Fujimori, el hombre que polarizó a Perú

Reportaje
La Tercera, 26.12.2017
Alejandro Tapia
  • Alberto Fujimori lleva casi tres décadas como el “amo y señor” de la política peruana. Gobernó con mano de hierro durante 10 años, luego se escapó a Japón, más tarde se refugió en Chile y luego fue encarcelado en su país. Pero incluso tras las rejas mantuvo su influencia. Ahora, PPK, el Presidente que ganó gracias al antifujimorismo, le otorgó un controvertido indulto por razones humanitarias
Fujimori, el hombre que polarizó a PerúEFE.

De alguna manera siempre se salió con la suya. Desde que en 1990 irrumpió en la política peruana como un completo desconocido, venciendo nada menos que a Mario Vargas Llosa, hasta cuando se refugió en Chile en 2005, Alberto Fujimori siempre hizo y deshizo según sus propios intereses. Desde hace casi tres décadas que el ex Presidente peruano (1990-2000) ha marcado a su país, aunque en Perú hay consenso de que ha sido el político que ha generado una mayor polarización, incluso más que Alan García. Ahora, Pedro Pablo Kuczynski, el mandatario que fue el electo gracias al antifujimorismo, le otorgó un polémico indulto por razones humanitarias.

Fujimori era un ingeniero agrónomo de aparentes buenas intenciones cuando se lanzó a la Presidencia en 1990. Novato en política, entendió que si lograba convencer a los peruanos de más bajos recursos de que con él superarían la pobreza, tendría la cancha de su lado para gobernar. Y así lo hizo. Primero se vistió de demócrata, emprendió una lucha frontal contra Sendero Luminoso y el MRTA y empujó la economía con el llamado “Fujishock”. Pero luego no le tembló la mano para cerrar el Congreso y propinar un autogolpe en 1992. A partir de entonces, sus detractores lo comenzaron a llamar “dictador”.

Mientras la economía crecía y los grupos rebeldes combatían al Estado, Fujimori aumentaba su popularidad en el “Perú profundo” y entre el ciudadano de a pie de las grandes ciudades. Así, sorteó tres hechos que marcaron su gobierno: el arresto del líder senderista Abimael Guzmán, la guerra con Ecuador y la toma de rehenes en 1996-1997 en la residencia del embajador de Japón en Lima.

Fujimori fue reelecto en 1995 con el 64%. Todo iba viento en popa, a pesar de las acusaciones de sendas violaciones a los derechos humanos por los casos de La Cantuta y Barrios Altos y por la trama de corrupción tejida por su asesor, Vladimiro Montesinos. El temido “Doc” corrompió a los más altos estamentos del Estado peruano, incluido los medios de comunicación y las Fuerzas Armadas, aunque en 2000, cuando Fujimori fue reelecto por segunda vez en medio de acusaciones de fraude, la corrupción expuesta en los “vladivideos” lo llevaron a tener que huir a Japón y a renunciar por fax desde la capital nipona.

Fue entonces cuando Perú, con Fujimori lejos, inició una nueva era. O al menos así se pensó. En 2001 llegó a la Presidencia Alejandro Toledo, pero cuando le quedaban ocho meses en el Palacio Pizarro, Fujimori hizo otras de sus “jugadas maestras” al instalarse en Santiago para sorpresa de todos.

Si ya las elecciones de 2001 se dieron en un ambiente de alto antifujimorismo, las de 2006 tuvieron lugar con el fantasma de Fujimori a pocos kilómetros de Lima. Alan García se impuso en los comicios de ese año y en 2007 el ex mandatario fue extraditado y puesto tras las rejas, aunque en una celda con grandes comodidades, luego de ser condenado a 25 años de cárcel por delitos de lesa humanidad.

Introvertido y calculador
Fujimori nunca ha reconocido los crímenes por los cuales se le acusa ni tampoco ha pedido perdón, que es lo que más se le recrimina. Pero estando en la cárcel se convirtió en una figura aún más influyente. Fue así como dirigió la campaña presidencial de su hija Keiko en 2011, que estuvo a un paso de ganarle a Ollanta Humala. Lo mismo ocurrió en 2016, cuando perdió por unos pocos votos frente a PPK. En ambas ocasiones pesó más el antifujimorismo.

También la semana pasada, mientras Kuczynski intentaba sobrevivir a una moción de vacancia presidencial por “incapacidad moral permanente” concretó un “jaque mate”. Fue su hijo menor, Kenji, quien se abstuvo de votar en contra de PPK, junto a otros nueve congresistas fujimoristas. Tres días después el Presidente le otorgó un “indulto”, que para buena parte de la sociedad peruana, fue el pago por salvarse de una destitución que era inminente.

Fujimori, introvertido y calculador, pasó más de 10 años en prisión, donde cultivó un jardín, pintó decenas de cuadros, recibió a hechiceras, “novias” y a cientos de partidarios, como en su momento señaló la prensa limeña. Pero durante esa década siguió manejando los hilos del fujimorismo. Ahora, cualquiera de sus dos hijos, Keiko y Kenji, tienen posibilidades de acceder al Palacio Pizarro en unos años más, a pesar de la aparente fractura de la bancada de Fuerza Popular.

Cual ajedrecista, en su momento Fujimori manejó a su antojo las sospechas sobre su lugar de nacimiento, su nacionalidad japonesa-peruana, su relación política con Montesinos y la represión del Estado. También montó un show mediático en sus decenas de visitas a hospitales y clínicas ante un aparente agravamiento de su estado de salud. Hoy, a sus 79 años, y a pesar de que ha sido subestimado por sus enemigos, Fujimori ha vuelto a salirse con la suya.

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