Intelectuales y democracia en Chile

Prólogo de libro [Pensando la política. Intelectuales y democracia en Chile 1973-1988. 
CIEPLAN, Santiago 2016]
OpinionGlobal, 09.02.2017
Jeffrey M. Puryear (autor)

El presente estudio aborda la forma en que la intelectualidad contribuyó al diseño de la transición democrática chilena. El 5 de octubre de 1988, una coalición opositora derrotó al general Augusto Pinochet en un plebiscito en que se definía su prolongación en el poder, generando un antes y un después en la larga lucha que dieron los chilenos contra una de las dictaduras militares más represivas de América Latina. Tanto fue así, que las elecciones presidenciales y parlamentarias realizadas un año más tarde fueron casi un anticlímax. El tema decisivo –si Pinochet se mantendría en el poder sin elecciones libres hasta 1997, o si lo entregaría tras realizar elecciones presidenciales y parlamentarias abiertas en 1989– había quedado zanjado en el plebiscito. Hasta ese momento, Pinochet había parecido prácticamente invencible.

Luego de hacerse con el poder en un cruento golpe de estado en 1973, el dictador había establecido un férreo régimen militar que transformó drásticamente la institucionalidad social y económica del país. El régimen había logrado superar la desastrosa crisis de la banca de 1982 y retomado la senda del crecimiento. Combinando hábilmente ardides y represión, Pinochet había logrado controlar las masivas protestas desatadas tras la crisis económica de 1983. Mantenía un apoyo casi unánime en el empresariado y las fuerzas armadas, y tenía partidarios en todos los estratos sociales.

La oposición, a pesar de años de grandes expectativas y aun mayores esfuerzos, no lograba generar un movimiento amplio en su contra. Muchos dudaban de que Pinochet fuera siquiera a permitir un plebiscito limpio sobre su prolongación en el poder hasta 1997, conforme lo preveía la Constitución que el régimen y sus partidarios habían impuesto en un polémico plebiscito realizado en 1980. Y aunque la política así fuera, pocos creían que la díscola agrupación de partidos de centro e izquierda que se le oponían fuera a ser capaz de estructurar una alternativa y una campaña capaces de defenestrarlo. No obstante todo lo anterior, el régimen permitió el plebiscito, la oposición estructuró una alternativa, y Pinochet perdió.

En América Latina, especialmente a partir de 1980, hubo frecuentes transiciones a la democracia. Quince regímenes militares entregaron el poder a gobiernos civiles electos, dejando a Cuba como la única dictadura latinoamericana en el poder. Y pese a sus grandes diferencias en cuanto a ritmo y secuencia, ninguna de estas transiciones fue verdaderamente revolucionaria. Todas evolucionaron de forma pausada, en mayor o menor grado conforme a un cronograma fijado de antemano. Y en todas ellas, aunque por distintos motivos, medió una decisión de las fuerzas armadas de dejar el poder.

La transición chilena no fue la excepción. Tras el golpe de 1973, la Junta Militar no entregó el poder a los civiles, como muchos esperaban, sino que conformó una comisión para elaborar una nueva Constitución. En 1980 se promulgó una carta fundamental que mandataba un retorno gradual a la democracia: Pinochet seguiría siendo presidente hasta 1989, con la opción de prolongarse hasta 1997. La democracia que se contemplaba estaría cargada de elementos autoritarios, entre ellos la figura de los senadores vitalicios y la tutela militar permanente sobre la vida política.

Lo que distingue a la transición chilena fue el extraordinario papel que le cupo a la intelectualidad. En otros países, las transiciones fueron en general iniciativa de altos oficiales, cúpulas partidarias y élites económicas. El mundo intelectual, cuya crítica a veces inspiró o aceleró los procesos de cambio, rara vez participó de forma directa o extensa, tendiendo más bien a limitarse –con algunas notables excepciones– a la función académica tradicional. En un plano histórico más general, como señaló Lewis Coser: «El conocimiento puede dar poder, pero incluso así, los hombres de conocimiento rara vez han sido hombres de poder» (Men of Ideas: A Sociologist’s View [New York: Free Press, 1965], 135).

Pero en Chile ocurrió algo distinto. Muchos observadores que visitaban el país durante la dictadura quedaban impresionados por la visibilidad y vigor de un amplio grupo de centros privados de investigación creados por destacados intelectuales formados en el extranjero, la mayoría cientistas sociales dedicados casi exclusivamente a la investigación, la publicación, el debate y otras actividades académicas. Muchos no hacían más que tratar de mantenerse en su profesión después de haber sido exonerados de cargos universitarios o estatales, pero al mismo tiempo parecían estar en el centro mismo de la política opositora. Aunque en ese momento su impacto distaba mucho de ser claro, a la larga resultó extraordinario.

La intelectualidad chilena puso a prueba los límites de su rol histórico y mostró que había nuevas formas de aportar a una transición democrática. El caso chileno es también excepcional por otros motivos. Hasta 1973 Chile no tenía un historial reciente de gobiernos autoritarios o inestabilidad política. Era una de las democracias más antiguas del mundo, con un sistema político-partidista consolidado y competitivo, un poder legislativo independiente y fuerzas armadas que pocas veces habían intervenido en política. Aun así, el régimen militar que siguió al golpe de 1973 fue uno de los más férreos y prolongados de la América Latina de los años 60 y 70. Mucho más que otros, este régimen se propuso realizar cambios económicos, políticos y sociales de fondo. Así, hacia 1988 Chile era uno de los pocos países sudamericanos que no solo no habían vuelto a la democracia, sino que además había realizado la transformación económica más radical de cualquier país latinoamericano desde que Cuba se declaró comunista en los años 60.

Llegué a Chile enviado por la Fundación Ford en diciembre de 1973, poco después de que las fuerzas armadas se tomaran el poder. Desde ese entonces seguí los acontecimientos en Chile desde distintos cargos en la sede de la Fundación en Nueva York y como director de la oficina regional en Perú. He sido observador y donante, analizando las condiciones en Chile y financiando a intelectuales y otros con aportes de la Fundación. Mi trabajo me permitió visitar Chile periódicamente durante casi veinte años y desarrollar una estrecha relación con muchos de los intelectuales y políticos que tuvieron un papel gravitante en la transición a la democracia.

Fue desde esta especial perspectiva que pude observar los acontecimientos que ocurrieron desde la represión post-golpe en 1973 hasta la asunción del presidente Patricio Aylwin en 1990. Este libro rescata esas experiencias, complementadas por exhaustivas entrevistas de media a dos horas de duración con casi setenta intelectuales y líderes de la transición. En consulta con un conjunto de intelectuales y dirigentes políticos, escogí a los entrevistados por su íntimo conocimiento de distintos aspectos de la transición.

Todas las entrevistas las realicé personalmente, en idioma castellano, entre diciembre de 1990 y septiembre de 1992. Aunque ofrecí recoger testimonios bajo reserva de identidad, prácticamente nadie aceptó. Grabé cada entrevista y las cintas fueron posteriormente transcritas en Santiago por personas calificadas. Cada transcripción se verificó contra la cinta original. Mi análisis se sustenta, además, en un amplio repertorio de fuentes académicas y periodísticas, muchas de las cuales solo existen en castellano y varias de las cuales permanecen inéditas.

Este libro fue escrito por varias razones. Primero, dejar constancia clara y precisa del aporte hecho por un excepcional grupo de intelectuales a la política chilena en un momento de crisis extrema. Segundo, recapitular los acontecimientos a fin de determinar si la experiencia chilena deja lecciones de carácter más general sobre las transiciones a la democracia y el potencial aporte de la intelectualidad. Tercero, un interés más amplio sobre el rol de la intelectualidad en el desarrollo en el tercer mundo y la fundamentación para proporcionar asistencia desde el extranjero. Por último, presentar mi análisis y conclusiones en un estilo interesante y accesible tanto a académicos como a profesionales.

Una nota sobre el énfasis de este libro: mi objetivo fue conectar la actividad intelectual con el conjunto más amplio de los acontecimientos que determinaron el tránsito de Chile desde el autoritarismo a la democracia. Esto requirió hacer referencia, cuando procedía, a los aportes de otros actores, aunque sin el detalle y profundidad concedidas a lo aportado por la intelectualidad. Este énfasis es intencional: quise documentar el papel que jugó el mundo intelectual, un sector que ha recibido poca atención en el debate sobre transiciones democráticas. Por cierto, esto no quiere decir que otros hayan jugado un papel menor. Fueron muchos los actores –la dirigencia política opositora, la iglesia, activistas por los derechos humanos, diversos gobiernos extranjeros– que hicieron un gran aporte a que Chile recuperara su democracia. Por desgracia, analizar estos aportes en mayor detalle habría limitado mi capacidad para abordar adecuadamente el extraordinario papel que le cupo a la intelectualidad y excedido con creces la ventaja comparativa que puedo aportar a este estudio.

Este libro, en consecuencia, no es historiografía, sino sociología del conocimiento. No he intentado escribir la historia definitiva de la transición chilena a la democracia. El ámbito central de este trabajo es la incidencia que tuvo un sector en particular, no la que tuvieron todos los actores. Lo que he intentado hacer es caracterizar un elemento entre muchos, y preguntarme si ese elemento tiene algún significado para otras circunstancias históricas. Espero que este esfuerzo aporte a enriquecer el registro más definitivo que eventualmente surgirá de la sumatoria de otros estudios.

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