ÉpocaRadical: El Partido Conservador en la década de 1930 (II)

Columna
El Demócrata, 10.07.2016
Alejandro San Francisco, historiador

Los años que precedieron al triunfo del Frente Popular, en 1938, fueron especialmente duros para el Partido Conservador. Si bien contaba con una trayectoria importante y también con un respaldo electoral valioso, se vio enfrentado a un problema que decidiría el futuro de Chile: la división, nacida en el seno de la Juventud del partido.

El problema se presentaba en el contexto de una generación de católicos con una inmensa vocación social y una formación intelectual intensa, que habían bebido de maestros como el padre Fernando Vives y Jorge Gómez Ugarte, entre otros. En la práctica los resultados se manifestaban en grupos como la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos (ANEC), en la Liga Social y también en el ámbito político, que se expresarían tanto en el tradicional Partido Conservador, como en la emergente Falange Nacional.

En términos de disputa como opción política, el Partido Conservador tenía numerosos adversarios. En primer lugar se podría mencionar la Liga Social de Jaime Eyzaguirre, que más que una alternativa de participación era un llamado a no involucrarse en la contingencia. A ellos se puede sumar el Partido Liberal, con el cual muchos conservadores compartían doctrinas económicas y que también era parte de la misma coalición. Por otro lado, emergió el problema del Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora, surgido en 1935 en el seno del partido, aunque pronto surgirían las discrepancias.Todo eso en el contexto de la superación histórica del partido católico único, después de la doctrina fijada en la carta del Cardenal Pacelli, de 1934.

A pesar de los desafíos, los conservadores mantenían un importante respaldo electoral. En la primera elección parlamentaria tras la restauración democrática, el partido obtuvo 34 diputados y 10 senadores, con 55.259 votos en su favor, representativo del 17,2% del electorado. Esto los confirmaba como primera fuerza política del país, junto con los radicales (que obtuvieron los mismos diputados, aunque tres senadores más). Cuatro años después, en la elección parlamentaria de 1937, los conservadores lograron 77.243 sufragios, manteniendo su 17,2% de los votos, alcanzando a elegir 32 diputados y 5 senadores (frente a los 42 y 6 que eligieron los radicales).

El Partido Conservador también tenía un importante respaldo en las elecciones municipales. En 1935 se convirtió en la primera mayoría, al elegir 355 regidores (y 370 en las de 1938, manteniendo el liderazgo entre los partidos). A ello se sumaba una cuestión novedosa y de gran importancia, como fue el derecho a voto para las mujeres en las elecciones locales. Ellas se inclinaron principalmente por los conservadores, al punto que figuras del radicalismo pidieron posponer el voto de la mujer en las elecciones presidenciales.

Un momento decisivo en la vida del partido se produjo con la fundación del mencionado Movimiento Nacional de la Juventud Conservadora, que de inmediato reclamó una cierta autonomía. Ahí participaban figuras como Eduardo Frei Montalva, Bernardo Leighton y Radomiro Tomic. El primero de ellos destacaba la mentalidad nueva de los jóvenes y unas ansias incontenibles hacia el futuro. La bienvenida en el evento juvenil la dio Horacio Walker, presidente de la colectividad, quien dijo en esa ocasión: “Avanzad jóvenes conservadores, necesitamos reconquistar el país y vosotros lo reconquistaréis con la prédica y la práctica de nuestras doctrinas” (reproducido en Teresa Pereira, El Partido Conservador 1930-1965. Ideas, figuras, actitudes, Santiago, Fundación Mario Góngora, 1994).

En realidad, la relación entre los jóvenes y el partido no era de las mejores, como resume el joven Mario Góngora a comienzos de 1936: “Conversé con Pancho Vives y me dice que los jefes de la juventud conservadora están descontentos con el Partido, que se limita a aplaudir al Gobierno. ¡Qué repugnante es este obligado conformismo de la juventud!” (Diario, Editorial Universitaria/Ediciones UC, 2013). Esto se trasuntaba externamente y las cosas empezarían a complicarse, a medida que la nueva generación va teniendo no sólo autonomía, sino también liderazgos propios y un ideario político diferente, así como sus símbolos: entre ellos la flecha vertical cortada por dos barras horizontales, que apareció en la portada de Lircay, publicación de los jóvenes falangistas, según se hacían llamar.

El mayor problema se dio con ocasión de la elección presidencial de 1938. El candidato de la derecha, para esa ocasión, era Gustavo Ross, el ministro de Hacienda del presidente Alessandri. El Partido Conservador lo apoyó, pero los jóvenes de la Falange lo rechazaban, proponiendo otras alternativas, tales como Máximo Valdés, Jaime Larraín García Moreno, Francisco Garcés, Jorge Matte Gormaz y Guillermo Edwards Matte. Los jóvenes se restaron de la Convención que elegiría al candidato, al considerar que la representación de la Falange era muy escasa, y tras la proclamación de Ross decretaron la libertad de acción, lo que representaba un importante quiebre en la disciplina, así como un problema desde el punto de vista electoral. En la práctica era una declaración de autonomía, contraria a las normas de la colectividad.

El diputado Julio Pereira denunció esta actitud falangista en mayo de 1938: “Lanza, así, a la juventud del partido a la desorganización y al caos. Le puede restar a los elementos cristianos y de orden del país un numeroso contingente y un aporte de inteligencia y de acción frente a la cohesión, disciplina y espíritu de lucha de los enemigos de la civilización… Una juventud que usa el nombre de un partido, que ha aprovechado su prestigio, sus medios, su fuerza y su organización no tienen derecho a desertar y menos en las horas de prueba” (citado por Teresa Pereira, El Partido Conservador).

Sin embargo, ya era demasiado tarde. En el proceso electoral la Falange mantuvo su postura y el Partido Conservador fue incapaz de comprometerlos en la campaña de Ross, a quienes los jóvenes rechazaban. Como resultado, las diferencias se ahondaron, y la derrota del candidato frente a Pedro Aguirre Cerda implicó entrar a resolver definitivamente el conflicto, en el cual no habría vuelta atrás. La Falange reiteró la autonomía como un “razón de ser de nuestro movimiento”, mientras las autoridades partidistas, con Horacio Walker a la cabeza, sostuvieron que no resultaba viable una autonomía que debilitara la autoridad común de los conservadores.

Como resultado, en las décadas siguientes existirían dos corrientes representativas del pensamiento católico en política: el histórico Partido Conservador y la Falange Nacional, que en 1957 daría vida a la Democracia Cristiana.

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