerra rinde homenaje póstumo a su ex Director General don Carlos Sáez Morales”, en Memorial del Ejército de Chile, N° 251, Noviembre-Diciembre de 1952).

Resulta especialmente valioso, en la clausura de la obra, la reproducción del diálogo con Marmaduque Grove el 4 de junio de 1932, con ocasión del golpe de Estado socialista que se estaba produciendo. En la emotiva narración, Sáez procuró disuadir a Grove y los suyos de alterar el orden institucional, lo que fue respondido con claridad por el líder de los sublevados, que exigía la renuncia inmediata del gobierno de Juan Esteban Montero, para ser reemplazado por una junta compuesta por el General Arturo Puga, junto a Eugenio Matte Hurtado y Carlos Dávila. Don Marmaduque concluyó sus palabras con un vibrante llamado a los suyos, parapetados en la base El Bosque de la Fuerza Aérea:

“Para que el General Sáez comprenda cuál es vuestro estado de ánimo, solicito al que no esté de acuerdo con mis palabras que lo manifieste en alta voz y diga si no está dispuesto a morir por el inmediato establecimiento de la República Socialista de Chile en el día de hoy, es decir, en algunas horas más”. La respuesta no se dejó esperar, y fue resuelta y unánime: “La oficialidad, entre la que se encontraban representantes de los distintos regimientos de la capital, prorrumpió en un impresionante ‘¡Viva la República socialista de Chile’!” El texto concluye escuetamente: “Ante esta categórica actitud, a las doce en punto se retiró el General Sáez del local de la Escuela” (Recuerdos de un soldado, Tomo III).

De esta manera, comenzaba el retiro del militar que había sido actor y escritor de la historia reciente de Chile. En los años siguientes siguió preocupado por la situación del país, lo que dejó plasmado en otro libro, de ideas más que de recuerdos, sobre los años del segundo gobierno de Arturo Alessandri (1932-1938). La obra se llamó Y así vamos… Ensayo crítico (Santiago, Ediciones Ercilla, 1938), que trataba temas tan diversos como los trastornos políticos, el deterioro de la situación social del país, la situación de la defensa nacional, la necesidad de leyes sociales y una regeneración política. Algunos de estos temas eran recurrentes en esos años de crisis económica y de grandes debates ideológicos. Sobre la cuestión social y sus dramas había un relativo consenso, sobre las soluciones posibles había en cambio discrepancias grandes.

El libro concluía: “El bienestar nacional no depende de que el país llegue a ser una gran potencia, sino de que lleguemos a tener un pueblo sano, honesto, trabajador, vigoroso, capaz de sentir la felicidad de una vida modesta, honrada y laboriosa”. Una aspiración sin duda patriótica y sensata, pero que sería imposible de cumplir en el corto plazo, debido a la pobreza del país y la lentitud o mala orientación de las soluciones.

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