La caída de Berlín, 1945: Derrota y Castigo

Artículo
Boletín de Revista de Historia, 10.10.2019
Josep Torroella Prats, historiador español

La batalla de Stalingrado marcó un punto de inflexión en la segunda guerra mundial. La Wehrmacht no era invencible y su derrota provocó un nuevo estado de ánimo entre los Aliados. Una vez frenado el avance alemán en el frente oriental, las tropas del Ejército Rojo no cesaron de avanzar hasta llegar a la capital del Tercer Reich.

En invierno de 1945 la guerra estaba prácticamente decidida. Al llegar la primavera, interminables hileras de tanques soviéticos, lanzacohetes (los órganos de Stalin),  vehículos oruga, soldados de infantería e incluso  carretas tiradas por caballos se acercaban a Berlín. Las tropas de Stalin se preparaban para el asalto definitivo. La población de Berlín, que había soportado muchos bombardeos aliados durante el conflicto, sabía que lo peor aún no había llegado.

 

La caída de Berlín

La  batalla de Berlín fue la última operación militar de envergadura de la segunda guerra mundial. Cuando  las tropas soviéticas llegaron a la capital alemana, buena parte de la ciudad estaba reducida a escombros a causa de los bombardeos aliados. La batalla duró  poco más de dos semanas. Empezó el 16 de abril en las afueras de la ciudad -tres días después de la capitulación de Viena- y acabó el 2 de mayo.

Mientras las tropas rusas penetraban en Berlín, las fuerzas aliadas se encontraban a unos cien kilómetros de la ciudad. ¿Por qué no intervinieron en la toma de la capital? Probablemente para no involucrarse en una lucha que provocaría muchas bajas entre sus tropas, pero también para no indignar a Stalin, pues  contaban con él para acabar la guerra en el Pacífico. Según lo acordado entre los Aliados  en Yalta, Berlín quedaba en la zona de operaciones militares del Ejército Rojo.

A pesar de la superioridad de los atacantes y del desánimo entre las tropas alemanas, las órdenes de Hitler eran claras: había que resistir. El Fürher, refugiado en su bunker junto con otros jerarcas nazis -Martin Borman, Albert Speer, Joseph Goebbels-  no quería oír hablar de rendición. Estaba dispuesto a sacrificar inútilmente a su pueblo. Se dice que esperaba un milagro final. En aquellas dramáticas circunstancias el derrotismo se castigaba con la muerte. Quien alzaba una bandera blanca era ejecutado. Quien desertaba o se escondía para no tener que  luchar, era colgado. La crueldad de Hitler y  sus secuaces se manifestó más que nunca durante los días de la batalla de Berlín.

Como en Stalingrado dos años antes, en Berlín se luchó barrio por barrio, calle por calle, incluso casa por casa. Ante un formidable ejército de un millón y medio de soldados, seis mil tanques y más de cuarenta mil piezas de artillería, Alemania solo podía oponer unos noventa mil combatientes, además de las milicias populares Volkssturm,  formadas por ancianos y jóvenes que poco podían hacer ante los atacantes. Miembros de las Juventudes Hitlerianas armados con lanzagranadas lograron despanzurrar algunas docenas de carros de combate rusos.

Para hacer frente al enemigo los alemanes  habían construido cientos de bunkers en Berlín  y habían convertido en fortalezas algunos edificios. La más colosal estaba situada en el zoológico y era una torre antiaérea de hormigón armado, con amplios refugios en su interior. Los combates más sangrientos tuvieron lugar en la toma del Reichstag, donde dos soldados izaron una bandera roja con la hoz y el martillo el 30 de mayo.

El Ejército Rojo pagó  un precio muy alto en vidas para poder hacerse con Berlín. Unos ochenta mil soldados soviéticos perecieron durante la lucha y cerca de trescientos mil fueron heridos. Los alemanes sufrieron pérdidas similares. Las pérdidas materiales, por otra parte, fueron cuantiosas. La ciudad quedó reducida a montones de  escombros. Más de la mitad de los inmuebles eran inhabitables.

En Berlín, entonces, la población femenina superaba con creces a la masculina. Los hombres que no habían muerto durante la guerra, o que no habían sido hechos prisioneros -solo en la Unión Soviética había cientos de miles- estaban en el frente. Aparte de los soldados, la población masculina de la capital la componían sobre todo niños y ancianos que fueron obligados a coger un arma y luchar contra el enemigo. Los civiles que no luchaban se hacinaban en los sótanos que había en muchos inmuebles.

Cuando terminó la batalla, el 2 de mayo -dos días después del suicidio de Hitler- la mayor parte de los edificios del centro de la ciudad habían sido destruidos. El edificio del Reichtag, enorme, el más alto de la ciudad, se convirtió en el símbolo de la victoria soviética. En todas partes había montones de cascotes, tanques destrozados, cadáveres de soldados y de civiles. Muchos fanáticos del régimen, entre los cuales muchos SS, prefirieron suicidarse antes que caer en manos de los soviéticos.

Tras la victoria vino el pillaje. Los soldados soviéticos nunca habían visto nada parecido a la elegancia de Berlín, y menos los que procedían de las áridas regiones asiáticas,  de pueblos de la estepa o de las montañas del Cáucaso. Cogían gramófonos, joyas, mecheros, piezas de vestir… Lo que más buscaban eran relojes de pulsera; les fascinaban. También les atraían los retretes con cisterna, las bicicletas,  las bombillas. O sea, todo aquello que era valioso o nuevo para ellos. Lo que no robaban, lo destruían. Después, empezaron las violaciones, un tema del que se habló poco mientras duró la Guerra Fría.

¿Cuántas mujeres fueron violadas tras la caída de Berlín? Imposible saberlo. La violación es un crimen que no se pregona. Algunos historiadores hablan de cien mil, pero es una pura conjetura.  En cualquier caso, muchas de las mujeres violadas se suicidaron o murieron a causa de la brutalidad de las agresiones que sufrieron. Las víctimas de las agresiones no solo fueron jóvenes y adultas; también se violó a niñas y ancianas.  Las madres ocultaban a sus hijas para protegerlas, los hombres que presenciaban las violaciones en general permanecían pasivos. Solo los hijos,  padres y  maridos -pero no todos- intentaban evitar el ultraje y generalmente lo pagaban con sus vidas. Las mujeres que intentaban resistirse recibían un tiro o un culatazo. Muchas fueron violadas docenas de veces o sufrieron agresiones sexuales colectivas. Tantas violaciones tuvieron como consecuencia enfermedades y embarazos.

La paz llegó finalmente a la capital alemana el 8 de mayo ¿Era necesario tomar Berlín? Son muchos los historiadores que se han planteado esta pregunta. La mayoría cree que no. Los soldados alemanes deponían  las armas en todas partes. Sin luz, sin gas, con escasos alimentos y poca agua potable, los berlineses se habrían rendido, sobre todo después del fracaso del último intento de romper el bloqueo, efectuado el 29 de abril. Pero para los soviéticos la toma de la capital alemana tenía un alto valor icónico. Debían tomar la capital del Reich costara lo que costara. Y costó un baño de sangre.

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