La renuncia de Lagos y sus consecuencias

Columna
El Mercurio, 11.04.2017
Genaro Arriagada Herrera, cientista político y ex ministro DC

La proclamación de Guillier y la renuncia de Ricardo Lagos son la expresión de una crisis de la Nueva Mayoría que no solo amenaza su existencia, sino que además refleja discrepancias casi imposibles de superar. La causa principal es la existencia de dos izquierdas que desconfían mutuamente y que disputan un mismo territorio con la fiereza de quienes pugnan por su sobrevivencia.

Una es la izquierda tradicional, constituida por el PPD, el PS y el PC, cuyos miembros en su mayor parte provienen del marxismo, aunque reciclados en diversos grados. Si se atiende a su componente socialdemócrata, ella pasa por un mal momento: está de capa caída en España, Gran Bretaña, Francia y en todo el Viejo Continente. Su otro elemento, el comunismo, ha devenido en una fuerza residual que ha desaparecido en Europa y América Latina, al tiempo que mantiene una adhesión a dictaduras (Cuba, China, Vietnam, Corea del Norte, Venezuela). En Chile, esta izquierda suma un 25%, y en la última elección municipal, sus tres partidos, respecto de la de 2012, bajaron, sumados, 3,5 puntos.

La otra izquierda es reciente. Su militancia la recoge no del viejo socialismo, sino de los "indignados". Es antiliberal y tiene fascinación por la democracia directa y los plebiscitos. Más que la ciudadanía, venera "la calle". Adhiere al discurso antipolítica: lo suyo es una lucha contra "la casta", en la que engloban por igual a la derecha y a la izquierda. Tiene una liviandad ideológica y programática al punto de que es difícil, si no imposible, descubrir a qué tipo de orden social o económico apunta.

Ambas izquierdas, aunque antiderechistas, tienen objetivos antagónicos. La primera quiere conservar el poder y derrotar a la derecha; la segunda piensa que hay que crear una nueva fuerza de cambio sobre los escombros de una socialdemocracia que ellos deben sustituir y un PC que hay que ayudar a desaparecer. La vieja izquierda quiere conservar el poder por razones que van desde nobles, que es continuar los cambios en que cree, hasta pedestres, que es mantener sus clientelas, hoy nutridas por el empleo público. La nueva izquierda, al contrario, quiere algo previo, que es lograr identidad, y, a partir de ahí, iniciar su marcha hacia el poder. La vieja izquierda pide unidad para derrotar a Piñera; la nueva izquierda no está dispuesta a perder su lozanía a cambio del plato de lentejas que es un pacto parlamentario. Aún más, fieles a la lógica de "mientras peor, mejor", aseguran que el triunfo de la derecha, a la vez que debilita a la izquierda tradicional, aumenta el perfil de la nueva.

Enfrentada a este desafío, la respuesta de la izquierda tradicional está siendo un giro hacia un proyecto más radical que blinde su flanco izquierdo. En ella se populariza la idea de que para detener la sangría hacia el Frente Amplio, hay que asumir parte de su retórica y banderas. La batería de medidas es conocida: desde la legalización de la marihuana hasta agregar nuevos temas a la agenda valórica; limitar la preocupación por el crecimiento y las inversiones en favor de promesas redistributivas; una tónica antiempresarial; frente a las reformas, menos rectificaciones y una huida hacia adelante; una cesión a la retórica antipartidos y prociudadana; en fin. La opción socialista por Guillier -no obstante la levedad y tono populista de su candidatura- no es un error, como algunos la han querido excusar, sino una expresión más de esta acción política.

Pero para que este vuelco sea una estrategia coherente, es necesario plantearse cuáles serán los efectos sobre el otro flanco de la Nueva Mayoría. ¿Qué pasará con el electorado de centro? Los datos son lapidarios. La DC, entre 1992 y 2016, ha perdido unos 15 puntos de apoyo, y esa sangría no ha sido en favor de sus socios de izquierda. El PPD y el PS siguen clavados en el 11% cada uno, y el PC, en alrededor de un 5%. Los votos que la DC pierde van a la derecha o a la centroderecha. Baje o suba la DC, la izquierda sigue en lo mismo.

La realidad anterior lleva a la DC a plantearse cuánto más puede disminuir su votación sin arriesgar pasar a ser un partido de relevancia menor: uno más en el montón. En la última elección municipal, su porcentaje volvió a bajar, esta vez 2,3 puntos. Una nueva caída de ese orden la llevaría a menos de 10%, cruzando el umbral hacia una zona de grave peligro. A la DC se le ha agotado el capital electoral que puede perder. El vuelco a la izquierda tendría efectos muy graves para ella en términos de deterioro de su identidad política y fuerza electoral.

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