Felipe González, contado en una mentira

Columna
El Confidencial, 16.08.2016
Javier Caraballo
¿Qué hizo Felipe González cuando el interés de España le reclamaba un sacrificio “para sacar adelante el país”, como le exige ahora a Pedro Sánchez?

Quiso Felipe González, el presidente más longevo que ha tenido España en democracia, comenzar su último artículo de prensa con un recuerdo expreso a una gran obra literaria: “En ‘Crónica de una muerte anunciada’, García Márquez empieza contándonos el final, el homicidio de Santiago Nasar”. El desarrollo de la cita, a lo largo del artículo, le servía de refuerzo a Felipe González para concluir que la obligación del PSOE en este momento es la de facilitar el Gobierno del Partido Popular por el bien de España, por patriotismo, por responsabilidad. Esa es su ‘muerte anunciada’ venía a decir, aunque González se detenía más en el destino inevitable de esta legislatura que en las consecuencias postreras para el PSOE, por lo de la muerte electoral que supondría una estrategia como esa.

A partir de esa opinión, no se paran de oír elogios al gran sentido de Estado de Felipe González y, mucho más allá, a la grandeza de los dirigentes políticos de la Transición si se comparan con los actuales. Pero ¿es así? ¿Qué hacía, cómo se comportaba Felipe González cuando era secretario general del PSOE y el interés de España reclamaba su apoyo? No se trata de comparar, que no, pero tampoco de construir la historia con olvidos. No se trata de justificar ninguna estrategia, que no, solo de clamar contra la impostura. ¿Qué hizo Felipe González cuando el interés de España le reclamaba un sacrificio “para sacar adelante el país”, como le exige ahora a Pedro Sánchez?

Vayamos a mayo de 1980. Un año antes, en marzo de 1979, se celebran las segundas elecciones libres en España (Franco se murió en noviembre de 1975). Ganó esas elecciones, como las anteriores de 1977, la Unión de Centro Democrático (UCD) de Adolfo Suárez, pero con solo 168 diputados, lejos de la mayoría absoluta. Los problemas de España entonces, recién salida de la dictadura, eran inimaginables para nuestra mentalidad actual. El periodista Fernando Ónega, al que Umbral retrató como la pluma que escribió la Transición, cuenta una frase de Adolfo Suárez de aquellos días, de su tarea como presidente del Gobierno, para transformar la dictadura española en una democracia, sin que nada se interrumpiese. “Hay que reformar completamente la casa -dijo Suárez- sin que deje de funcionar la luz ni falte agua en las cañerías”. Todo eso, en medio de una grave crisis económica, con el terrorismo etarra desbordado y los cuarteles cabreados. ¿Es suficiente para valorar la necesidad que había de arrimar el hombro y sacrificarse por el interés de España? El cuento dulce de la Transición dirá que sí, pero no fue así.

En mayo de 1980, un año después de haber ganado las elecciones, a los problemas ya descritos se sumaba el acoso, personal y político, al que el PSOE de Felipe González sometía a Adolfo Suárez. Aprovechando la debilidad parlamentaria, lo que impulsó entonces el líder del PSOE fue una moción de censura para debilitar al Gobierno y derribarlo. Merece la pena repasar el vídeo de aquella sesión.

Alfonso Guerra, por ejemplo, que defendió la moción de censura contra Adolfo Suárez, utilizó un argumento que si, en la actualidad, lo esgrimiera algún dirigente de Podemos lo tacharían al instante de peligroso antisistema. El argumento de Alfonso Guerra contra el Gobierno echaba por tierra la representatividad del Congreso. Dijo: “Una moción de censura prospera si se obtienen 176 votos y sirve para cambiar el Gobierno. Tras la votación se deben comprobar los votos de los diputados que aprueban, se abstienen o rechazan la moción de censura, y comprobar también los votos populares que hay detrás de esos diputados que se pronuncian por una u otra acción. Como saben sus señorías, hay una cierta disfunción entre los votos de la Cámara y los votos populares por culpa de una Ley Electoral injusta y discriminatoria

Al final, la mayoría que sostenía al Gobierno de UCD logró imponerse en la moción de censura (166 noes frente a 152 síes). Pero de haber prosperado, el PSOE hubiera conformado un Gobierno de coalición con todas las fuerzas políticas que estaban en su entorno, nacionalistas, independentistas y comunistas. ¿Y qué pensaba Felipe González entonces de ese revoltijo? ¿Estaba dispuesto a encabezar un Gobierno así? En aquella moción de censura, Felipe González lo tenía claro: “Si se hubieran conseguido los 176 votos, y todos los ciudadanos de este país saben que era posible, no es que hubiera habido una amalgama enorme, sino que probablemente hubiera habido muchas personas que por patriotismo habrían pensado que había que formar una mayoría sólida y coherente. Esa es la otra dimensión de este debate”.

En la ‘Crónica de una muerte anunciada’ de la que hablaba Felipe González en su último artículo de pontificación de la responsabilidad de Estado, del interés de España, se dice que “la fatalidad nos hace invisibles”, y esa es la pena, muchas veces, de la actualidad española, que la velocidad con la que se consume el tiempo, el vértigo con el que se devoran las noticias, acumula toneladas de papel sobre las hemerotecas y parece que se pudre el pasado. La fatalidad nos hace invisibles, debe pensar Felipe González, y por eso ahora predica con el ejemplo de lo que nunca fue. En una sola mentira, aquella moción de censura cuando peor lo estaba pasando España, lo desbarata todo.

[El acoso de Felipe González contra Adolfo Suárez no se quedó allí. La inestabilidad degeneró en el golpe de Estado de Tejero y, cuando se superó, el PSOE alcanzó su primera y arrolladora mayoría absoluta de 1982. Antes de eso, también intentó derribar al Gobierno de Suárez con artimañas siempre ocultadas. Uno de los que desvelaron la trastienda de aquellos días fue Jordi Pujol en sus memorias: “El PSOE tenía una auténtica obsesión por hacer caer a Suárez. Una prueba de ello es la visita que el destacado líder socialista Enrique Múgica me había hecho a finales del verano de 1980 a mi casa de Premià de Dalt para preguntarme cómo veríamos que se forzase la dimisión del presidente del Gobierno y su sustitución por un militar de mentalidad democrática. Manifesté mi total desacuerdo. Esta visita, con otros hechos, habla de una prisa muy grande de los socialistas por llegar al poder. En definitiva, muy poco responsable.”]

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