Columna El Líbero, 28.10.2023 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Las elecciones en Argentina constituyeron una sorpresa para todos. Tanto así que la segunda vuelta de las presidenciales del 19 de noviembre podría dar como ganador a Sergio Massa, el actual ministro de Economía de un país cuya inflación es de un 140%.
La explicación a semejante “contradicción” ha sido analizada profusamente en nuestros medios. Lo que no se entiende bien es qué es el peronismo, ese factor subconsciente que anida en el alma de millones de argentinos y que está detrás de esta paradoja.
El peronismo es ante todo un sentimiento y una maquinaria de poder. Un sentimiento basado en deseos nacionalistas de independencia económica, justicia social y soberanía política, que en su creación encajaban muy bien en un país que se igualaba a los grandes de este mundo y representaba los anhelos de participación política de los hijos de la inmigración. Para estos, lo ofrecido por los presidentes radicales Marcelo de Alvear (1922) e Hipólito Irigoyen (1928) no era suficiente. Querían compartir el poder con los enriquecidos patricios de la independencia, los descendientes de la batalla de Caseros (1852) y de Julio A. Roca y el “roquismo” (1880-1910), que hicieron de Buenos Aires y otras urbes, ciudades ostentosas pero desenraizadas de la realidad industrial en que se sustentaban. A la época de su nacimiento, el peronismo emparentaba con los fascismos europeos que se extendían en diversas variantes por América Latina.
Es también una maquinaria de poder que, a partir de estos principios, coopta hoy a millones de subsidiados; a miles de empresarios y poderosos sindicatos devotos del peronismo por conveniencia personal y gremial; que se apoya intelectualmente en todos quienes cultivan un noble sentimiento de justicia e igualdad, pero que se sirve de “punteros” y de redes de corrupción en distintos sectores para garantizar la lealtad al sistema. Han diseñado una estructura de reparto del poder entre la capital y las provincias con necesarios apoyos recíprocos. Por otro lado, se nutren de una abundante mitología y una narrativa épica de sus personajes fundadores, partiendo por Perón y Evita. A partir de allí, algunas ramas se extienden a lo religioso y lo mágico, donde las escuelas liberales de pensamiento no encajan.
Durante el almuerzo que siguió a la inauguración de una reunión latinoamericana de ministros de educación y cultura, presidido por el presidente Carlos Menem a poco de inaugurar el primero de sus mandatos (1989), fui testigo de las lágrimas de emoción que su mera presencia generaba en una parte del personal del hotel donde se desarrollaba el evento. Sin embargo, lo más insólito vino después, cuando una mujer se coló entre las filas de la seguridad del mandatario para colocarle en su cuerpo una estampa de la Virgen de Luján para que Menem irradiara sus “vibras” sobre aquella lámina. Era parte del aura en que descansaba el mito.
Massa es líder del Frente Renovador, un partido de raigambre peronista, pero independiente. Es decir, no responde al justicialismo.
Quienes en Chile quieren homologar el peronismo a nuestro sistema e historia políticas se encuentran ante una tarea imposible. Estuvimos más cerca de ellos durante la presidencia de don Carlos Ibáñez del Campo, imbuido como Perón de ideales americanistas, pero en nuestro caso el poder descansaba sobre distintos partidos de sustento ideológico y nuestro General (r) no despertaba las emociones del carismático argentino.
Es un sentimiento peronista el que eventualmente nos podríamos encontrar gobernando en la Casa Rosada a partir del 10 de diciembre, en caso de que Sergio Massa gane la segunda vuelta presidencial. Sin embargo, hay rasgos diferenciadores en las circunstancias que rodearon las elecciones que llevaron al poder a Alberto Fernández, el actual presidente, y las actuales.
Massa negoció el apoyo de Cristina y su hijo Máximo Kirchner a su candidatura a partir de una vaga “unidad de concepción”. No fue “ungido” como Alberto Fernández. Además, debería abordar una situación económica y social del país mucho peor que la heredada por Fernández, lo que exige medidas urgentes, prácticas, factibles, realistas, transversales, más al estilo del expresidente Menem y no consignas. La distribución del poder tampoco le favorece, en el legislativo tendría que negociar y en la relación con las provincias también. Por último, no olvidemos que Massa es líder del Frente Renovador, un partido de raigambre peronista, pero independiente. Es decir, no responde al justicialismo, que reúne aquel sentimiento por excelencia.
La biografía política de Massa es un amasijo de contradicciones, partiendo por sus orígenes en la UCD de Alvaro Alsogaray (ex militar, político y economista de corte liberal), pasando por sus pactos con diversas corrientes no peronistas, hasta una pasada ruptura con la mujer fuerte en el justicialismo, Cristina. No obstante, las señas de su biografía son implacablemente peronistas e incluyen fútbol, espectáculo, nacionalismo, flexibilidad política, una gestión exitosa en Tigre que quiere proyectar a nivel nacional y una tremenda ambición de poder que ha derivado en personalismo, tal como ocurrió con Menem o Cristina. El “massismo” es ya una realidad.
Si Massa llegara a ganar las elecciones de noviembre, tendríamos al otro lado de la cordillera un presidente lleno de desafíos urgentes; flexible en lo interno para alcanzar acuerdos, según su biografía política; que puede llegar a darse el lujo de desplantes en política exterior frente a los países occidentales, mientras no repercutan en lo económico; y que buscaría consolidar la centralidad de su figura.
Es decir, a pesar de ser el líder del Frente Renovador, Massa es profundamente peronista. Se identifica en este fenómeno sin ideología definida que encarna las aspiraciones de auge personal de millones de argentinos a través de figuras o narrativas heroicas, jugadas, como las de Maradona, el Papa Francisco, o el Che. Se identifica con ese relato en la sociología peronista que conjuga el tango trágico con el lujo exuberante; el carácter del marginado urbano con grandes empresarios sofisticados. Es que el peronismo es una emoción que abarca desde diversos galanes de novela a las sugerentes líneas de la actriz y vedette Ana María Casanova, más conocida como Moria Casán, la “suegra” de Sergio Massa.