Fundación de Bolivia

Columna
La Razón, 12.08.2015
Ramiro Prudencio Lizón
Desde su nacimiento ese glorioso 6 de agosto de 1825, Bolivia tuvo graves problemas portuarios

En este mes se ha conmemorado el 190 aniversario de la independencia y fundación de la República de Bolivia. En efecto, el 6 de agosto de 1825, la Asamblea Nacional, reunida en Chuquisaca, aprobó la proposición de conformar un país libre y soberano, suscribiendo el acta consecutiva de la independencia del Alto Perú. Los convencionales habían elegido la fecha del 6 de agosto por ser el aniversario de la batalla de Junín, acaecida un año antes. Lo hicieron con el convencimiento de que el nuevo Estado había nacido bajo la égida del Libertador Simón Bolívar y a la sombra de las glorias de Junín y Ayacucho, y además porque la incursión al Alto Perú efectuada por el ejército del Mariscal Sucre determinó la independencia definitiva de estas tierra altas. Por esta razón, pocos días después, la Asamblea resolvió adoptar la forma republicana y nominar a la nueva nación con el nombre de Bolívar y a su capital, con el de Sucre.

Cabe recordar que la Asamblea había comenzado sus sesiones un mes antes, el 10 de julio. Una vez iniciadas las sesiones, los congresistas se abocaron al asunto fundamental, el relativo a la organización del Alto Perú. Hubo tres propuestas al respecto, la de la independencia total, la anexión al Perú y la unión con la Argentina. Solo dos diputados apoyaron la segunda fórmula. Y la tesis favorable a la independencia absoluta contó casi con la unanimidad de los votos. Esas memorables sesiones donde se creó el nuevo Estado boliviano se llevaron a cabo en la antigua capilla de la histórica Universidad de San Francisco Xavier. Actualmente, ese salón es conocido como la Casa de la Libertad, el cual además sirvió durante mucho tiempo como sede de los congresos nacionales.

Es menester destacar que una vez decidida la fundación de la República, la Asamblea designó a los doctores Olañeta y Mendizábal a fin de que se hicieran presentes en La Paz para saludar a Bolívar, quien recién llegaba a esa ciudad, y manifestarle que el Congreso había decidido que él ejerciera el Poder Ejecutivo mientras residiera en el nuevo Estado, el cual llevaría su nombre. La segunda comisión para esos diputados fue la de solicitar al Libertador que empleara “sus esfuerzos, valimiento y poderoso influjo con el Bajo Perú” para que Arica “venga a quedar en el territorio de la República, que hará las indemnizaciones necesarias por su parte”. Para los propios fundadores de la República, era evidente que la nación boliviana necesitaría del puerto de Arica para su progreso económico y la plena autonomía de su tráfico comercial. Pues, como observó el propio Mendizábal, el nuevo Estado nacía a la vida independiente con “absoluta carencia de puertos, porque los que poseía en su litoral no merecían el nombre de tales”. Y además, porque ese puerto fue la salida natural del Alto Perú durante todo el período colonial. Había sido creado por el virrey Toledo en el siglo XVI para encaminar la plata extraída de las minas altoperuanas, y por ello era conocido como Puerto Potosí.

Como muy bien comenta don Enrique Finot, “era la primera voz de alarma sobre un problema capital, el de la clausura del territorio; problema que en lugar de resolverse, se ha agravado en el curso de la historia republicana”. Evidentemente, la nación boliviana nacida ese glorioso 6 de agosto de 1825 nunca pudo desarrollarse plenamente por sus graves problemas portuarios; los cuales, mientras no se resuelvan satisfactoriamente, perjudicarán al país ahora y siempre.

Faltan solo diez años para el bicentenario de la fundación de Bolivia. Al respecto, sería muy importante hacer un gran esfuerzo para que se determine una política clara que permita solucionar nuestro problema marítimo antes de esa fecha. Para ello, deberíamos escuchar al Papa, quien nos aconsejó que busquemos el diálogo, que construyamos puentes y no murallas. Porque solo mediante un entendimiento amistoso y fraterno podremos alcanzar el mar, y de este modo cumplir al fin con los objetivos trazados por los padres de la patria en la primera Asamblea Nacional.

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