La convención demócrata

Columna
El Confidencial, 22.08.2020
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España
Se ha celebrado con austeridad telemática para bendecir algo ya decidido de antemano: la proclamación de Joseph Robinette Biden como candidato a la presidencia de los Estados

He estado en un par de convenciones en los Estados Unidos, tanto del partido Demócrata como del Republicano, y me han apenado las imágenes que han llegado estos días de la que se ha celebrado en Milwaukee, desangelada por culpa del dichoso virus que la ha convertido en la primera convención virtual en la historia. Porque las convenciones norteamericanas son todo un espectáculo mediático con escenarios engalanados con eslóganes y banderas, discursos de gran nivel, vibrantes y provocadores (así se dio a conocer Barack Obama), millares de asistentes encuadrados por procedencia y a veces uniformados, globos de colores, matasuegras, gafas y sombreros exóticos que se resisten a ser descritos, y el toque patriótico siempre presente que proporciona la presencia de mutilados en las guerras de Oriente Medio.

Detrás de esa fachada circense se desarrolla una frenética actividad que recuerda el furioso batir bajo el agua de las patas del aparentemente majestuoso cisne. En las bambalinas del festival mediático se celebran infinidad de debates, conferencias y mesas redondas, hay innumerables recepciones, comidas y cenas, y en reservados del propio recinto se reúnen los personajes más poderosos del país que sintonizan con el partido que organiza el sarao. Allí hay senadores y congresistas, presidentes de grandes corporaciones, diplomáticos, líderes religiosos (muy influyentes en la América profunda y no tan profunda), líderes sociales y de las diferentes minorías étnicas, artistas, periodistas, deportistas, invitados extranjeros, actores de Hollywood y lo que a usted se le ocurra. Se respira poder e influencia a raudales. Solo faltan toreros porque no los tienen. Duran tres o cuatro días y reconozco haber conocido más gente de peso en ese corto espacio de tiempo que en meses de trabajo diplomático normal.

Pero este año todo ha sido muy extraño. El covid-19 ha puesto fin a todo eso y la convención del partido Demócrata se ha celebrado con austeridad telemática para cumplir con su función principal que es la de bendecir algo ya decidido de antemano tras la larga campaña de primarias: la proclamación de Joseph Robinette Biden como candidato a la presidencia de los Estados Unidos, en un “ticket” con la senadora Kamala Harris para la vicepresidencia. La semana próxima se celebrará en South Carolina la convención del partido Republicano que confirmará la candidatura de la pareja Donald Trump-Mike Pence a un segundo mandato, y comenzarán así casi 80 días de campaña hasta desembocar en la noche electoral del 3 de noviembre donde en realidad se celebran cincuenta elecciones para que cada uno de los 50 estados mandan el voto de sus compromisarios en el Colegio Electoral, que son más numerosos cuanto mayor es también su población.

Pero eso será en noviembre y ahora se trata de proyectar la imagen de un partido unido, desde la izquierda a la derecha, detrás de un candidato con posibilidades de descabalgar a Donald Trump de la presidencia del país. Por eso hemos visto estos días a Barack y Michelle Obama, Bill y Hillary Clinton, Nancy Pelosi, Bernie Sanders, Elizabeth Warren, Alexandria Ocasio-Cortez, e incluso el Republicano Colín Powell discurseando, aunque sea online, desde casa y lejos de multitudes enfervorizadas, en favor del candidato de todos los Demócratas, que aceptó su nominación la noche del jueves con la promesa de unir al país.

Las encuestas favorecen a Biden frente a Trump. Pero esto no era así a principios de año y, teóricamente al menos, también podría dejar de serlo cuando llegue el día de votar. Este es un año atípico, no sé si anormal, si es que entramos en una “nueva normalidad” que se caracterizará por la necesidad de convivir con “el bicho”, o si al final nos quedaremos en un espacio intermedio. En todo caso, un año muy raro. Hace solo ocho meses Donald Trump estaba eufórico y no le faltaban razones pues a pesar de su estilo fanfarrón e impredecible había superado el intento de los Demócratas de destituirle con la moción del Impeachment, la economía iba como un tiro, el desempleo estaba más bajo que nunca, los Demócratas andaban a la greña y sin un candidato claro, y él estimulaba a sus bases con su “Visión” para las relaciones israelí-palestinas, sus guerras comerciales con una China cada día más percibida por todos los americanos como una amenaza estratégica, y su acoso a los regímenes extemporáneos de Irán y Corea del Norte.

Nada parecía oponerse a una segunda etapa del neoyorquino en la Casa Blanca. Pero eso, que pasaba hace solo unos meses, parece hoy que sucediera hace un siglo pues todo ha cambiado vertiginosamente y ahora las encuestas otorgan ventaja sustancial al candidato Demócrata, mientras Trump mantiene un suelo todavía muy estable y Hillary Clinton respira por la herida cuando recomienda no confiarse.

Estados Unidos necesita un cambio de dirección, el mundo también necesita un liderazgo diferente en Washington y Biden se lo puede dar. Lo que pasa es que en los tres meses escasos que faltan hasta la cita electoral es mucho lo que puede pasar y de hecho ya está comenzando a pasar. Trump y su equipo son conscientes de cómo se han torcido las cosas y no se van a quedar cruzados de brazos. Saldrán conejos de la chistera como el reciente acuerdo “de paz por paz” entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos que es un triunfo internacional innegable para Trump que subirá la moral de sus seguidores judíos y cristianos evangelistas, y que supone el principio de una reordenación estratégica de Oriente Medio.

También se puede encontrar una vacuna para el covid-19, o la pandemia puede remitir y mejorar las perspectivas económicas y todo eso favorecería a Trump igual que antes le ha perjudicado. Pero no es probable que suceda en el corto plazo de tiempo que queda hasta las elecciones y por eso no es de descartar que su equipo recurra a maniobras más discutibles, como impugnar el voto por correo mientras desde la Casa Blanca ya han comenzado a poner trabas al funcionamiento del Servicio Postal. Y tampoco es inimaginable que Trump se niegue a aceptar un resultado electoral que le sea desfavorable, si al final se produce, pues con él todo es posible y de hecho los Demócratas no ocultan que preparan planes de contingencia para esa eventualidad.

Tras 75 años de hegemonía norteamericana nos hemos acostumbrado a criticar a los Estados Unidos por lo que hacen y por lo que no hacen, cuando actúan y cuando se quedan en casa. Es el peso de la púrpura. Pero los cuatro últimos años de Donald Trump en la Casa Blanca se han salido de los moldes preestablecidos porque han sido años dominados por la improvisación y por poner patas arriba el orden multilateral heredado de la segunda conflagración mundial... sin ofrecer nada a cambio y enemistándose a la vez con amigos y enemigos. Es más que posible que ese orden se haya quedado desfasado y necesite una urgente puesta al día con liderazgo e ideas claras, y esa será la tarea que espera a Joe Biden si llega a la presidencia.

Para hacerlo lo primero que deberá reconocer es que han pasado los tiempos en los que los Estados Unidos se presentaban ante el mundo como el hegemón indiscutido que imponía su voluntad, para pasar a un sistema diferente en el que Washington siga liderando pero ya no dicte ya las normas y estas se les apliquen también a ellos, busquen la cooperación y no la confrontación, y combatan las desigualdades globales en lugar de beneficiarse de ellas. Y hacer eso, que me parecería muy deseable, no será fácil y exigirá la ayuda de los europeos que creemos en un mundo dominado por valores.

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