La Revolución Bolchevique: un pasado que reaparece

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La Tercera, 13.04.2017
Ángel Soto, director Instituto de Historia (U. San Sebastián)

Cuánto le importaba hace cien años Rusia a Occidente y cuánto le importa hoy, es una clara muestra que los tiempos cambiaron, aunque hay cosas que permanecen.

En su libro La revolución Rusa (Debate, 2016), Richard Pipes dice que la revolución bolchevique “fue mucho más que una disputa por el poder en un solo país”. Los vencedores, en palabras de León Trotski buscaban “volver el mundo al revés”. Deseaban reconfigurar no solo al Estado y la economía, sino que la sociedad a fin de “crear un nuevo ser humano” (p. XXI). Cuestión que no sólo se limitaba a la campesina Rusia sino que al mundo entero, tal como demostró Lenin cuando regresó a Petrogrado el 3 de abril de 1917, pocos días después de la caída del Zar Nicolás II, a los sones de la Marsellesa, quizás cuando el líder rojo escuchó esa estrofa que dice: “¡A las armas, ciudadanos! ¡Formad vuestros batallones! Marchemos, que una sangre impura empape nuestros surcos”, se convenció de lo que siempre pensó, “la revolución desde una perspectiva internacional”. Éste era un paso, “la ruptura fortuita del eslabón más débil del imperialismo” (p. 429).

No hay duda que a partir de 1917 el mundo quedó dividido hasta la caída del muro de Berlín en 1989, constituyéndose en la progenitora de la cubana de 1959. Es la revolución más transformadora de la historia, quizá solo comparable a la francesa de 1789.

¿En qué momento lo que parecía más bien una revuelta contra el Zar paso a ser una gran revolución? Pipes endosa parte de la responsabilidad del cambio de estructura social a la influencia de la Intelligentsia rusa. Habrían sido los “intelectuales que ansían por el poder político”, quienes de alguna manera precipitaron los hechos y transformaron la coyuntura de 1917 en un evento mayor (p. 132 y ss). Un tema para reflexionar y discutir.

Latinoamerica tuvo su versión revolucionaria con México en 1910, pero sin la dimensión rusa. En Chile, siguiendo a Fernando Estenssoro quien escribió un interesante trabajo titulado “La temprana incorporación de la Revolución Rusa en el imaginario político chileno” (2008), la bolchevique se instaló tempranamente en las ideas de los grupos políticos que vieron en la revolución una amenaza “antisistémica que se podía repetir”. Por esa razón, ciertas elites tomaron medidas defensivas para reforzar el orden institucional y limitar el accionar de anarquistas y socialistas, en tanto que otros priorizaron las transformaciones sociales. Debate que pasó de la prensa a la política en la campaña presidencial de 1920 (p. 1).

En el centenario de la revolución, Xavier Colás ha afirmado en la revista española La aventura de la historia, que con Vladímir Putín hay un “Regreso al pasado”. Con él volvió “la simbología zarista y la admiración por Stalin, pero también el pulso militar a Occidente o la represión a la disidencia”, aunque sin los millones de muertos que caracterizaron al régimen comunista. Tal como afirma este periodista, Putin fue electo en el 2000 por una nación que se sentía “maltratada por el capitalismo, con su orgullo y su superficie encogidos sin solución por el derrumbe soviético y con un sistema político rehén de los oligarcas” (enero 2017, p. 66).

Hoy, de la mano de un poder autocrático, hay un despegue económico y Rusia está recuperando su protagonismo internacional, aunque a diferencia del pasado Occidente sí está interesado en ver con atención como un pasado reaparece.

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