La fractura

Columna
El Mercurio, 21.02.2017
Eugenio Tironi

Mucho se ha especulado a partir de las protestas y conflictos sociales que ha vivido la sociedad chilena en los últimos diez años. Unos vieron en ellos el sostén social de un "nuevo ciclo" político, que desembocó en la creación de la Nueva Mayoría y el triunfo de Michelle Bachelet con su propuesta de reformas. Otros han sostenido que estos movimientos fueron sobreinterpretados -en especial el de los estudiantes en 2011-, y que no se trató más que de la demanda corriente de grupos que pugnan por una mejor inserción en el sistema. El sociólogo de la Universidad Católica Nicolás Somma, en un libro que será publicado próximamente, ofrece evidencias relevantes para una mejor comprensión de este fenómeno.

De partida, el autor prueba que no habría una correlación entre insatisfacción material y el incremento de las protestas; que estas emergen más bien de la llamada "deprivación relativa", la que brota del resentimiento o sentimiento de injusticia que surge cuando los individuos sienten que no reciben los resultados que merecen o que les fueron prometidos. Muestra, asimismo, que el incremento de las protestas sociales no da cuenta de una mayor profusión de movimientos sociales organizados. Es incluso al revés: la protesta es un recurso expresivo y de instalación de demandas y de apertura de procesos de negociación con el sistema político que ha revelado ser altamente eficaz, pero que no requiere de una organización estable o institucionalizada.

A esto se suma otro hecho: que "los activistas se encuentran sub-representados en el electorado", pues quienes protestan -en su mayoría jóvenes- no suelen votar. Prueba de ello es que en las elecciones presidenciales de 2013, que fueran precedidas por las movilizaciones sociales más multitudinarias desde el retorno a la democracia, las preferencias electorales continuaron depositadas en las dos grandes coaliciones históricas. Lo mismo se reprodujo en las recientes elecciones municipales. Las protestas, entonces, han tenido escasa influencia en el equilibrio de fuerzas del sistema político, aunque sí han incidido en la agenda política. Lo que podría devenir en un conflicto generacional, con los jóvenes en las calles exigiendo un mundo nuevo y los mayores haciendo fila para emitir su voto por los mismos de siempre, con el fin de defender el mundo del que vienen.

En la población chilena no hay un proceso propiamente de des-politización, dice Somma, sino más bien de des-partidización. En efecto, el porcentaje de la población que declara que la política es importante, o que se informa acerca de ella, aun siendo bajo, más o menos se mantiene a lo largo de los años. Lo que se observa, sin embargo, es "una creciente desafección y desconfianza respecto a los partidos políticos en específico", de lo cual se nutren las protestas. Esto va de la mano con una creciente preferencia por mecanismos de toma de decisiones públicas basados en asambleas, plebiscitos, mesas de diálogos, en fin, cualquier dispositivo que evite dejar las decisiones en manos de representantes profesionales.

Pero así como la protesta se ha emancipado del sistema político, este se ha desanclado de la sociedad. Los partidos, en efecto, han roto sus lazos con los actores sociales. En lugar de ser los dispositivos encargados de representarlos ante el gobierno, como antaño, se han transformado en maquinarias manejadas por profesionales abocados a representar al gobierno ante los actores sociales. Estamos, en suma, ante lo que Pierre Rosanvallon, del College de France, ha llamado la "des-sociologización de la política".

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