La amiga italiana

Columna
El Líbero, 03.10.2022
Ivan Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
Meloni podrá ser considerada conservadora, pero jamás fascista. Motejarla así responde justamente a la tiranía de las minorías

Por muchos motivos, la victoria de Giorgia Meloni en Italia constituyó un verdadero terremoto. Lo fue, tanto para los asuntos domésticos, como para aquellos del ámbito intra-europeo. Incluso exhibe trazos cataclísmicos para las lógicas de la vida política italiana (coaliciones, programas de gobierno etc.), y desde luego para muchas de las ideas en boga en los últimos años.

Con la victoria de Meloni, los italianos demostraron de manera maciza su cuestionamiento al homo europaeus, y a la mayoría de los temas promovidos por la burocracia comunitaria desde Bruselas. Aunque, quizás, lo auténticamente central es cómo mandaron al tacho de la basura esa línea de argumentación woke, afincada en lo políticamente correcto y que interpreta el progresismo de manera lineal, maximalista y simplona.

Es sin dudas un triunfo dramático y que obliga a plantearse al menos dos dudas capitales. ¿Estamos en presencia de una ruptura global y una escisión europea profunda o sólo se trata de un matiz, que, aunque impactante, será pasajero en esencia? ¿Deberá la flamante primera ministra adaptarse sí o sí a las exigencias de la globalización y de Bruselas, ante lo cual el alarmismo es sólo subproducto del miedo a lo desconocido?

 

El celo de los woke

Las respuestas nunca son sencillas cuando se divisan tránsitos tan profundos; y desde luego que lo es. Por lo tanto, no sorprenden las voces apocalípticas observando espantadas esa seguidilla de hitos “inimaginables”, como los desenlaces electorales en Suecia, Hungría y ahora este en Italia, más el reciente 41% de Marine Le Pen contra Macron en Francia. Alertan, en consecuencia, de una gran “ola fascista”. Por otro lado, están quienes miran esto con cierta templanza y califican esta victoria como una reacción inevitable ante los evidentes excesos interpretativos del marco democrático de la cultura woke. Se responde así a la necesidad de poner límites a las tiranías de todo tipo de minorías que están estropeando la convivencia ciudadana.

Ubicado entre estos últimos, el célebre politólogo Gianfranco Pasquino ha salido al paso, afirmando algo obvio, pero muy difícil de aceptar al interior de las ideas woke. Meloni podrá ser considerada conservadora, pero jamás fascista. Motejarla así responde justamente a la tiranía de las minorías, una de cuyas facetas es el abuso y distorsión total del lenguaje, visible no sólo en Europa, sino también en América Latina.

Cultores del pensamiento woke buscan demonizar verbalmente a los adversarios con palabrejas tipo fachos, ultraderechistas y otras, sin percatarse que jamás califican de ultraizquierda a partidos, movimientos o dirigentes que habitan espacios a la izquierda de la socialdemocracia. Los woke actúan en estas materias con extremo celo.

 

El silencio de las feministas

Una de las líneas argumentativas woke muy afectadas con el triunfo de Meloni son, obviamente, las corrientes feministas más extremas, las cuales no terminan de digerir asuntos básicos, como el hecho que Meloni es la primera mujer en acceder al palazzo Chigi, sede del Ejecutivo, y se rehúsan a admitir que exhibe una incuestionable trayectoria política y electoral. Hay que ser demasiado obtuso para no reconocer que ejerció la oposición de forma seria, y sin ambigüedades, frente a todos los gobiernos de los últimos cinco años. Jamás hizo promesas utópicas. Por eso fue premiada por el electorado. En 2013 consiguió un magro 1,9% de los votos. Nueve años obtuvo 26%. Sólo un avestruz puede negar tamaño logro.

Por lo tanto, el silencio sepulcral (aunque bullicioso, como diría B. Hrabal) del feminismo extremo respecto a Meloni es llamativo. De fácil recordación es su reconocida capacidad para marcar la agenda internacional y su locuacidad para actuar en los más diversos escenarios.

Pero, pese a lo llamativo, en el fondo, tal conducta no extraña. Confirma tres antiguas sospechas. Que es su entusiasmo es tendencioso. Que no es universal, y que está impregnado de una hibris ideológica.

Su mutismo recuerda las brillantes reflexiones del internacionalista argentino, Carlos Escudé (fallecido de Covid hace algunos meses), cuando sostenía que los derechos humanos son imposible de abordar en su verdadera universalidad debido a determinantes civilizacionales. Y ese dilema, el pensamiento woke no lo puede resolver por la sencilla razón que se atrinchera en lo políticamente correcto, desde donde proclama que todas las culturas y todos los individuos son moralmente equivalentes, de manera paralela e inseparable.

Ahí surge el imposible, advierte Escudé. Las realidades civilizacionales de nuestro planeta muestran que, si todas las culturas fueran moralmente equivalentes, los individuos no estaríamos dotados de los mismos derechos, porque hay culturas que adjudican a los hombres más derechos que a otros hombres y que a muchísimas mujeres. Y, por el contrario, si todos los individuos estuviesen dotados de los mismos derechos, todas las culturas no podrían ser moralmente equivalentes, porque hay algunas que no reconocen la validez universal ni vigencia de tales derechos. La permeabilidad de las posiciones maximalistas, por su hibris ideológica, explica entonces de forma meridiana el silencio woke ante el triunfo de Meloni.

 

Gobierno de coalición

Otro punto alarmista respecto a Meloni es el vaticinio de giros violentos. Sin embargo, la trayectoria de los Fratelli no es distinta a la observada en prácticamente todas las agrupaciones políticas. Esos vaivenes se conocen en politología como teorema de Baglini: cuanto más lejos se está del poder, más exagerados son los enunciados políticos; cuanto más cerca, más sensatos y templados se vuelven. Meloni ha venido adecuándose a aquello tal cual lo hacen todos.

Además, no debe olvidarse que deberá gobernar en coalición, en la cual el partido de Berlusconi se ubica unos ciertos grados más favorables al europeísmo que los Fratelli. En tal contexto, es dable esperar que, por un lado, se atenúe el escepticismo de Meloni respecto al Euro, y, por otro, que su abierta simpatía por Mussolini se vaya difuminando en el espíritu general y que no se convertirá en un manual de gestión cotidiana.

Siguiendo la lógica de Baglini, las innovaciones se focalizarán en tres cuestiones más bien nacionalistas. Uno: ordenar el actual descontrol migratorio, dándole un énfasis étnico, al preferir que descendientes de italianos vuelvan a la tierra de sus antepasados y atajar, de paso, el ingreso de personas culturalmente ajenas. Dos: promover valores familiares tradicionales. Tres: una relación cautelosa con Bruselas, especialmente por un sobredimensionamiento burocrático (una visión compartida con muchos otros en Europa) y por cierta reticencia a aceptar de buenas a primeras los ajustes estructurales exigidos por la UE.

 

Un reordenamiento de los partidos

Como certeramente ha observado Gianfranco Pasquino, lo ocurrido en Suecia, Hungría, y muy especialmente ahora en Italia, muestra elementos que refuerzan la hipótesis de la obsolescencia del clivaje entre izquierda/derecha. En Europa, donde las agendas supranacional y doméstica se entrecruzan en la cotidianeidad, se observa un auge de partidos nacionalistas y soberanistas, no imbricados en los antiguos temas ideológicos. Se trata de una observación a tener en cuenta en Chile y muchos otros países.

Otra lección que emana de los comicios italianos es el nuevo derrotero del Movimiento 5 Estrellas, que, desde su origen en 2009, se muestra refractario a los esquemas tradicionales y que en esta oportunidad se refugió en el sur del país. Hizo suya una agenda de demandas y postulados delimitados regionalmente, lo cual podría ser también un experimento interesante mirado desde otras latitudes.

En síntesis, lo ocurrido en Italia conviene verlo como un bosque con muchos follajes. Independientemente de los malestares viscerales provocados en la cultura woke, el triunfo de Meloni es un asunto significativo y complejo para las fuerzas efectivamente democráticas. La prudencia invita a observarlo con espíritu constructivo.

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