ÉpocaRadical: La formación del Frente Popular en Chile, 1935-1938

Artículo
El Demócrata, 06.10.2015
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador (CEUSS)

La política chilena tenía características que la enmarcaban, ciertamente con sus peculiaridades, con la política mundial de la década de 1930. Los partidos, las ideologías, las divisiones y problemas europeos de una u otra manera aparecían representadas en Chile. El impacto de la Guerra Civil Española o de los movimientos críticos del liberalismo —el comunismo y el nacional socialismo, por ejemplo— ilustran bastante bien este punto.

Una de las manifestaciones más interesantes al respecto se refleja en la formación del Frente Popular en Chile. Esta fórmula era de origen internacional, específicamente había surgido como iniciativa del Partido Comunista, que fue presentada como una lucha contra el fascismo. Si durante los años 20 y parte de la década de 1930 el Partido Comunista soviético en otros países había optado por el camino propio, y se caracterizaban por ser muy críticos e incluso belicosos contra las socialdemocracias, ahora cambiaba su posición original para avanzar hacia acuerdos políticos más amplios, alianzas que podrían incorporar incluso a “partidos burgueses”, pero que eventualmente compartieran un programa de gobierno o de acción.

Quien explicó muy bien el asunto fue el búlgaro Giorgi Dimitrov, Secretario General de la Komintern, en su “Informe ante en VII Congreso Mundial de la Internacional Comunista”, del 2 de agosto de 1935: “Queremos encontrar un lenguaje común con las más extensas masas, para luchar contra el enemigo de clase, encontrar los caminos, por los cuales la vanguardia revolucionaria se sobreponga definitivamente a su aislamiento de las masas del proletariado y de todos los trabajadores y para que la propia clase obrera se sobreponga al fatal aislamiento de sus aliados naturales en la lucha contra la burguesía, contra el fascismo. Queremos incorporar a las masas cada vez más extensas a la lucha revolucionaria de clases y atraerlas a la revolución proletaria, partiendo de sus intereses y necesidades candentes y sobre la base de su propia experiencia”.

De esta manera se ampliaba la base social y política de la izquierda, y se utilizaba para combatir a lo que genéricamente se denominaba el “fascismo”, concepto que pretendía incluir desde tendencias propiamente nacionalistas y militaristas hasta sectores tradicionalmente ligados a la derecha, como serían —para el caso chileno— los liberales y conservadores, muy distantes de los regímenes de Mussolini en Italia y de Hitler en Alemania. Desde el punto de vista práctico, la tendencia frentepopulista alcanzaría éxitos en Francia y en España. El tercer país que tendría este modelo sería precisamente Chile. Como explica Eric Hobsbawn en Cómo cambiar el mundo (Buenos Aires, Crítica, 2011), al reflexionar sobre el comunismo en la era del antifascismo, esta organización y proyecto contenía elementos de una “deliberada ambigüedad”, considerando que no era bueno recordar a los aliados no comunistas que la victoria del Frente Popular sobre el fascismo era “una preparación para la victoria del proletariado”, sino que resultaba mucho más importante concentrarse en las tareas inmediatas de la lucha antifascista.

“Desde el punto de vista práctico, la tendencia frentepopulista alcanzaría éxitos en Francia y en España. El tercer país que tendría este modelo sería precisamente Chile”— Alejandro San Francisco, historiador.

Sin embargo, es preciso clarificar que, en el caso chileno, la reunión de los diversos partidos respondió de manera importante a una lógica nacional, asociado a los problemas específicos del país en tiempos de Arturo Alessandri y no tenían referencias sistemáticas a la cuestión internacional. Es, podríamos decirlo así, la formulación chilena del dilema fascismo-antifascismo o comunismo-anticomunismo, en un tiempo de simplificaciones que conducen a la imprecisión y al error, pero que eran parte del lenguaje cotidiano de la política de los treinta.

El tema se encuentra bien documentado y explicado en Pedro Milos, Frente Popular en Chile. Su configuración: 1935-1938 (Santiago, Lom, 2008). La historia comienza con un llamado, en julio de 1935, “a todas las organizaciones políticas revolucionarias y de oposición, sindicales, gremiales, estudiantiles, culturales, deportivas, etc., a constituir un gran Frente Popular pro defensa de las libertades democráticas y reivindicaciones políticas y económicas del pueblo”. En febrero del año siguiente la Asamblea Radical de Santiago aprobó un voto en que señalaba su aspiración a formar un amplio “Frente Popular Anti imperialista y Anti reaccionario”, haciendo referencias expresas a las situaciones de España y Francia. El Partido Socialista reiteraba el propósito del Block de Izquierda “de constituir un Frente Popular contra la reacción”. Carlos Contreras Labarca, como voz de los comunistas, aseguraba que el éxito de la idea se basaba en que existiera una organización de masas amplia, estructurada de forma democrática, cuyos acuerdos debían acatarse, que apoyara las luchas y reivindicaciones inmediatas del proletariado y que no implicara renuncia a sus propios principios doctrinarios para quienes participaran del Frente Popular. A mediados de 1936 ya comenzaba a consolidarse en el país, y más tarde se uniría a los partidos de izquierda la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH).

Como suele ocurrir en estos procesos, en Chile hubo avances y retrocesos, contradicciones y deserciones parciales, intenso trabajo de los frentistas, pero también del gobierno al cual se oponía la alianza de izquierda. En el camino floreció el anticomunismo de la derecha, mientras se mostraban las ambigüedades de los radicales, que por momentos eran frentistas convencidos y en otras instancias eran seducidos por el gobierno para integrar ministerios, como lo hicieron algunos de sus miembros.

A comienzos de 1937 el Frente Popular se agrupó sobre la base de un objetivo electoral, como eran los comicios parlamentarios de marzo. En esa ocasión socialistas, comunistas y radicales formaban parte de una misma agrupación política, que enfrentaría a los candidatos partidarios del gobierno. Tenían grandes expectativas en su victoria. El resultado, sin embargo, tuvo manifestaciones contradictorias. Liberales y conservadores siguieron siendo los principales partidos de Chile, con 34 y 35 diputados respectivamente; los radicales obtuvieron 29, los socialistas 18 y los comunistas 6, mientras el resto se repartió entre las otras fuerzas políticas (demócratas, democráticos, independientes, nacistas, Acción Republicana, Radical Socialista y socialistas disidentes).

Como resume Gonzalo Vial, “fue un mal resultado para el Frente como conjunto y para el radicalismo… y un muy buen resultado para la Derecha y el Gobierno, y para la izquierda socialista-comunista” (Historia de Chile. Volumen V. De la República Socialista al Frente Popular, 1931-1938, Santiago, Editorial Zig Zag, 2001). Al interior del Frente Popular, el Partido Radical —que efectivamente perdió parlamentarios y donde siempre hubo antifrentistas— apareció disminuyendo su relevancia, mientras el Partido Socialista experimentaba un crecimiento, lo que ciertamente provocó fricciones. Volvían las querellas entre “unitarios” y “divisionistas”. En la derecha también había dificultades, y su mayoría resultaba estrecha en un contexto de creciente polarización: 24 senadores de gobierno contra 21 de oposición, y 74 contra 72 diputados.

Sin embargo, sabemos que el objetivo superior estaba puesto en La Moneda. El Frente Popular trabajó incansablemente para llegar al gobierno, debió superar sus propias divisiones y fortalecer su carácter unitario, pues estimaba que esa era la única manera de revertir el curso de la trayectoria que estaba llevando Chile hasta entonces y, en sus palabras, para conducir al pueblo al poder. La elección presidencial de 1938, con el radical Pedro Aguirre Cerda a la cabeza, abriría el camino a esa posibilidad histórica. Pero antes de eso pasaría mucha agua bajo el puente.

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