Opinión El País, 21.11.2015 Luis Doncel, corresponsal en Berlín
- Angela Merkel cumple diez años en el poder en el momento más complicado de su mandato
La escena que el microcosmos político-periodístico berlinés ansiaba llegó el pasado 22 de septiembre. La canciller Angela Merkel presentaba la biografía de su antecesor, Gerhard Schröder, con el morbo añadido de recordar el tono arrogante que el socialdemócrata había dedicado a su rival justo diez años antes. “¿De verdad cree que mi partido la va a apoyar para que sea Canciller?”, le había espetado con una mueca de desprecio infinito en un debate televisado la misma noche de las elecciones que ella acababa de ganar por la mínima.
Una década más tarde, las formas eran mucho más amables. Entre los elogios que ambos se dedicaron, la canciller recordó lo que consideraba el error más grave de su predecesor. En plena guerra interna por las reformas de la Agenda 2010, Schröder renunció a la presidencia del Partido Socialdemócrata. “Fue un momento en el que pensé: esto va a tener consecuencias”, dijo Merkel. Se refería a una vieja batalla ya casi olvidada; pero el comentario sonó casi como un aviso a sus rivales en la Unión Cristianodemócrata (CDU): si continúan debilitando a la líder, lo acabarán pagando todos con la pérdida del poder.
Hoy se cumplen diez años del día en el que aquella mujer a la que Schröder definió como “clara perdedora” ascendió a la Cancillería. Una década en la que Merkel se ha convertido en la líder más influyente de Europa. Pero frente a los elogios del exterior –The Economist la considera “la europea imprescindible”, y sonó como Nobel de la paz-, los miles de inmigrantes que cada día llegan a Alemania la han dejado en una situación de extrema fragilidad. Fuentes de su entorno aseguran que, por primera vez, se la ve tocada. Incluso personalmente.
“Este es el momento más complicado de su mandato. Pero también lo es para toda Europa, que se juega su futuro en esta crisis”, asegura Ulrike Guérot. Pese a haber criticado a Merkel en otras ocasiones, esta politóloga cree que, con decisiones como la de abrir las puertas en septiembre a miles de refugiados atrapados en Hungría, ha ganado “estatura moral como estadista”.
La avalancha de reproches de su partido ha cesado esta semana. Parece como si los atentados de París le hubieran concedido un periodo de gracia; y que los dirigentes democristianos más críticos hubieran pensado que en momentos difíciles conviene no hacer experimentos y respetar a la líder más experimentada de toda la UE. Pero Merkel no tiene carta blanca. El tiempo apremia. Y si a comienzos de año no da muestras de tener la situación bajo control y no logra reducir el flujo migratorio, el paisaje político alemán será impredecible, alertan fuentes de la CDU.
Pronto se resolverá la incógnita que gravita desde hace tiempo en la política alemana. ¿Volverá en 2017 a presentarse a las elecciones por cuarta vez, tras 12 años de mandato, retando los récords de sus dos más ilustres antecesores, Konrad Adenauer (14 años en el Gobierno) y Helmut Kohl (16)? “Se ha hablado de un golpe en la CDU, pero lo descarto. No tienen otro candidato. Mi apuesta es que se presentará en 2017 y que no terminará la legislatura”, aventura Josef Janning, del think-tank ECFR.
Muchos analistas han tratado de desentrañar el secreto del éxito de esta hija de pastor protestante y física de profesión que ha llegado a lo más alto de la política gracias a una extraña mezcla de falta de pretensiones que llevó a muchos a subestimarla y una voluntad de hierro para deshacerse de todos sus rivales.
“Tiene los pies en el suelo. Es lo contrario a políticos como Schröder, en los que el espectáculo son ellos mismos”, asegura Jens Spahn, secretario de Estado de Finanzas y miembro de la dirección de la CDU. “Su gestión totalmente errónea en la crisis del euro ha roto muchos consensos en la UE. Y en Alemania las diferencias entre ricos y pobres se han disparado durante su mandato”, añade la recién nombrada líder de la oposición, la diputada de Die Linke Sahra Wagenknecht. Pero, por encima de todo, su popularidad en casa se explica porque ha logrado convencer a los alemanes de que, mientras ella esté al mando, están a salvo de los problemas externos. Un espejismo que se ha roto con la crisis migratoria.
Además de pilotar la política de rescates y de austeridad en el sur de Europa, Merkel ha dejado su huella en Alemania con decisiones como el fin del servicio militar o la renuncia a la energía nuclear. Ahora, tras un periodo en el que otros líderes ya estarían pensando en la retirada, se enfrenta a la crisis que puede definir su legado. Ella defiende lo que denomina “su visión”: ofrecer “una cara amable” a los hombres y mujeres que huyen de guerras o persecución. Sus rivales –tanto en la oposición como, muy especialmente, en su partido- le reprochan carecer de plan. A lo largo de los próximos meses quedará claro cuál de los bandos tenía razón.