ÉpocaRadical: Jorge González von Marées en los años 30. El Jefe de los nacistas chilenos

Columna
El Demócrata, 17.01.2016
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

En la lógica política de los años 30 del siglo XX, Chile no permaneció ajeno a las grandes tendencias mundiales. De esta manera las corrientes dominantes de la época, como el comunismo y el fascismo, o las nuevas tendencias como la democracia cristiana, encontraron un lugar fértil para desarrollarse. En este ámbito se puede entender el surgimiento del nacional socialismo en el país, cuyo líder fue Jorge González von Marées (1900-1962).

Hombre de gran inteligencia y una voluntad decidida, comenzó desde muy joven a interesarse en la política. El sacerdote Jorge Gómez Ugarte, que lo conoció en la década de 1920, lo recordaría años después en su libro Ese cuarto de siglo… (Santiago, Editorial Andrés Bello, 1985) como un “hombre idealista y generoso. Cualesquiera hayan sido sus equivocaciones o errores, no puede discutirse que tenía cualidades de caudillo y un poderoso magnetismo entre las masas juveniles”.

La vida del líder nacista aparece retratada en la obra de Rodrigo Alliende, El jefe. La vida de Jorge González von Marées (Santiago, Editorial Los Castaños, 1990). Asistió primero en el Colegio Alemán y luego en el Instituto Nacional. Después estudió Derecho en la Universidad de Chile, donde despuntó su interés social y quiso “hacer algo por el bienestar común”, como dijo en carta a su madre en 1920. Su memoria fue sobre “El Problema Obrero en Chile”.

El 5 de abril de 1932, en un momento de anarquía en Chile —después de la caída de Ibáñez y antes del regreso de Arturo Alessandri—, González fundó el Movimiento Nacional Socialista de Chile, tarea en la que contó con el apoyo de Carlos Keller (autor de La eterna crisis chilena, entre otros libros) y Francisco Javier Díaz Valderrama (un experto en historia militar). En el plano práctico, a pesar de ser homónimos de la agrupación que encabezaba Adolf Hitler en Alemania y que estaba pronta a llegar al gobierno, los chilenos se hicieron llamar “nacistas” (con “c”), como se solía precisar, para distinguirse de los germanos. González fue el alma y motor de este movimiento.

Su discurso denotaba un cierto sincretismo ideológico, aunque en términos generales era marcadamente estatista y antiliberal, de un férreo nacionalismo chileno e hispanoamericano. Asimismo, González procuraba rescatar la figura de Diego Portales —también destacado por los conservadores y los jóvenes falangistas—, como ilustra un artículo suyo publicado en Acción Chilena, publicación dirigida por Keller, en 1935. En otro ámbito sostenía que “nos separa igual distancia de la izquierda que de la derecha”, en la lógica de las terceras vías que buscaban alternativas al liberalismo y al comunismo en el mundo de entreguerras.

El 12 de enero de 1936 pronunció un discurso que incorporaba emoción y doctrina, y que luego fue publicado con el nombre de Pueblo y Estado (Santiago, Imp. y Lit. Antares, 1936). En esa oportunidad enfatizaba: “Estamos, pues, los pueblos de esta América, en la obligación imperiosa de unirnos, para defendernos de la presión imperialista. Y esta unión deberá efectuarse bajo la inspiración de Chile, que siempre ha sido la raza fuerte del Continente. Nuestro país debe reconquistar la primacía espiritual que tuvo en otros tiempos ante los países hermanos, a quienes está en el deber de señalar los derroteros para obtener la unión que todos anhelan”.

En una larga entrevista de Alberto Alzamora publicada en revista Hoy (28 de enero de 1937), el Jefe fue consultado por el “problema judío”, y respondió que éste no existía en Chile, e incluso agregó que muchos elementos judíos habían traído al país “su espíritu de iniciativa, su dinamismo creador, y nada tenemos contra ellos, siempre que se sometan a las necesidades nacionales”. Sin perjuicio de ello, en algunas publicaciones del movimiento se deslizaría alguna retórica antisemita.

Además del asunto estrictamente ideológico, el nacismo fue creciendo en términos numéricos, con presencia en las universidades de Chile y Católica, además de una mayor participación social, en especial a nivel de juventud. En la misma conversación publicada en Hoy, González proyectaba que darían la sorpresa en las elecciones parlamentarias a desarrollarse en marzo de 1937, asegurando que “sacaremos entre 6 y 8 diputados”, y dejando abierto si participarían o no en la elección presidencial del año siguiente.

En la realidad, el Nacional Socialismo obtuvo 14.564 votos, logrando un 3.45% de los votos, y eligiendo tres diputados, uno de los cuales fue precisamente el propio Jorge González. Tuvo una presencia accidentada en la Cámara. En la jornada del 21 de mayo de 1938, cuando correspondía que el Presidente Arturo Alessandri diera su último Mensaje ante el Congreso Nacional, un grupo intentó interrumpir o retrasar la intervención del gobernante. En medio de la discusión, algunos congresistas procedieron a retirarse, mientras “el Jefe” disparó dentro de la sala, generando un escenario peligroso e inédito. Era su “espectáculo personal”, como le llama Gonzalo Vial en su Historia de Chile, Volumen V (Santiago, Editorial Zig Zag, 2001), una manifestación de la personalidad polémica del Jefe, que algunos asociaban -sin duda con interés de aprovechamiento político también- con una supuesta locura del líder nacista. Sometido a proceso por los sucesos del 21 de mayo, fue desaforado por la Corte Suprema.

La historia no concluyó ahí, sino que tendría un trágico final meses después, en el contexto de las elecciones presidenciales que enfrentaban a Carlos Ibáñez —apoyado por los nacistas-— Pedro Aguirre Cerda y Gustavo Ross. Sin embargo, el proceso electoral tuvo un vuelco tremendo en la jornada del 5 de septiembre de 1938. Para ese día, González había preparado un plan de dos partes, una militar y una civil, en el cual los nacistas generarían un escenario de desorden que crearía “confusión e inseguridad en la capital”, mientras algunas unidades militares se levantarían precisamente para restablecer el orden.

Las cosas marcharon por un camino distinto, en parte porque no había medios ni capacidad humana para llevar adelante la iniciativa. El golpe, o intento de tal, fue crudamente reprimido en la llamada Matanza del Seguro Obrero, que dejó a más de 60 jóvenes como víctimas, en una historia tremenda que describe Marcus Klein en La matanza del Seguro Obrero (5 de septiembre de 1938) (Santiago, Globo Editores, 2008). El suceso cambió el escenario político y electoral y abrió el camino al triunfo del Frente Popular, liderado por Pedro Aguirre Cerda.

En el plano personal, el Jefe declaró al día siguiente “que soy el único responsable de lo ocurrido”, asegurando que Ibáñez no había tenido participación y terminaba señalando: “Me entrego voluntariamente a la Justicia de los hombres, y por implacable que sea el veredicto que ella pronuncia en mi contra, tengo confianza plena en que me habrá de absolver la Justicia de Dios”.

Tiempo después regresaría a la política activa, primero a través de la Vanguardia Popular Socialista y luego en el Partido Liberal.

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