ÉpocaRadical: El Partido Conservador en la década de 1930 (I)

Columna
El Demócrata, 03.07.2016
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

El Partido Conservador era una corriente política histórica en Chile, cuya trayectoria es central para la comprensión del desarrollo republicano nacional. Si bien su primera Convención fue en 1878, sus elementos fundacionales están en la década de 1820 y tiene raíces en el llamado régimen portaliano. La versión que adoptaría finalmente a mediados del siglo XIX se debe a la llamada cuestión del sacristán y su implicancia en la división del tronco conservador. Esto llevó al surgimiento de los partidos políticos, entre los cuales emerge el Partido Conservador como la colectividad más cercana a la Iglesia, el “partido católico”, característica que mantendría hacia el siglo XX.

En ese ámbito fue afectado por las luchas secularizadoras y las leyes laicistas, mientras en otros ámbitos desarrollaba especialmente una agenda a favor de la libertad de enseñanza, frente al Estado Docente (tema en el que destacó Abdón Cifuentes), y la libertad electoral, que los vincularía a los liberales en oposición al Poder Ejecutivo fuerte. También promovió la descentralización, que tiene en la ley de Comuna Autónoma de 1891 una de sus manifestaciones más importantes, promovida por el líder conservador Manuel José Irarrázaval. En el cambio de siglo, y coincidiendo con la encíclica Rerum Novarum de León XIII (1891), algunos conservadores —como Juan Enrique Concha— tomaron el liderazgo en la difusión y puesta en práctica de la Doctrina Social de la Iglesia.

En la década de 1920, como enfatiza Teresa Pereira en El Partido Conservador 1930-1965. Ideas, figuras y actitudes (Santiago, Fundación Mario Góngora, 1994), los conservadores iniciaron un camino de renovación. En esos años tuvieron que aceptar dos cambios trascendentales —ambos consagrados con la nueva Constitución de 1925—, contrarios a la línea histórica del partido. El primero se refiere a la separación de la Iglesia con el Estado; el segundo es la instauración del régimen presidencial, después de más de tres décadas de gobierno parlamentario en el país.

Durante la crisis política de 1924-1932, los conservadores vivieron circunstancias difíciles, que contrastaban con la historia y que anunciaban un nuevo Chile. En parte por situación que vivían todos los partidos políticos, pero también por la persecución y exilio de algunos de sus líderes durante el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo. El retorno de la democracia en 1932 significó también el regreso del Partido a las lides políticas y electorales, con una línea civilista, republicana, contraria al militarismo.

Ese año su candidato presidencial Héctor Rodríguez de la Sotta quedó en el tercer lugar, con 47.207 votos y un 13,8% de los votos. En esa elección triunfó Arturo Alessandri, con un 54,6% de los sufragios, regresando a La Moneda después de años difíciles para él y para Chile. La postura doctrinal del dirigente conservador destacaba la libertad económica, como un hombre que veía que la disyuntiva hacia el futuro era un régimen como el de Estados Unidos o bien como el de la Unión Soviética, en una de las luchas dialécticas fundamentales del siglo XX. Adicionalmente, percibía la existencia de una crisis moral que es la raíz de los problemas que viven las sociedades contemporáneas. En materia de liderazgos internos, en 1931 asumió como presidente del partido Rafael Luis Gumucio, quien fue secundado por Horacio Walker como vicepresidente.

En materia parlamentaria, en el restablecimiento democrático el Partido Conservador logró elegir diez senadores y treinta y cuatro diputados, lo que lo convertía en una de las principales fuerzas políticas del país junto a los radicales. Entre las principales figuras que resultaron elegidas por los conservadores destacan los senadores Rafael Luis Gumucio, Horacio Walker Larraín, Maximiano Errázuriz Valdés, así como los diputados Joaquín Prieto Concha, Julio Pereira Larraín y Joaquín Walker Larraín.

Un interesante libro de Pedro Lira, joven dirigente, resume la percepción que había sobre el partido a comienzos de los años 30, en un contexto de cambio de época: “Este nuevo orden debe respetar la tradición y desear el progreso dentro del orden; debe defender y proteger las fuerzas espirituales para que ellas constituyan el alma del país… El Partido Conservador ha evolucionado de pelucón a conservador, de autoritario a parlamentario y es visto ahora como un partido de equilibrio, un partido de centro, en lo social, en lo económico, y poderoso” (el libro El futuro del país está citado por Teresa Pereira).

Hasta esa década, había una convicción de que los católicos debían formar parte del Partido Conservador. En ese contexto se dio una disputa entre quienes promovían el ingreso de los jóvenes a la agrupación, para alimentarlo de savia nueva, mientras otros ponían más dificultades sobre la militancia partidista. En este último grupo estaba Jaime Eyzaguirre, historiador que defendía la prescindencia política. La respuesta final llegaría desde Roma, clarificando la postura oficial, pero también poniendo algunas dificultades de orden práctico en Chile.

En junio de 1934 está fechada la carta del Cardenal Pacelli, secretario de Estado del Vaticano y futuro Papa Pío XII, en texto que reprodujo El Diario Ilustrado. El texto se titulaba “La Acción Católica y la Política”, y sostenía lo siguiente: “Un partido político, aunque se proponga inspirarse en la doctrina de la Iglesia y defender sus derechos, no puede arrogarse la representación de todos los fieles, ya que su programa concreto no podrá tener nunca un valor absoluto para todos, y sus actuaciones prácticas estarán sujetas a error”. Esta línea, en la práctica, representaba una contradicción a las autoridades de la Iglesia en Chile.

En otro ámbito se produciría poco después precisamente la división del Partido Conservador, producto de las contradicciones entre sus dirigentes tradicionales y un destacado grupo de jóvenes que pasó a formar el Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora y más tarde la Falange Nacional, futura Democracia Cristiana.

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